El coronavirus se ha criado principalmente en España y en Italia porque son dos países donde se puede hacer lo que a uno le viene en gana y los gérmenes pueden llevar una existencia plácida como en ningún otro país en Europa. ¡Lo feliz que lo pasó el virus de la hepatitis C con el anterior gobierno de Rajoy, que no quiso sacrificarlo en el cuerpo de los españolísimos porque no venía bien malgastar dinero público en algo que mata a unas equis personas pero sólo un poquito! ¡Y aquellos recortes para la prevención del virus del VIH de un 66 por ciento! ¡Y con qué regocijo han acogido la derecha y la ultraderecha al Covid19, que casi uno diría que le miran a los ojos con embeleso para atraer votantes!

Queda pues claro que los virus son de ideología ultra liberal, a tenor del empeño de chinos, cubanos y venezolanos en combatirlos. Viven a tutiplén en las carencias de nuestro sistema sanitario, en las residencias de ancianos, se sienten amparados por nuestras costumbres, por nuestras leyes, por nuestro sistema económico, por nuestro modelo cultural y educativo, por nuestro fervor religioso y por ese ¡que inventen ellos! con el que hemos regalado al mundo nuestros más jóvenes cerebros científicos.

Algunos nos hemos visto tachados como «vendidos a la industria farmacéutica» por criticar que en nuestras universidades se haya llegado a poner como materias de estudio la medicina china -la tradicional, claro- y la homeopatía, dos ciencias que se han quedado mudas para combatir las muertes mediante agujas clavadas en nuestras líneas de energía o diluyendo el virus a escala infinitesimal en agua para ingerir su curativo recuerdo.

Y qué regocijo entre los gérmenes en general que la intoxicación mediática esté todo el día calificando la toma de cualquier decisión, hasta la de controlar el movimiento de la población por móvil, como una tiranía. ¡El pueblo obrero necesita trabajar, los empresarios mover sus negocios, el gobierno bolivariano se lo impide! La València fallera quiso salir valientemente a la Cridà, con nuestro alcalde detrás de la fallera mayor como en los mejores tiempos del caloret y no crean que se está aprovechando este tiempo libre de reflexión para que las comisiones debatan si deben mejorar el medio ambiente con monumentos menos contaminantes o si es mejor usar el dinero en prevención de los males en las aglomeraciones o, llámenme loco, en prevención y ciencia. No: se aumentó el presupuesto de los monumentos en un 62 por ciento.

Al menos el chef José Andrés sí se ha preocupado de que a los más necesitados no les falte comida gourmet y ha enviado dinero desde Washington para que cocinemos esas cosas que, como decía Susanita, «le gustan a los pobres». Claro que tras meses de cocina casera intensiva, cualquier español ha tenido ocasión de convertirse en su propio master chef.

En la novela de Azcona «Nene, los muertos no se tocan», hay una escena en la que Fabianito suspende la seducción de la criada cuando al mirar hacia arriba ve sus negras fosas nasales. Tiene entonces una iluminación muy similar a la de Jean Paul Sartre en «La Náusea» viendo las raíces de un árbol. Sartre describió también el antisemitismo como la definición de las creencias del otro para convertirlo en algo ajeno. Es una mala fe que parte de nuestra falta de definiciones exactas, debido al desprecio absoluto de los filósofos y pensadores en España. En València, debido a los años que Amadeu Fabregat invirtió en vertebrarnos culturalmente con programas de gusto popular. Menos mal que ya se ha ido hilando nuestro tejido audiovisual autóctono. Ha cristalizado tras tantas aportaciones en lo más parecido a un programa de Monleón mezclado con consignas ideológicas: la santa misa televisada.

La «mala fe» voluntaria en la definición de las cosas se puede aplicar a la islamofobia, a los que deslegitiman a Sánchez y a Iglesias, al discurso republicano en EE.UU, a los que proclaman que sólo son españoles, catalanes, vascos, gallegos o valencianos los que piensan como ellos o a los que califican a las mujeres de «feminazis» hasta que han salido feminazis reales como Cayetana Álvarez de Toledo, que abarca este dual concepto, pero no se lo aplica.

El problema de la ausencia de definiciones y de ideas es que crea un terreno, sin defensas críticas, abonado para toda clase de infecciones en nuestro sistema. Pero no contentos con no poner remedio (porque todos de alguna manera nos alimentamos de esta infección generalizada en lo que queda del enfermizo y decadente capitalista) nos deleitamos, en la confusión y la conjura, contra de la más mínima higiene moral.

Es como estar semanas en pijama y sin cambiar las sábanas. Estamos en lo más sublime del arte del encurtido. ¡Qué agusanadas están nuestras relaciones familiares! ¡Qué gangrena en el arte! ¡Qué podredumbre en nuestros contratos! ¡Qué purulencia en nuestra justicia! ¡Cómo apestan nuestras instituciones!¡Qué rancio nuestro sentido del humor! ¡Cuántos sobornos, cuántos vicios, cómo mana la hipocresía! ¡Qué fermentos encontramos en nuestros cuerpos de seguridad, en algunos sindicatos! ¡Qué carroña en el periodismo! ¡Qué deterioro en la agricultura, en la industria, en la ciencia! ¡Qué sabor a picado tiene nuestra igualdad! ¡Qué maravillosamente descompuesta está nuestra historia! ¡Cuántas alimañas se alimentan de estas carroñas!

En un país donde hemos padecido resignadamente la libertad de disfrutar de cuarenta años de dictadura, donde los caciques de todo signo declaraban con razón que somos el país más liberal de mundo, es complicado comprender que a las tres semanas de confinamiento la gente empezara a estar inquieta por salir a disfrutar de nuestro hedonismo conquistado. Puede que ahora algunos se tengan que comer ese hedonismo con patatas y fijarse un poco más en cómo algunos hemos conseguido, sin infectarnos, atravesar estoicamente el desierto de ideas y propuestas. Ideas y propuestas que no fueran el reemplazo nepótico en lo administrativo y lo empresarial; o la muy poco original organización en pequeñas mafias de influencia destinadas a hacer callar a todos los que no pensaran que la gente es tonta y necesita ser engañada.

«Ganaremos. Venceremos. Resistiremos. Cuando salgamos tomaremos esas cervezas, ese café, haremos ese viaje, te voy a abrazar y te voy a querer mucho.» ¿Por qué no lo hicieron cuando estaban a tiempo y no había un riesgo mortal en el aire? Luego preguntas a cualquiera «¿Qué haces?» Y te responde: «Encerrado en casa, como todos.» Si algo no nos va a salvar del abismo va a ser esperar a que algo ocurra. Alguien tendrá que sacar el ideal que la gente alberga dentro, que dignifique lo que se ha llamado el buenismo, le ampute la podredumbre sentimental romántica, y lo convierta en la vacuna del mal de este siglo. Y ese alguien no puede ser más que usted, así que no pierda el tiempo.