La integración social es un derecho de toda persona y, a la vez, es una obligación de nuestra sociedad crear las herramientas y los medios necesarios para que la integración no solo sea un derecho fundamental, recogido en nuestra Constitución, sino que sea una realidad. En los casos de las mujeres víctimas de violencia de género la integración social requiere, por un lado, un reconocimiento de la propia víctima de la situación de violencia que sufre. En ese caso, la víctima pone nombre a las conductas de violencia, sin justificarlas ni minimizar su problema. Es evidente que, solo desde el reconocimiento de esa situación, podrá recobrar su autoestima, recuperar su libertad, aprender a vivir sin necesidad de buscar la aprobación de su pareja, descubrir sus sueños, sus capacidades y, en definitiva, vivir en libertad y sentirse constructora de su futuro. Por otro lado, la integración social requiere un compromiso de la sociedad, porque no estamos ante un problema de un grupo de mujeres sino ante un problema de todo el cuerpo social.

Desde que hace más de 15 años se dictara la Ley de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, se han elaborado numerosas leyes y protocolos de actuación para la atención de las mujeres víctimas de violencia. La Generalitat, además, adquirió el compromiso de trabajar por la erradicación de las situaciones de malos tratos hacia las mujeres y concienciar a la sociedad en la lucha contra esta injusticia social. A pesar de que se han dado pasos durante esos años para eliminar esa violencia que sufren las mujeres, nadie ignora que dicha lacra sigue siendo un problema muy actual. Y, por lo tanto, ni podemos, ni debemos, ignorar a todas y cada una de las mujeres asesinadas y a las que siguen sufriendo violencia y/o desigualdad.

Frente a este fenómeno tan execrable, observo en nuestra sociedad dos posturas contrarias y muy radicales. La excelente filósofa, ensayista y pensadora del siglo XX, María Zambrano, afirmaba que «todo extremismo destruye lo que afirma». Desde postulados extremos, a mi entender, no conseguiremos una integración social de la mujer víctima de violencia, pues solo conseguiremos enfrentarnos como sociedad y ocultar el verdadero problema que en el siglo XXI aún seguimos padeciendo.

Las leyes ayudan a la erradicación de la violencia de género y a la integración social pero no cambian nuestra mentalidad. Para ello se requiere un gran trabajo en la educación porque, en este campo sin ninguna duda, educar es prevenir. La poetisa, trabajadora social y mística, Madeleine Delbrêl, luchó en Francia por la integración social de las clases más desfavorecidas y decía «mirar el mundo, a las personas y, a uno mismo, con lucidez y, a la vez, con abrumadora ternura». Creo que este es el camino que debemos seguir si queremos terminar con la violencia de género y conseguir la integración social. Debemos encarar el problema, porque somos conscientes que estamos ante un problema, con lucidez y con ternura, no enfrentando a los hombres y a las mujeres, como si ante una lucha de sexos nos encontrásemos, sino trabajando juntos hombres y mujeres, siendo una solo voz y una sola mirada.

Si queremos convertirnos en una sociedad madura, comprometida y responsable debemos ser capaces de integrar a todas las personas, porque cada ser humano es único e irrepetible. Cada quien ha de aportar lo mejor de sí mismo, con libertad y en igualdad de oportunidades, para ser libre de construir su futuro. Debemos soñar con una sociedad integradora, donde se respete y se integre a cada cual, con dialogo y paz, y donde se trabaje con la persona y no contra su individualidad.

Después de estar mas de 10 años trabajando como juez en un Juzgado de Violencia sobre la Mujer, sueño con la integración social de la mujer y de todas las clases sociales, como el camino para superar las situaciones de vulnerabilidad y de exclusión. Sueño con la promoción de diálogos constructivos, para que los poderes públicos, libres de cualquier ideología política, trabajen por el desarrollo de la mujer en la vida personal, familiar y social porque, solo de esta manera, conseguiremos una sociedad justa e igualitaria.