Siglo XXI, quien lo diría. Cuando parecía que ya habíamos vencido al hambre y estábamos a punto de controlar las peores enfermedades, aparece el virus que ahora se pone aquí, ahora se pone allá y en unos meses es capaz de atenazar a medio mundo. El año 2020 será recordado por el enfrentamiento de la humanidad a un virus que ha sido capaz de crear miles de muertes en tiempo récord y a nivel global.

Una situación excepcional que nos ha desbordado, tras un primer control, obligando a establecer acciones preventivas impensables. Recortes en derechos y libertades para defender la vida y minimizar una catástrofe que apareció a lo lejos y se extendió rápidamente en este mundo globalizado donde todo viaja a velocidades inusitadas, controladas solo por unos pocos.

Sube la curva, baja la curva. La información llena todo el espacio y de repente el uso de vocablos preventivos se hace coloquial, algo positivo porque la cultura preventiva escaseaba y todos los días hay una buena transmisión didáctica sobre prevención.

Pero esa buena transmisión, esa imagen, no se traslada del mundo de la información al mundo del trabajo, en el que la prevención siempre ha sido considerada un gasto. Los accidentes y las enfermedades profesionales, en suma, la salud y la vida de las trabajadoras y los trabajadores, un mal menor que se computa a nivel estadístico y a nivel económico.

Nunca se había hecho bien el trabajo preventivo y menos en tiempos de crisis donde los recortes implicaron mayores riesgos y donde la avaricia dejó a la clase trabajadora expuesta y con índices de accidentalidad irreverentes.

La nueva situación nos ha dejado ver las graves carencias en prevención de riesgos laborales a la vez que grandes profesionales han dado todas sus fuerzas, incluso su vida, para torcer la famosa curva, pero sin las garantías de seguridad suficientes.

Hay que aplaudir a todos los profesionales que realizan su trabajo de forma encomiable, pero aunque el ser humano se tropieza dos veces en la misma piedra, debemos sacar algunas lecciones para prevenir de forma eficaz.

Es necesario un servicio público potente y universal para garantizar la salud y los cuidados de toda la ciudadanía. Ganar dinero con estos servicios es precarizar las condiciones de trabajo y con ello la prevención.

Hemos descubierto que "no todo vale por la pasta" y que necesitamos hacer aquí nuestros zapatos, porque si nos vienen mal dadas, estaremos descalzos. Generar industria e investigación suficientes es nuestro primer objetivo.

Hay que afirmar que la vida está por encima de todo y garantizar las condiciones de seguridad y salud necesarias cueste lo que cueste. Hacer oídos sordos de quienes intentan sacar partido de las muertes frente al valor de la solidaridad y la responsabilidad demostrada por la ciudadanía.

Urge asumir que esta inversión vital tiene un coste y que hay que pagarlo entre todos y eso significa una redistribución de la riqueza y una fiscalidad que nos permita desarrollar el proyecto de sociedad del bienestar.

Finalmente, un cuestionamiento necesario, porque hablamos de prevención y los servicios de prevención estaban confinados. Ni han evaluado, ni han redactado procedimientos de trabajo, ni han asesorado, ni han resuelto. Eran unos de los llamados a realizar una importante labor, pero han sido los grandes desaparecidos. Este 28 de abril, paremos el COVID19, recuperemos la importancia de la prevención, para siempre