El diálogo es el rifle de asalto en democracia, afirmo en uno de mis tuits recientes. No es ninguna ocurrencia. La capacidad de entendimiento entre los partidos de la izquierda, tan lastrada desde la Guerra Civil, se presenta hoy en día como el único antídoto eficaz para neutralizar el mayúsculo problema de gobernabilidad que afecta a España en su conjunto y a muchas de sus autonomías, ciudades y pueblos.

El gobierno conformado por Pedro Sánchez en coalición con Unidas Podemos no deja de ser, más allá de su condición inédita en lo que se refiere a la gobernanza del Estado, una continuidad lógica y coherente de los pactos suscritos en la Comunitat Valenciana o, sin ir más lejos, en Xirivella. La pretendida huella de un comunismo imposible y trasnochado que la derecha busca con ahínco no existe más que en sus delirios y su frustrante aislamiento. El Partido Popular sostiene a toda costa su condición de partido sistémico sin percatarse de la brecha que la estrategia de confrontación está abriendo entre su ideario y la España real que dice defender. La derecha se reproduce en su mismo seno pero es incapaz de expandirse. Lo atestiguan, pese a la favorable coyuntura que le supuso la sentencia del procés y los altercados en Cataluña, los resultados electorales del 10N: la derecha crece a su propia costa, fagocitándose entre sí.

Asistimos a un escenario inédito. Al PSOE lo acucian los problemas de siempre: su perfil federalista y su obstinación en respetar y entender las singularidades identitarias de cada territorio, le convierten en presa fácil de un discurso torticero y ramplón que enfrenta maliciosamente la patria con su diversidad y la defensa de la nación con el sentido de Estado. El desencaje de Cataluña en la España actual no es fruto exclusivo de la deriva independentista, ni del sistema educativo catalán, ni de la inmersión lingüística, ni de TV3, ni del patrocinio público de medios de comunicación afines. La desafección nace en la calle como respuesta al discurso belicista practicado por el PP desde los tiempos de Aznar y amplificado por las derechas de nuevo cuño. VOX y Ciudadanos no existirían sin Cataluña. Triste, cierto y preocupante.

Le corresponde al socialismo apagar ese fuego. Y nadie en su sano juicio debería juzgar nuestro intento de reagrupar las piezas del rompecabezas como un acto de debilidad o de dependencia. A los políticos se nos elige y se nos paga por resolver los problemas. Lo dijo, durante la sesión de investidura de Sánchez, el portavoz del PNV en una aclamada intervención: se impone un cambio de paradigma. El verdadero reto político del siglo XXI no es mantener los escenarios creados 40 o 50 años atrás, sino abrir nuevos cauces y transitarlos con valentía y responsabilidad.

¿Implica eso que se vaya a romper España tal y como la conocemos y apreciamos? En absoluto. En mi opinión, el independentismo ha constatado la falta de apoyo internacional a su causa y las carencias jurídicas de su planteamiento. Solo le queda perpetuar la exigencia política, legítima si se quiere. Mas deben saber que jamás habrá en La Moncloa ningún presidente, de izquierdas o de derechas, capacitado para segregar el Estado o habilitar caminos en esa dirección. La sombra de la prevaricación, cuando no un delito mayor, acecharía de forma instantánea al gobernante.

Ahora bien, rehacer las costuras entre España y Cataluña es una tarea inexcusable para ambas partes a la que cabe acudir con generosidad. Y a ese proceso de diálogo, que estará sin duda minado de desencuentros y confusiones, el Partido Popular debería sumarse sin complejos ni ataduras, demostrando así que no solamente ama la patria, sino que también la entiende y la cuida. Y remato con otro de mis tuits: el gobierno ya se ha formado, ahora le toca formarse a la oposición.