La crisis del coronavirus y el confinamiento de los europeos en sus casas han devuelto el interés por las bondades de la Dieta Mediterránea. Los riesgos de la vida sedentaria que nos hemos vistos abocados a asumir estas semanas, efectivamente, han puesto en valor las claves de su éxito, basado en el consumo diario de fruta, verdura y legumbres, en la moderada ingesta de alimentos de origen animal y en la eliminación de los precocinados y comida rápida. Es la fórmula nada secreta contra la obesidad, las enfermedades cardiovasculares y ahora también -en el caso de los cítricos- un medio para reforzar el sistema inmunológico frente a la amenaza de infecciones.

El dossier «El zumo de naranja en la Dieta Mediterránea», un documento publicado en diciembre que recoge los principales estudios y aspectos -nutricionales y saludables- más contrastados de este ancestral modo de consumir cítricos, fue una buena aportación con la que contrarrestar una buena cantidad de bulos y reportajes basados en investigaciones interesadas, de parte. Eran informaciones que desacreditaban sin fundamento al zumo de naranja, al procesado e incluso -en el colmo del atrevimiento- al natural. A la hora de la verdad, sin embargo, cuando la amenaza se ha tornado en pandemia infecciosa, los europeos -mediterráneos o no- han vuelto a apostar por la sabiduría popular, por el conocimiento más asentado y reconocido ampliamente entre la Ciencia -la escrita con mayúsculas- y han vuelto a resituar al zumo en el desayuno y a la naranja en un lugar prioritario del frutero de la cocina. En el prólogo de la referida obra, el catedrático de Medicina Preventiva de la U. de Las Palmas y presidente de la Academia Española de Nutrición y Ciencias de la Alimentación, Luís Serra, destacaba la dualidad de la naranja y su zumo por su «valor cultural» como puente entre ese saber y la nutrición, «como postre, en el desayuno o como snack».

Afortunadamente y gracias a ese conocimiento tan intrincado en nuestra sociedad, la expansión del Covid-19 ha disparado la demanda de naranjas. Toda crisis tiene su reverso y en esta dramática situación, por lo menos hemos visto con satisfacción cómo los precios pagados a los agricultores se han duplicado o triplicado en relación a los obtenidos la pasada temporada. Los operadores citrícolas han podido compensar a los agricultores por tanto sacrificio y riesgo asumido para mantener el suministro porque el mercado lo ha permitido. Los gastos -en el transporte de los jornaleros al campo, en los almacenes de confección y en la logística hacia los puntos de venta- se han disparado a causa de las necesarias medidas de bioseguridad para los trabajadores y por la falta de retorno de carga causada por el parón económico. Los consumidores, todo hay que decirlo, ni siquiera han percibido que todo este proceso haya encarecido el producto más que unos céntimos, si acaso. Pero, entre tanta tragedia humana y desastre económico, este final de campaña ha permitido introducir una nota de optimismo.

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De ahí que resulte tan impertinente -por poco pertinente-, inoportuna -por el momento en la que se ha lanzado- e incluso grotesca -por lo ridículo- la campaña publicitaria que ahora ha retomado García Carrión para promocionar su zumo. En los spots que podrá escuchar en radios y televisiones nacionales, una voz lanza el siguiente mensaje:

«¿Sabía usted que la naranja, una vez cogida del árbol, va perdiendo propiedades? Por eso Don Simón ha hecho una planta única en el mundo, rodeada de millones de naranjos para poder exprimir la naranja una a una, recién cogida del árbol» (€)

Se trata de un mensaje viejo, lanzado a finales de 2008, que ya entonces soliviantó a las asociaciones agrarias, que protestaron enérgicamente e incluso llegaron a presentar una denuncia ante Autocontrol (Asociación para la Autorregulación de la Comunicación Comercial). García Carrión se comprometió a retirarlo pero lo ha vuelto a usar en ocasiones como la actual, cuando la positiva inercia del producto en fresco lo ha permitido.

¿De verdad alguien entiende que pueda haber una relación de competencia entre el zumo y el fruto del que procede? ¿A qué «propiedades» se refiere? Ante un eslógan tan confuso y ambiguo como éste, uno ha de reducirse a remarcar lo evidente: las naranjas -como cualquier fruta- pierden frescura desde que se recolectan, pero ¿es acaso el zumo procesado más fresco que las naranjas frescas? (sic)). ¿Hay algún beneficio, más allá de una bonita estampa, en el hecho de instalar una planta en medio de una gran finca de naranjos? ¿Acaso las naranjas que García Carrión adquiere en Sevilla, en Valencia, en Murcia o Tarragona y transforma en esa fábrica de la provincia de Huelva dan un zumo con menos «propiedades» que el exprimido con los frutos de la finca que tiene alrededor?