¿Ha comenzado el día después? Posiblemente. Porque como los días bíblicos de la Creación, en este nuevo Génesis normalizado serán largos y numerosos. El pavoroso error de la derecha española jugueteando con la seguridad de la mayoría a cambio de un incierto pago de votos, parece ser el heraldo negro con el que algunos dan por enterrada la parte carnal de la tragedia para encaminarse con prisas a la segunda, a la económica. Porque en la economía también nos va la dignidad, la democracia y otras maneras de garantizar la salud. Ya se había advertido: no habría, en sentido estricto, un día después, una jornada mágica de vino y rosas. Lo más parecido que he visto son los juegos infantiles a la hora del mediodía o un paseo en domingo por la tarde, rodeado de deportistas risueños y de música alegre saliendo de todos los patios. Creo que ya lo he escrito, pero lo repito: los caminos del duelo, en una sociedad compleja, también son complejos y nadie impondrá existencialmente el suyo. Pero no hay un día después absoluto, un amanecer de clausura y apertura, de ondear de banderas sin colores y de carreras alborozadas de jóvenes hacia los besos que se les han negado por semanas. No habrá un día después normalizado -eso no ha existido nunca- en el que, después de esta penitencia, se nos aseguren los sueños decididos por mayoría absoluta y sellados con dolor y renuncia.

Pero se nos abre el futuro. Y queremos cogerlo, no vaya a ser cosa que lo cierre a poco la furia de la bestia invisible o los rigores de la necesidad. Y además queremos saber cómo va a ser. Los que hasta anteayer eran aficionados expertos epidemiólogos ahora son expertos aficionados a la prognosis. ¡Ay, cuando volverá la Liga! La buena noticia es que ese futuro no existe. Nunca existe una "cosa" llamada futuro. Está la esperanza, el estudio, la tarea: pero no hay nada ya dibujado. En realidad, todos imaginamos el futuro tal y como nos gustaría que fuera y, a la vez, todos lo imaginamos tal y como tememos que sea. Por eso, a día de hoy, los pronósticos tienen las mismas posibilidades de ser ciertos y falsos. Porque en esta etapa, en este purgatorio, lo que queda por definir es cómo vamos a aprender a pensar en términos estratégicos para la nueva complejidad. La partida la ganará quien acierte con ese diseño estratégico y, a la vez, sea suficientemente flexible y abierto como para no sentirse derrotado por cada circunstancia adversa a sus sueños.

Dicho de otra manera: la ética y la política se instalan en la incertidumbre. No es una novedad. Vivimos así desde hace bastantes años. Bauman dijo que la incertidumbre era un efecto colateral del mundo actual y alguien ha dicho también que nuestra época se caracteriza porque los efectos colaterales, los inesperados, los no deseados, superan en potencia a los efectos directos, queridos. Lo de ahora es una nueva incertidumbre. La cuestión es tratar de reducir los niveles colectivos de ansiedad y definir colectiva, democráticamente, cuáles son los límites aceptables, los sacrificios posibles. Hay toda una legión de politólogos, sociólogos, antropólogos y gente de sentido común avisándonos de esto: la hiperprotección tendrá que acabarse. La responsabilidad consiste en opinar esencialmente sobre esos límites y esos sacrificios; y actuar en consecuencia. La responsabilidad de los políticos será otra. Y bien saben los dioses que algunos colmarán sus culpas, merecida o inmerecidamente: muchos no sobrevivirán a esta oleada si no cambian su forma de hacer futuro, se despiden de sus antiguas glorias y dejan de llorar por lo que pudo haber sido y nunca será. Churchill ganó la II Guerra Mundial y perdió las siguientes Elecciones. Mas esta anécdota palidece ante los ejemplos históricos de los políticos que predicaron la nada y a la nada fueron enviados.

Pero conocemos el nombre de los mayores peligros. El mal supremo, ahora, es la fragmentación a la que habíamos sometido nuestro relato social, la forma en que imaginábamos nuestro mundo. Fragmentación asentada en diferencias reales. Pero, a veces, reinventadas o exageradas para que florecieran líderes de pocas luces y mucha ambición en la política, en las empresas, en las universidades, en las asociaciones sectoriales, en los medios de comunicación, en las redes€ que olvidaban que la brecha social sigue siendo el gran marcador del tiempo y de la vida. Una fragmentación asesina cuando desemboca inevitablemente en la insolidaridad del "no en mi barrio" y que, a base de defender intereses "legítimos", acaba por hacer inviable cualquier proyecto común. Oiga un programa de radio: saldrán sucesivamente 20 representantes de algo pidiendo fondos públicos y ayudas diversas. Y todos tendrán razón. Detrás de cada uno de ellos hay destrucción y tristeza. Todos tienen planificada su demanda. Pero casi ninguno definirá un plan de ofertas para mejorar estructuralmente la sociedad en la forma propia de los Estados modernos: con impuestos, con control del fraude, con ordenación de prioridades, con modernización -asuntos todos, por cierto, que pudieron haberse hecho antes-. La solidaridad particular -generalmente provisional- es otra cosa, que nunca ayuda a la igualdad, limitándose a amortiguar su ausencia. ¿Cómo vamos a hacer, pues, los deberes? Ahí tenemos un agujero negro.

Y sin embargo, si rascamos por debajo de algunos brotes histéricos, aparece una sociedad bastante madura. Una sociedad que nunca esperó que la resignación ante lo inevitable fuera otra vez una virtud, educada por los imbéciles de la autoayuda y el esfuerzo taumatúrgico. Una sociedad que ha sabido distinguir entre la disciplina democrática y el silencio -o el berrido- de los corderos. Una sociedad opulenta, rica sólo para unos pocos pero que, como espejo de feria y como promesa publicitaria, lo parecía para muchos que compraron desvaríos del lujo y la apariencia. Y sin embargo ahora las muestras de sensatez y prudencia han sido mayoritarias, aunque quedaran oscurecidas por esperpentos diarios que también actualmente son reyes de las portadas. Cómo mantener esa cordura en los encuentros en la nueva fase será lo más difícil, entre el acecho del bicho y esa parte, pequeña pero radiante, que sólo estima la vida pública como escenario para hacer daño, para plantar mástiles en las tripas del otro, para lucir el acero de su amenaza en las emociones heridas. Esa parte que sólo rabia. Esa chusma a la búsqueda de élites que les paguen las copas en la taberna para que no se vayan muy allá las políticas de igualdad de esos rojos. Y dentro de poco, así, todos rojos. Usted también, aunque sea militante del PP de toda la vida. Maquiavelo diría que cada cual tendrá el futuro que Fortuna otorgue, pero que a tal señora se le puede conquistar, hasta cierto punto, con valentía y, sobre todo, con la Virtud de la inteligencia. Más futuro que esto no tenemos.