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Tribuna

Hora de arrimar el hombro

En su reciente discurso, aunque parezca ya lejano, anunciando las medidas que se iban a aplicar en relación con la pandemia del Coronavirus, el presidente galo insistía hasta seis veces que el país (Francia) estaba en una situación de guerra.

Más ponderada, en tono menos dramático, en un acto similar, la cancillera alemana afirmaba que los efectos de la misma serían equiparables a los de una guerra, y que estábamos viviendo a nivel colectivo la tragedia más importante desde la segunda contienda mundial.

Por su parte, nuestro presidente, por las mismas fechas, nos anunciaba sin tapujos los días, las circunstancias y las vivencias fuertes, crueles y duras por las que íbamos a pasar.

Voces han surgido diciendo que la comparación con una guerra es exagerada e inoportuna y así nos parece. Un conflicto bélico se produce cuando dos colectivos humanos se enfrentan uno contra otro. Es lo peor que puede ocurrir al ser humano, la más lamentable y temible de las desgracias, y aquí, sin tanta falta de fortuna, no estamos en esa evocada situación. El enemigo es un bichito, un virus que, aunque invisible, está ahí, (¿lo dudábamos, lo poníamos en cuestión, éramos incrédulos?), causando unos efectos desastrosos que a todos nos dejan pasmados.

Así y todo, las consecuencias de la guerra son más devastadoras, incomparables con esto, bien sea dicho que todavía no hemos visto el final, a nivel de sus inconmensurables repercusiones económicas, y, aún mucho más importantes, en las relaciones humanas, sufrimientos físicos y psicológicos, que perduran, es obvio, no sólo el tiempo de vida de la generación que la ha sufrido, sino que lo sobrepasan, se trasladan y sobreviven cuando menos a la generación inmediata posterior.

En la paz la mayoría de los problemas tienen solución, con el diálogo y la colaboración solidaria de todos, es evidente, no obstante, que algunos resultan ineluctables, claro. Estos episodios nos deben hacer reflexionar a los ciudadanos sobre nuestra condición humana, nuestra debilidad, nuestra vulnerabilidad, nuestra impotencia€, y ayudarnos a sacar las consecuencias oportunas.

Nos está tocando vivir estos días enclaustrados en casa, algo impensable, insospechado, inédito. Testigos de los esfuerzos sobrehumanos que son requeridos a los colectivos de profesionales que han llevado el peso de la pandemia o de cómo, a no más de 10 o 15 metros de mi ventana, se oía hasta hace unas horas el clic, clic, constante de la paleta de ese albañil que ha tenido que seguir asistiendo un día tras otro, sin tregua, al tajo; he pensado que no es equitativa la situación y me ha creado inquietud no poder arrimar el hombro de una manera mucho más activa.

Por eso, ante tantas emociones que estamos viviendo, enfermos que sufren, profesionales de la medicina y todos los colectivos que trabajan denodada y ejemplarmente para superar la situación, hemos de dar paso a la razón y no quedarnos en el lamento o la especulación de lo que pudo haber sido, sino analizar lo que podemos y debemos hacer en adelante, para amortiguar lo más posible sus efectos negativos. Como dice un proverbio francés, lo peor no siempre es seguro; hemos de evitarlo, frenarlo y al menos reducirlo a sus mínimas consecuencias.

En el primer día de confinamiento obligado pasé por mi centro de trabajo para ver cómo estaba la situación y recoger a la vez todo el material que me permitiera mantener la actividad en casa durante esos días, breves en la predicción inicial. El aspecto me pareció bastante desolador; un lugar, con bastantes cientos de trabajadores habitualmente, casi cerrado, limitado a tramitar las urgencias.

Se habla mucho de los efectos económicos inevitables que va a producir la pandemia, a nivel productivo, presupuestario, laboral, etc.; pero hay otros no menos importantes, en el terreno de la educación, el atasco en los procedimientos judiciales, en los expedientes administrativos.

Al mismo tiempo, en el lodazal de confusión que algunos se afanan en crear, ya han circulado por las redes sugerencias como quitar o reducir el sueldo a los colectivos de políticos y funcionarios cuya tarea cotidiana se ha visto interrumpida, mermada, dificultada o condicionada por la situación de confinamiento.

En la tragedia que estamos viviendo es irracional intentar distinguir que unos son buenos y otros no tanto, no hay ni buenos ni malos, estos calificativos no son pertinentes, están, sencillamente, los que en situaciones excepcionales asumen su papel y los que lo rehúsan, no afrontando sus responsabilidades o intentando cargarlas en las espaldas de otros.

Hemos oído también que ha sido planteado por algunos la conveniencia de acabar el curso escolar ya, ¡en marzo ¡, u otras soluciones rebuscadas a adoptar. Pues bien, considero que tenemos tiempo por delante y, en los meses del verano, un colchón que nos permitiría recuperar el tiempo perdido, buscando soluciones imaginativas y comprometidas, las hay, sin duda. Ante situaciones excepcionales solo caben respuestas de la misma naturaleza, o dicho en otros términos, aplicando el axioma, «a crisis inédita respuesta inédita».

Sería una muestra de generosidad, de solidaridad hacer un esfuerzo adicional y dedicar todo ese tiempo a reparar los baches del camino y llegar al otoño como si nada hubiera ocurrido, en aquello que tiene remedio.

Se dirá que ningún partido va a proponer ni tampoco defender, iniciativas que nos exijan más sacrificios, lo cual no es nada sorprendente, salvo que de una propuesta unánime se tratara, sin reservas, de todos los grupos, por cuanto que aquél que lo hiciera aisladamente podría estar cometiendo un suicidio respecto a sus probabilidades electorales futuras. Decía Jean Claude Juncker, anterior presidente de la Comisión Europea, en una entrevista que «los políticos sabemos lo que hay que hacer, pero no sabemos cómo ser reelegidos después de hacerlo».

Por eso las iniciativas deberían brotar desde las bases, con el impulso de los interlocutores sociales: sindicatos, asociaciones profesionales, tan apuestos y dispuestos a la crítica, pero menos a la construcción y apoyo de iniciativas. Es el momento adecuado para plantear cuestiones y organizar la respuesta. Sería la cooperación más noble que a la sociedad podríamos prestar.

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