“¡Es una vergüenza! Los disparos pasan por encima de los coches” que circulan cerca de la Albufera, “mar pequeña”, valenciana, comentaba una joven entre compañeras.

“Sacaron neveras, sofás” del fondo del lago, denominado en árabe Al-Buhera; dijo en reunión amistosa una docente jubilada residente cerca del Parque Natural.

Impunidad, despreocupación, intereses varios, con prevalencia del económico, se suman a toda clase de barbaridades dando como resultado la actual hecatombe del singular humedal valenciano, vivero de especies autóctonas y oasis para aves del norte de Europa, visitantes temporales. Actualmente en la Albufera la caza sigue esquilmando todo lo que vuela sean especies protegidas o no, y la modalidad de caza nocturna, por supuesto, no permite identificar víctimas. En la mermada extensión inundada que actualmente queda del idílico paraje, inspiración artística a través del tiempo; el negocio, las desecaciones, los envenenamientos por fitosanitarios y plaguicidas, los despojos metálicos de perdigones y otras municiones, la basura dejada por quienes ocupan los “vedats” para matar aves acuáticas y cuanto se ponga a tiro, han devenido en el patético apocalipsis diagnosticado por fuentes académicas.

¡Cuidado flamencos que aterrizáis aquí en vuestro tránsito hacia África!

Botulismo en aves, falta de oxígeno con la consiguiente mortandad de peces, caza auspiciada consistorialmente a la que se une el furtivismo, avalancha de sedimentos, inviabilidad de vegetación acuática y subacuática. La Albufera se muere. “Entre todos (todas) la mataron y ella sola se murió”, recoge el dicho popular.

Desde mil novecientos veintisiete el Ayuntamiento de València posee la jerarquía del lugar ¿qué se ha hecho durante tanto tiempo para salvaguardarlo? Especies piscícolas autóctonas expiran bajo los ataques de residuos mortíferos y demás acciones de exterminio.

Cazar en La Albufera, en un principio, actividad para nobles y realeza, con el tiempo se popularizó y apretar el gatillo se convirtió en remembranza de aquellos vetustos blasones de matadores (matadoras) de alcurnia, ¿matar para significarse? Pero las nuevas generaciones, en altísimo porcentaje, no están por asesinar animales.

La entidad arrendataria (durante tres años) saca el mayor provecho de la explotación cinegética del Parque Natural de la Albufera, otorgando previa subasta los puestos en los que se ubican cuantas y cuantos matadores han pujado.

¡Rastrear el dinero para comprender discursos!

Escribe el veterinario Alberto Sordé Uralde en Cuadernos para dialogar sobre animales, editado por Altarriba, que “Imágenes de galgos ahorcados y osarios en pinares de amplias zonas de España han dado la vuelta al mundo ante la impunidad de esta tradición de la España profunda que está tan enraizada hasta en el vocabulario local: vestido de sangre, galgo sucio (el galgo inteligente que no sigue los quiebros de la liebre y toma el camino más corto), o dejar a un galgo escribiendo a máquina (ahorcamiento lento por haber “humillado” a su propietario con un pobre rendimiento). Son más de 50.000 galgos que calculamos se abandonan, mata o ahorca en España cada año, porque ya no interesan a los galgueros”, (El sí y el no de la protección de los animales en Barcelona). Así mismo, el fundador de SOS Galgos añade: “Quien maltrata a los animales generalmente sufre un deficiente desarrollo de su empatía hacia otros seres vivos ya que no interioriza su dolor”

“Maltratadores a la cárcel” se leía en verdes pancartas y letreros mostrados durante la concentración denuncia del aberrante suplicio, hasta la muerte, dado a una perra por su dueño; “Soy cazador y pego tiros a quien me sale de los cojones”, (www.galiciae.com 09/12/2019).

“No mires, que nosotros vamos a los toros”, le ordenó una mujer madura a la pequeña que llevaba de la mano cuando pasaron ante la manifestación celebrada en Valencia en denuncia del maltrato animal. Torturas, escenas de violencia y sangre se graban en el cerebro, sobre todo en aquel que se encuentra en plena absorción de información y desarrollo. ¿Qué motiva a personas adultas a alimentar las neuronas infantiles mediante vivencias de crueldad?

