Pasados dos meses desde la declaración del estado de alarma, que implicaba el reconocimiento oficial de la gravedad de la situación y la toma de las medidas pertinentes y drásticas para afrontarla, es ya momento oportuno para hacer un balance parcial de lo vivido hasta aquí.

En primer lugar estimamos que la inoportuna referencia a una guerra, para mí la palabra más horrible del diccionario, hecha por el ocurrente presidente francés y asumida luego por muchos comunicadores, ha generado una constante semántica bélica, que únicamente se podría admitir como metáfora, pero en modo alguno como una comparación proporcionada en cuanto a los efectos de ambos fenómenos. En una de mis lecturas recientes hacía alusión el autor del texto al valor que dicha imagen puede tener, en el sentido de que las mayores catástrofes no son las producidas por la naturaleza, sino las generadas por los propios seres humanos, las guerras fundamentalmente, y con ese significado la comparación puede servir para poner de relieve la extrema gravedad de la situación que ahora estamos viviendo, lo que justificaría todas las medidas adoptadas.

Como un botón de muestra sobre esta reflexión traemos a colación este ejemplo: En un todavía fresco artículo de prensa dialogaba el periodista con un señor cuya fecha de nacimiento coincidió con el desarrollo de nuestra última guerra civil, por tanto no estuvo en el frente de combate, hace ya más de ochenta años, y le comentaba éste que había escrito un libro sobre sus vivencias y recuerdos, pero que, no obstante, solo autorizaba su publicidad para cuando él ya no estuviera en vida; tales son aún en este momento los reparos que el tema produce a muchas personas víctimas directas o herederas de aquel drama. Eso no obstante, no es exagerado considerar que la pandemia, a nivel colectivo, está siendo el fenómeno social más universal, impactante, doloroso, intenso y mediático que desde aquél acontecimiento trágico se ha vivido en nuestro país y lo mismo en muchas otras partes del mundo, desde la segunda contienda mundial, en cuanto a ellos.

Deberíamos educarnos para desechar de nuestro vocabulario habitual palabras tan hirientes como guerra, combate, lucha, contienda, batalla; para pensar y expresarnos en términos no belicistas, porque dice un proverbio que "las palabras odiosas son invariablemente seguidas de actos odiosos".

Siendo fieles al título de este artículo queremos hacer un balance, evidentemente no completo ni exhaustivo, de aquello que nos parece más digno de resaltar entre lo vivido hasta hoy. Lo intentaremos desde una perspectiva positiva y creativa, pues entre las numerosas zonas de sol y sombra, es nuestro objetivo primero y absoluto realzar los valores solidarios y contribuir a fortalecer la paz y la concordia entre todos.

Los comentaristas, articulistas y tertulianos de todos los medios de comunicación coinciden en atribuir tres caras a esta pandemia: la sanitaria, la económica y la social. En cuanto a los efectos de la crisis se podrían diferenciar también dos momentos, el primero y más inmediato, al que nos vamos a referir aquí, los planes de urgencia implementados mientras los hospitales se han ido llenando a reventar de enfermos, a los que había que primero ubicar y luego curar, a la vez que el instrumental disponible iba resultando insuficiente; y el segundo momento, cuando habrá que afrontar, pasado el terremoto, la situación creada y acometer la recuperación y las nuevas acciones que será preciso desarrollar.

La crisis sanitaria: La cara más conmovedora, el efecto de mayor trascendencia, sobre el cual se han apuntado tantos calificativos que casi hemos agotado la lista. Sin duda, por respeto y compasión, es obligado reconocer el hecho que más perdurará en nuestra memoria e ingresará en los libros de historia, será la muerte de tantos y tantos enfermos, en la soledad forzada y con la angustia de sus familiares por la pérdida de las personas queridas y el dolor de no poder verlos y acompañarlos en los últimos momentos de su existencia. Y entre ellos, admiración singular merecen los sanitarios fallecidos por infección. Me impresionó el sentimiento de una señora que, en absoluta soledad, asistía al sepelio de su madre y se lamentaba amargamente de no poder verificar siquiera si realmente era a ella a quien estaban dando sepultura.

