En mi último viaje a Benin, encontramos a Viviane en un puesto del mercado de Cotonou. Viviane tiene 11 años y fue una de las últimas niñas que entró en el programa de alfabetización acelerada que apoya la fundación en las zonas rurales del país. Allá donde la pobreza se huele, se escucha, se siente... Nos recibe con la alegría de sentirse reconocida a pesar de lucir un vestido tres tallas más grandes que la suya, agarrado al hombro con nudos mal atados y remendado con hilo descolorido. Pronto constatamos que su madre la había «emplazado» en una familia de la ciudad por unos cuantos francos. «Emplazamiento familiar»: palabras demasiado suaves para hablar de esclavitud infantil.

En el mes que llevamos de confinamiento, son varias las ocasiones en las que he sentido la sensación de hartazgo que produce la falta de libertad. Entonces pienso en Viviane y en su corta vida confinada en un cuarto de dieciséis metros cuadrados donde pasa horas y horas cribando trigo, cocinando o limpiando para sus jefas. Se contentará con comer las sobras al final del día y dormir en el suelo; eso sí, bajo techo. Es una vidomegon. La nueva forma de esclavitud en Benin€ niños y niñas de 5 a 15 años que son vendidos a veces por cantidades tan insignificantes como 30 euros, por sus familias, para realizar trabajos domésticos o pesados a cambio de comida y refugio. Lejos queda el sentido primario del término, cuando la familia sustituta proporcionaba una educación y futuro al niño en situación vulnerable. A pesar de que Benin no aprueba la esclavitud infantil, ni el matrimonio infantil, ni siquiera el trabajo de los menores de 14 años, los pequeños cargando piedras en las obras, vendiendo o limpiando en los mercados son parte del decorado urbano. Muchos de ellos no tienen identidad, son abusados físicamente y susceptibles de ser traficados hacia otro destino de África.

Viviane es solo la imagen de 10 millones de niños y niñas esclavos que hay en el mundo, según el Índice Global de Esclavitud (GSI). Una de cada cuatro de las más de 40 personas que viven en condiciones de esclavitud en el mundo son menores de edad. Aunque Corea del Norte encabeza el listado de países con más esclavitud moderna, el continente africano es el que, sin duda, más sufre los estragos de un problema que a cualquiera que mire un poco más allá de su ombligo le debería remover la conciencia y hacer algo por finiquitarlo.

Y es que, la esclavitud infantil atenta contra todos los derechos humanos universales, sea cual sea su forma. Pero lamentablemente, parece que es cosa ya no del pasado sino de la lejanía, de otros mundos y otros continentes. O al menos, lo era hasta ahora. Ahora cuando el «a mí no me puede tocar» se ha convertido en «nos puede tocar a cualquiera».

Dicen que los seres humanos nos estamos volviendo más empáticos. Dicen que saldremos más fuertes, más resilientes, más solidarios. ¿Seremos capaces, entonces, de aplaudir desde nuestras ventanas, a tantas y tantas personas, voluntarios, cooperantes, organizaciones invisibles que están realizando acciones por erradicar la esclavitud infantil?

Aplaudamos a aquellos que trabajan por sacar a los niños soldados de zonas de conflicto, como Libia. En estos contextos donde además de la libertad, se les priva del derecho a vivir.

Aplaudamos a aquellos que denuncian y que luchan contra las redes de prostitución infantil. Miles de niñas son traficadas, abusadas, presas de miedo, enfermedad y violencia de todo tipo.

Aplaudamos a aquellos que trabajan por el fomento de la educación. Porque la educación es el motor del desarrollo en los países empobrecidos. Porque la educación ofrece herramientas para levantarse contra los proxenetas, contra los despiadados traficantes de vidas que antes venían del norte con cadenas y clavos, y ahora, con la globalización, están por todas partes, escondidos tras las máscaras de salvadores en medio de la miseria, el hambre y las guerras.

Aplaudamos a aquellos que salen de la esclavitud y logran superar el trauma y la victimización para ser referentes de otros y recordarnos que sí se puede.

Lo más probable es que nunca se llegue a celebrar el día internacional contra el Coronavirus. Que esta pesadilla que estamos viviendo quede en los libros de historia como la anécdota que fue superada con éxito por miles de millones de ciudadanos con unión y solidaridad, pero sobre todo por dirigentes, científicos y multinacionales. Sin embargo, desde Fundación por la Justicia nos atrevemos a seguir recordando que el 16 de abril celebramos el Día Mundial contra la Esclavitud Infantil. Y es que, lejos de desaparecer, cada año son más las víctimas de un fenómeno para el cuál la vacuna ya fue descubierta hace siglos. Una vacuna gratuita, básica y accesible para todos, o que al menos, lo debería ser, en un mundo donde primaran de verdad los derechos humanos: La libertad.