Se trata de una queja antigua y recurrente. La Comunitat Valenciana no obtiene en España la visibilidad que corresponde a un territorio que reúne a cerca de 5 millones de personas. Una población superior a la de Irlanda y Noruega y similar a la de Finlandia, por no citar a otros países europeos de menor dimensión.

Más aún: como ha expresado con frecuencia el president de la Generalitat, existe un déficit reputacional provocado por la acumulación de casos de corrupción. Combatir esa visibilidad negativa constituye una tarea que no ha concluido porque los ecos de las tropelías cometidas todavía forman parte de la partitura actual de los tribunales. Pero la visibilidad positiva, esto es, el reconocimiento del gran esfuerzo de la sociedad valenciana y la justa razón de sus necesidades, no se deslustra únicamente por la infame acción de unos pocos.

En España existen estereotipos que caricaturizan lo que somos y hacemos. Se nos contempla como un pueblo rico, sin que para ello sirvan de contrapeso las estadísticas oficiales que hablan de nuestra pobreza en renta per cápita, desigualdad y financiación autonómica. La mayoría de quienes nos visitan lo hacen por motivos turísticos. Para ellos, la Comunitat Valenciana es el lugar en el que gastan la hucha de sus ahorros vacacionales. Simultáneamente, mientras viajan por nuestro territorio, les sorprende ese frondoso mar de cultivos y pueblos que tanto contrasta con el paisaje rural presente en algunos de sus puntos de origen. Por su parte, el reclamo al que cada año acuden las televisiones estatales destaca fiestas que, como las Fallas, Las Hogueras, Moros y cristianos y la Tomatina, parecen compartir el lenguaje común de la abundancia. La conclusión de nuestros visitantes y espectadores es categórica: ¿cómo vamos a ser pobres ante semejante exhibición de opulencia y hedonismo?

Un segundo aspecto que tiende a desvirtuar la comprensión de la Comunitat Valenciana se encuentra en su caracterización económica. La valenciana sigue siendo una economía de pequeñas y medianas empresas que no suelen atraer a los noticieros. De hecho, ninguna firma de raíces valencianas cotiza en el IBEX 35 y los bancos que lo hacen los tenemos de prestado: sólo tienen domiciliada aquí su sede social; en ningún caso, la sala de mandos operativa. A lo anterior se suma nuestra carencia de medios de comunicación de ámbito español y, si acudimos a la administración del Estado, los funcionarios de origen valenciano se encuentran ampliamente infrarrepresentados, por lo que la visión burocrática de la Comunitat no cuenta con ese plus que incorpora a las propuestas legislativas el conocimiento de su diversidad.

Además, nos situamos en la zona de comunidades autónomas que suscita menores pasiones y atención entre las élites españolas políticas, mediáticas y culturales. No somos carne ni pescado en un tiempo en el que, a menudo, lo que llama la atención precisa impregnarse de emoción y dramatismo. Puede serlo la posición secesionista en Cataluña, la protesta de los agricultores extremeños, legitimada por el sustrato de pobreza de su región, o la de los agricultores castellanos-manchegos, oponiéndose con ventaja al trasvase del Tajo-Segura porque, en el imaginario español predominante, es la débil agricultura mesetaria la que se confronta a la exportadora agricultura mediterránea. Sesgos que ahora se refuerzan con el redescubrimiento de la España vacía, puesto que la Comunitat Valenciana muestra, globalmente, una elevada densidad demográfica y es tradicional receptora de flujos migratorios positivos.

Por lo tanto, la invisibilidad de la Comunitat Valenciana depende de diversos factores que incluyen, y al tiempo desbordan, los límites de la Generalitat. De ésta depende el liderazgo principal, pero las acciones necesarias para modificar los clichés y opiniones que el resto del país sostiene sobre lo valenciano conciernen, por su magnitud, al conjunto de quienes cuentan con algún tipo de voz en el resto de España. Se precisa elevar en ésta y, especialmente en la capital del Reino, el eco de esa Comunitat Valenciana todavía ausente de los telediarios y de las mentalidades abonadas a los prejuicios.