Primera semana de la transición a la nueva normalidad. Tiempo caluroso. Nos ha llegado el primer golpe intenso de aire sahariano. La gente salta a la calle. No aguantamos más en casa. Hace nada, cuando veíamos a una persona con mascarilla por la calle, nos parecía algo raro y delicadamente nos apartábamos de ella, por si acaso. Ahora ocurre lo contrario. Nos resulta sospechosa la gente que no lleva mascarilla. El vecino se ha convertido en una persona a evitar y más cuando va sin mascarilla. Es una reacción humana. Nos preocupa, nos molesta el incivismo que manifiestan algunos. Corrillos que se forman en calles y paseos, donde el necesario saludo rápido, al menos de momento, se convierte en ilógica conversación, con frecuencia sin la mascarilla puesta. Nuevos corredores de fondo que van expandiendo su asfixiante respiración a chorro y pasan a tu lado como diciendo, apártate tú. Calles y plazoletas de nuestras ciudades que no están preparadas para tanto peatón de golpe. Y si bajas a la calzada para encontrar más espacio corres el riesgo de que un conductor a toda prisa pulse su claxon con mala leche, para que quede claro quien sigue mandando en la ciudad. Está muy bien el desconfinamiento, pero nos muestra también que hay vecinos de nuestras ciudades que no merecen la denominación de ciudadano en el sentido aristotélico. Este es el gran reto para las próximas semanas: comprobar si el incivismo se plasma en un repunte de afectados. Llega el calor. Querremos salir de casa y estar en la calle cada vez más tiempo. Muchas viviendas no están preparadas para vivir confortablemente cuando suben las temperaturas. Y bajaremos la guardia en el cumplimiento de las imprescindibles medidas higiénico-sanitarias. Lo hemos comprobado en los primeros días de apertura. E irá a más. Pienso en el personal sanitario; en el que ha fallecido cuidándonos y en todos los que siguen ahí al pie del cañón. Todo nuestro agradecimiento, consideración y respeto a su enorme labor. Respeto que no tiene todos aquellos incívicos que se creen los dueños de la calle, que se creen los más listos del barrio, y lo peor, que ponen en riesgo nuestras vidas.