La actuación de los sanitarios, médicos, enfermeros, conductores de ambulancias, empleados de la limpieza, agentes de la seguridad y demás personal que en unas condiciones precarias y con el riesgo de ser contagiados por el virus, ha sido y sigue siendo encomiable. Honor para ellos, como hemos querido manifestarles en ese rendido, sentido y sincero homenaje con nuestros aplausos diarios a las ocho de cada tarde y esa canción que perdurará como uno de los símbolos de la odisea, resistiremos.

Hay también un colectivo discreto y silencioso que es acreedor de una mención y tributo específico por su actuación, especialmente en los primeros días de la epidemia: la Unión Militar Especializada (UME); presentes en todas partes donde podían ser útiles, igual desinfectando un local que limpiando las instalaciones de un aeropuerto, que montando un hospital de campaña; sin levantar nunca la voz, eficacia callada, sin la menor protesta o mal gesto.

La crisis económica: Derivada de la primera. La suspensión de las Fallas, por lo que a nuestra ciudad respecta, el cierre de fábricas, hoteles, restaurantes, bares, locales comerciales, centros administrativos, la paralización de los transportes comunes, aéreos y terrestres, o el mantenimiento en funcionamiento de los considerados imprescindibles para el servicio a los usuarios necesitados, arrostrando, en aras del servicio público, su escasa o negativa rentabilidad.

Es impresionante ver esas imágenes que se han prodigado de nuestras ciudades vacías, sin coches, sin gente, con los animalitos salvajes adueñándose de sus calles y parques. Quedarán grabadas en nuestra retina por muchos años que vivamos.

Este apartado podrá ser completado una vez habrá transcurrido ese segundo momento que hemos establecido, cuando sea obligado hacer el balance de todos los costes económicos, laborales, y de cualquier otro orden.

La crisis social: En este capítulo, a modo de cajón de sastre, cabe la evocación del impactante momento en el que el 14 de marzo escuchábamos en la televisión el anuncio de las medidas adoptadas al objeto de salvar todas las vidas posibles de los contagiados presentes y futuros, sin escatimar esfuerzo ni medio alguno para evitar la transmisión y extensión que planeaba como una amenazante nube de tormenta.

Destacaríamos en primer lugar la declaración del estado de alarma en todo el territorio nacional, con los efectos más llamativos de la asunción por el gobierno de España de las competencias sanitarias del país y el confinamiento de la población en sus domicilios, que llevaba aparejado también el cierre de todos los centros educativos y la prohibición de las actividades cuyo desarrollo implica conglomeración de gente: Cines, pabellones deportivos, concentraciones en plazas y avenidas, asimismo el cierre de fronteras y aeropuertos a efectos de impedir la entrada de ciudadanos de otros países. Nunca habíamos soportado unas medidas semejantes. (Su detallada descripción la encontrarán en el Real Decreto 463/2020, publicado en la BOE del sábado 14 de marzo, de fácil lectura).

En el plato positivo de la balanza hay que colocar la actuación del gobierno, justo es reconocerlo. Para ponderar la actividad de quienes dirigen la nave, pensaba yo en esa imagen tan admirable, impactante y de riesgo, que constituye la construcción de las torres humanas que se levantan en estas tierras mediterráneas. Todos unidos en la base, apoyando a los abnegados protagonistas que entrelazan sus brazos para crecer y ascender unos sobre otros, hasta alcanzar el reto anhelado. Despierta sentimientos de sano orgullo, tensión contenida y emoción contagiosa, ver el desarrollo de la hazaña y cuánto más su feliz culminación.

