En las seis semanas que llevamos de confinamiento los que han podido y han querido están aprovechando para leer. Sin poder deambular por las librerías, se venden títulos online, sobre todo, electrónicos, pero como en tantos otros sectores, el cierre físico es demoledor. Ayer, en el Día del Libro se hacía recuento de las pérdidas. Muchos hemos adquirido bonos a cuenta de las lecturas que nos recomienden nuestros libreros cuando podamos salir. Mientras, siempre tenemos pacientes ejemplares en casa, unos olvidados, llegados en algún momento inoportuno, ansiosos de ser descubiertos; otros, dispuestos a ser releídos, por si fuera posible volver a sentir similar placer al de la primera vez.

Habitan en nuestras estanterías, producto estrella imprescindible en cualquier hogar que se precie, ahora luciéndose en las miles de reuniones, conferencias y clases virtuales, en las conexiones en los telediarios y los programas de televisión que abandonaron los platós.

Los expertos recomiendan fondos neutros para no despistar al espectador, pero triunfa la opción de enseñar una bonita estantería llena de libros. No cuesta imaginar a algunos colocando todos los libros posibles y estratégicos objetos decorativos en este universo de selfies. Ya no es solo cosa de reyes, en sus contadas alocuciones televisivas, disponer cuidadosamente las fotos y quién sale en ellas. La conversación generalizada a través de la pantalla ha democratizado definitivamente el posado. Hay que elegir bien el encuadre ya que no podemos lucirnos con el peinado. Naturalmente, los fondos de estanterías con libros se han agotado en las plataformas de venta online, bromean en las redes; disponibles con figuras de Star Wars, aclaran.

Entramos en las casas de famosos y también de compatriotas anónimos a los que no hubiera pagado el ¡Hola! por enseñar su salón. ¿Tienen enciclopedias de los setenta, catálogos de arte, libros académicos o técnicos? ¿O son todo novelas, ordenadas por los colores de las editoriales? «Mira qué leo y te diré quién soy», creemos, al escudriñar ese fondo que seguramente nos descentra de lo que se está diciendo.

No todos lo hacen, obvio, pudorosos de exhibir unas estanterías repletas de recuerdos que queremos tener siempre a la vista, escaparates de vidas no aptos para el consumo indiscriminado. Por otro lado, también es determinante la logística: espacios limitados y disponibilidad de portátil para encontrar paredes desnudas. Lo más profesional es aplicar un difuminador de fondos con mensaje claro: «Mírame y escucha lo que tengo que decirte sin entrar en mi intimidad», ese mundo que tanto nos gusta en todas sus vertientes y que este confinamiento está desbordando haciendo convivir de verdad a muchos que apenas pasaban unas horas juntos. Las 24 horas del día entre cuatro paredes, con más o menos espacio y poca escapatoria. Por eso Mercedes Milá ha comentado que en esta situación mucha gente entendería mejor cómo funcionaba «Gran Hermano», el reality que ayer cumplía 20 años en España, del que se ha escrito mucho aunque pocos libros se vieron. No piensen que los concursantes leían menos que los dueños de esas estanterías que vemos en televisión, no juzguemos, no lo sabemos; simplemente la lectura no es una actividad apropiada en los programas de convivencia. Demasiada quietud y silencio. Ideal para la vida real, pensarán demasiados.