Mi agradecimiento al periódico Levante-EMV por incentivarnos a reflexionar sobre la emergencia sanitaria que padecemos y, concretamente, invitarnos a pensar en el «después del coronavirus». Quiero empezar diciendo que Josep Vicent Boira, autor del reciente y magnífico libro «Roma i nosaltres. La presència de valencians, catalans, balears i aragonesos a la Ciutat Eterna», poco podía imaginar que su ensayo „y guía de viaje„ se iba a convertir en un testimonio emocionante de los tiempos que se nos acaban de ir. No sabemos por cuántas semanas, o meses, nuestra cotidianeidad continuará tan transformada: así, ni podemos recorrer las calles y plazas de Roma, ni las de Barcelona, Madrid o Lisboa, ni las de Morella, ni las del barrio valenciano de Russafa.

Y lo que acabo de decir, a pesar de reflejar una cuestión relevante, no constituye más que un aspecto absolutamente periférico entre los retos que definen la coyuntura que vivimos: de resultas de la pandemia, sabemos que se muere, y mucho, y que en los hospitales sufren personas de diversas edades; observamos la ingente pérdida de puestos de trabajo; reconocemos el esfuerzo, el sacrificio y la angustia de profesionales de multitud de ramos (que en bastantes ocasiones enferman y mueren); reseñamos fraternidades inéditas en comunidades de vecinos y barriadas; detectamos, contrariamente, egoísmos minúsculos y mayúsculos (incluso protagonizados por ex-presidentes del Gobierno de España); leemos odio puro y duro en las redes; nos brotan las lágrimas ante la curación de congéneres; o, por último, reímos con los ingeniosos whatsapp que nos envían. En resumen, vemos a los héroes y a los mezquinos, como corresponde a la naturaleza humana.

Pero, ¿cómo queremos salir de esta? Personalizando: ¿cómo quiero que sea mi «mundo» futuro? Soy un ciudadano que tiene el privilegio de dirigir un museo público. Así que, como mínimo, cierta querencia hacia la creación cultural se me supone. Y también soy una persona que vota en todas las citas electorales, porque tengo mis opciones ideológicas y una determinada cosmovisión de cómo ha de ser la res publica. Y esta zozobra que dura unas cuantas semanas, y durará unas cuantas más, no ha borrado mis convicciones. Es más: las ha afirmado.

Creo que puedo resumirlo con contundencia: no quiero que, como en ocasión de la crisis de las hipotecas basura, la deuda soberana y el euro, las clases medias y bajas de la Europa mediterránea volvamos a ser castigadas. Ni hasta la extenuación, como entonces, ni en grado alguno. No quiero volver a ver recortes en la sanidad pública y, en paralelo, privatizaciones alegremente coreadas por el mantra neoliberal. Y es que, para qué disimularlo, lo que no quiero es que vuelvan a aplicarse los dogmas neoliberales que, trabajosamente, muchos intentan blanquear vía twitter.

Seguiré con la sinceridad: afirmo, como tantos otros, que, cuando pasan «las maduras» y vienen «las duras», las recetas de las últimas décadas „abrazadas por todas las derechas que en el mundo han sido y son, pero también por decisores autodenominados de izquierdas„ se van al garete. Como anunciaba la OMS en setiembre de 2019, y tras las políticas de desinversión alabadas por ciertos gurús económicos, la situación de la sanidad pública en el mundo es de tal naturaleza que, ante un envite como el que se ha desatado, la tormenta se vuelve perfecta. Solo nos salva, en la medida en que se dispone, el personal que hace posible la atención sanitaria con su entrega absoluta: aquí, en el ámbito autonómico valenciano, y donde quiera que miremos.

Estas son mis prioridades como ciudadano en general (del planeta al municipio). Y como ciudadano responsable de una entidad pública dedicada a la difusión de la cultura, más de lo mismo: dando por hecho lo absurdo que sería programar fastos y alharacas, no quiero ver de nuevo la liliputización de los presupuestos institucionales dedicados a la creación cultural y a la exhibición de la misma. Se hizo hace más de una década y, seguramente, una intención semejante anidará, cuando salgamos de esta, en determinados círculos. Lo querrán hacer porque, en algunos ámbitos de decisión, se olvida que la humanidad no puede concebirse sin exposiciones, sin «titiriteros», sin ediciones de libros, sin video-creaciones, etc., etc. Por no hablar de los puestos de trabajo que la industria cultural crea y contribuye a sostener (imprentas, empresas de diseño y montaje, técnicos especialistas, etc., etc.).

Me gustaría hacer una reflexión final que viene al tajo de la primera exposición que el MuVIM, el Museu Valencià de la Il·lustració i de la Modernitat que actualmente dirijo, realizó de la mano del nuevo equipo rector: se inauguró en 2016 y llevaba por título «La modernitat republicana a València». Pues bien, ante el tenor de recientes y antiguas noticias sobre la conducta de miembros de la monarquía española, les he de confesar que ardo de curiosidad por saber si, cuando esto acabe, la cuestión de la forma de estado reaparecerá en la agenda. O, mejor dicho, de qué manera lo hará.