La tarea no era fácil, pero la afrontaron con decisión y coraje, honesto es resaltarlo, y lo han mantenido a lo largo del proceso. La transparencia también ha sido sin tacha, a través de la información puntual y exhaustiva de cuantos datos se iban conociendo, hechos se iban sucediendo y decisiones se iban adoptando. No nos parece banal reproducir el siguiente párrafo del relato que Joan Serrallonga hace de una crisis de cólera en Madrid, la metrópoli del reino, con una población entonces en nada comparable con la que hoy tiene la ilustre villa: "Fue durante el mes de agosto de 1865, sin que las desconcertadas autoridades que quedaban en la capital fueran capaces de ingeniar una previsión realista para atajar el mal con la necesaria prontitud. El número de casos fue en aumento desde septiembre y de nuevo puso al descubierto la absoluta falta de medios. En los distritos populares de la capital de España sólo quedaba un mermado cuadro facultativo, y cada médico debía atender a un contingente cercano a dos mil personas. En cambio, en los distritos acomodados como Centro o Congresos la proporción se reducía a un máximo de trescientas personas por cada galeno. Además, en octubre, cerca de sesenta mil personas han huido espantadas. La ausencia de la reina también fue comentada en la prensa y sobre todo en la opinión popular. Los aquejados de la enfermedad sospechosa se contaron por miles en la primera quincena del mes de octubre, sin que la estadística oficial diera ninguna cuenta a la angustiada opinión pública. Los periódicos de la capital buscaron afanosamente cualquier información en los hospitales, en los asilos, en los barrios pobres y hasta en los mismos cementerios, a donde llegaban cadáveres sin siquiera identificar". Han pasado muchos años, es obvio, pero no era la edad de piedra; por fortuna, una epidemia a la que podamos referirnos para colacionar no se extiende cada década; salvando las distancias, contrasta el relato con la situación de hoy.

Frente a eso, por contra, la actuación nada edificante ni ejemplar de algunos de los grupos de oposición. Están siendo bochornosos, injustos, injustificables e impresentables los ataques con todos los medios reales, virtuales e imaginarios de cuantos han podido pertrecharse: Las redes sociales, las sesiones parlamentarias, las entrevistas televisivas, las ruedas de prensa. Leamos con atención y analicemos estas frases: "El progreso de todo Movimiento se ha debido más a los grandes oradores que a los grandes escritores". "Su misión (la propaganda) es la de llamar la atención de la masa y no enseñar a los cultos o a aquellos que procuran cultivar su espíritu". "Cuanto más modesta sea su carga científica y más tenga en consideración el sentimiento de la masa, tanto mayor será su éxito". "El arte de la propaganda reside justamente en la comprensión de la mentalidad y de los sentimientos de la gran masa". Son algunas perlas del libro Mi lucha (Mein Kampf), cuyo autor está en la mente de todos. ¿Tienen alguna relación con lo que estamos criticando?, parece evidente. Se deduce de la mera observación que están enfocando el lado contrario, han comprendido pero no asumido la excepcionalidad de la situación, su objetivo es otro, no manifiestan respeto a los miles de ciudadanos fallecidos, a los abnegados trabajadores que se afanan por salvar vidas, o a los que con su invalorable entrega ayudan a mantener el pulso del país. En vez de arrimar el hombro se han dedicado a sacar los codos, a poner palos en las ruedas, a intentar que el tren descarrile. ¡Qué pena dan, que ejemplo representan¡. Les ha caído la suerte de que sean otros los que tienen que gestionar esta situación tan excepcional y dramática, podían ser un poco considerados, eso les pedimos los ciudadanos. Si no tienen el coraje necesario para ayudar o al menos reconocer el trabajo de los demás, sean prudentes, mantengan la dignidad.

El presidente, ya en su primera rueda de prensa manifestó que no iban a entrar en el terreno de la descalificación y la ofensa. "Frente a la provocación nosotros opondremos la concordia", anunció, otro será el momento idóneo para los análisis, la crítica, los reproches, la oposición ponderada y proporcionada.

Diferentes colectivos, menos ruidosos, tampoco se puede intuir que hayan estado a la altura de lo que de ellos cabría haber esperado. Cuando los "operadores de la educación y de la justicia", por ejemplo, demandan o simplemente sugieren que se habiliten los meses de julio y agosto, respectivamente, pero acto seguido sostienen que sean los sustitutos o los de refuerzo quienes asuman las tareas, no parece esa la postura más cabal, ni equiparable a los sanitarios. Tiempo habrá de analizar los efectos.

No actuemos como el perro de Baudelaire, elijamos el perfume, no optemos por la basura. En fin, queda todavía mucho por andar, no debemos olvidar que si bien la ruta es recta, la pendiente es muy pronunciada, habrá que aunar y acumular fuerzas para superarla, para llegar todos a la meta, sin dejarnos gente en el camino. Aún queda mucha tarea, seamos generosos.