La epidemia del coronavirus está bloqueando los canales de comunicación de manera que rodos estamos aterrados por el riesgo de contagio que nos amenaza. La muerte, que en términos estadísticos se evalúa con cifras frías e impersonales, cuando se contempla de cerca es la circunstancia más contundente para cada persona y su entorno próximo.

Pero las cifras son tozudas. Me permito hacer algunas reflexiones con las que, sin restar importancia a las circunstancias presentes, quizá nos permitan relativizar «nuestro instante» con la perspectiva que proporciona la comparación con otros datos sobre la muerte.

Así pues, considerando que en España la esperanza de vida actual es de 82,83 años (la tercera más alta del mundo) nos corresponde una longevidad que alcanza los (82,83 años x 365 días/año) 30.233 días. Con la simplicidad que permite la estadística de los grandes números se puede afirmar que: ··En una población con demografía estable que tuviese 30.000 habitantes cada día corresponde morir a uno de sus vecinos. Así pues, considerando que Madrid ciudad (3.182.981 habitantes) -sometida hoy al estrés de sus estadísticas epidemiológicas- en situación normal deberá aceptar que cada día morirán, de manera natural -sin epidemias- 102 vecinos. Se puede comprobar en los registros municipales que en términos muy aproximados esa suposición es acertada. Sobre esas cifras globales de «mortalidad natural sin epidemias» hay que añadir que las condiciones geográficas de la capital de España, climatología, situación geográfica y topográfica y, sobre todo, nivel de desarrollo y modelo económico-tecnológico dan lugar, varias veces al año a situaciones límite de contaminación atmosférica. Las situaciones de «Inversión Térmica» que se producen varias veces al año, sobre todo en invierno, con buen tiempo y sin viento, la contaminación del aire se acumula sobre la ciudad, no se dispersa, y la sobrecontaminación acumulada producida en esas circunstancias da lugar a una «sobremortalidad» que hace que las muertes diarias lleguen a duplicarse (200 diarias en lugar de 100) y, según algunos estudios sumen un total, como media, de más de 5.000 muertes adicionales al año. De modo que, con o sin epidemia, nuestra forma de vida ya proporciona, en uno de los países de mayor longevidad del mundo, datos de mortalidad «natural» o «forzada por el modelo social-tecnológico», que hacen que la terrible epidemia que nos amenaza tenga por supuesto que ser contemplada con el mayor cuidado y aplicando sistemas de prevención y remedios tan eficaces como sea posible. Pero no debemos olvidar que finalmente el morirse «es lo más natural del mundo».