¿De qué sirve ser una especie más evolucionada en razonamiento lógico y abstracto si nos arrogamos el derecho a infligir padecimientos a otras especies que neurobiológicamente poseen similar capacidad cerebral de miedo, dolor, sufrimiento y placer? ¿Tan acoquinados están los cerebros pensantes del poder que tienen que blindar económicamente o apoyar atrocidades propias de siglos pasados?

“¡Ojalá (todas las personas) pudieran vivir con un animal!”, confiesa la joven activista vegana y bloguera Carlota Bruna que, con una sonrisa y la compañía de Chispita, su conejita, trata de gestionar el hecho de que algunos de sus familiares cazan.

“Aún recuerdo las plumas que salieron volando tras el disparo”, relataba una mujer mayor de su experiencia infantil acompañando en la caza de pájaros a su padre por la sierra de Aracena; afirmando que nunca ha olvidado como desapareció aquel pajarillo.

“Justicia para Alma”, tiroteada, apaleada y arrastrada hasta la muerte. Todo quedará en cruenta noticia y, tal vez, una multa. Si el cazador de Chantada (Lugo) no tiene antecedentes penales no cumplirá con una posible condena de dieciocho meses. Con casos sangrantes e impactantes como el de Alma se pone de manifiesto la ineludible necesidad de endurecer el Código Penal ante el maltrato animal.

“De los 105 Espacios Protegidos existentes en la provincia de Valencia, en 70 de ellos se habría estado cazando de forma ilegal: Parc Natural de l´Albufera, el Parc Natural Marjal Pego-Oliva, el Parc Natural Serra Mariola i Carrascar de la Font Roja y el Parc Natural de la Serra Calderona”, (PACMA, 06/11/2019). Lugares de excepcional belleza natural sembrados de plomo, pavor y muerte.

¿Qué zarandajas retóricas excusan degradaciones medioambientales y exterminio animal?

Clara es la obcecación por la vigencia del mito de la caverna de Platón como herramienta represiva del criterio ciudadano, tal como plasma en sus viñetas el septuagenario dibujante valenciano Paco Catalán Carrión, siempre activo en la denuncia del maltrato animal.

Lodos contaminados y aguas pútridas son el resultado de la especulación urbanística y el abuso agrario. La Albufera, de Zona de especial Protección para las Aves (ZEPA), ha pasado a ser un panteón del ecosistema.

Rafael Sánchez Ferlosio, Premio Cervantes y Premio Nacional de las Letras Españolas, en el capítulo: Dientes, pólvora, febrero; perteneciente a su obra Alfanhuí, escribe: “Ahí se experimentan los buenos cazadores. Te habrá dado gusto, ¿eh? Zorros, ya ves, de esos me tengo trincados lo menos cuatro o cinco. Pero de lobos, nada; sin estrenarme todavía. ¡Y el gusto que tiene que dar! ¡Vaya cosa que te entraría así por el pecho, ¿eh? cuando la vieras a ésta (una loba que está criando) pegar el barquinazo!

R.I.P. (descanse en paz), histórica y bellísima Albufera. Descanse en paz (DEP), tu natural biodiversidad y también la esporádica avifauna migrante.

¡Huid de los tiros!¡Buscad refugio seguro tanto si migráis, nidificáis o invernáis en la Albufera! ¿Dónde el descanso para sedientas aves viajeras? ¡Cuidado! La muerte os persigue hasta en los dormideros. Bragat, collverd, cua de jonc, boix, foja, morell capellut, sarset, roncadell, sivert, piulo, oca, bequeruda, ascle, baquet, serreta, polleta.

En el siglo diecisiete el aristócrata y escritor francés François de la Rochefoucauld esgrimía: “La hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud”, a lo que cabe añadir la sentencia del activista Rafa Rius: “En un océano de hipocresía, el mundo se está muriendo”.