Sin duda, la situación que estamos sufriendo nos envía un mensaje claro: la única manera de salir adelante es vivir en comunión, vivir desde la generosidad, haciendo surgir de nosotros el sentimiento de ayuda al prójimo, de pertenencia a un colectivo, de ser parte de un todo, de experimentar lo que significa ser responsables, de sentir que de nuestras acciones depende la suerte de quienes nos rodean y que nosotros dependemos de ellos. Empecemos a pensar qué podemos aprender de todo esto.

Todos tenemos mucho sobre lo que reflexionar. En esta situación sin precedentes, en donde el individualismo nunca ha de ser una opción, este virus nos enseña la fragilidad de la vida y que lo único que nos puede ayudar a vivir nuestro día a día en paz, es unirnos, unirnos como personas y cuidarnos como sociedad.

Así pues, y salvo que se tomen medidas destinadas a no dejar a nadie atrás, las personas en situación de desventaja social van a sufrir de forma más profunda y más prolongada en el tiempo el impacto de esta emergencia. Es una coyuntura que reclama, como nunca antes, el trabajo en red y en el que es indispensable una confluencia de sinergias que sume voluntades y recursos por parte de todos los poderes públicos, las organizaciones del tercer sector y la sociedad en general. Según los datos publicados en el último informe FOESSA, nos encontramos en España con cerca de 8,5 millones de personas que viven en el ámbito de la exclusión social, es decir, el 18,4 % de la población española, de las cuáles 1,8 acumulan tal cantidad de problemas y necesidades que van a ser las primeras en notar la recesión de nuestra economía y de cómo se establezcan las prioridades de las políticas de protección social. Añadidas a estas cifras, el VIII Informe FOESSA identificaba un sector social que ocupaba la parte más baja de la sociedad integrada, compuesta por seis millones de personas y a la que denominábamos la sociedad insegura, personas que, por desgracia, se mueven en el «filo de la navaja» y que están en la antesala de la exclusión.

Una sociedad insegura que perdió su posición por efecto de la gran recesión, y que no tiene un fondo económico de ahorro que le permita resistir en un marco de parálisis generalizada. Con ello, por aquel entonces, hace un año, ya nos preocupaba la situación de estas personas y anunciábamos que, de producirse cambios sustanciales en sus condiciones personales, o ante una eventual sacudida de una nueva crisis, su sostén económico y social se quebraría. Y así ha sido, la nueva crisis ha llegado, la crisis del coronavirus, está golpeando y golpeará a esta sociedad insegura, provocando que una parte de estos seis millones de personas estén en riesgo de incrementar la población en exclusión social, sumándose a los 8,5 millones de personas que previamente a esta situación se encontraban ya en ella. La población de nuestro país y la humanidad en su conjunto afronta en estos días una crisis sanitaria y social global, causando dificultades de diversa índole en la población y exponiendo al sistema de bienestar a unas condiciones recientemente nunca vistas, generando efectos presentes en las condiciones de vida de la ciudadanía.

Por ello, es bueno recordar y asumir que el sentido primigenio de nuestros Estados del Bienestar es no dejar a nadie atrás ante las desigualdades y dificultades desde que nacemos hasta que morimos, construyendo entre todos ese «escudo social» que defienda realmente a las familias más desprotegidas. No podemos permitir que esta nueva crisis ahonde aún más la desvinculación de un porcentaje importante de la población y la excluya de la sociedad. Además, que no se nos olvide que la participación social no tiene por qué entrar en vía muerta en esta emergencia. Es posible sumarse a alguna de las redes vecinales que se están organizando en nuestros barrios o, si no se forma parte de la población de riesgo y se carece de síntomas, ofrecerse como voluntariado o contribuir económicamente. Es tiempo también de la acción prudente. Termino con unas palabras, a mi entender muy acertadas del Cardenal Tagle: «la propagación pandémica de un virus debe producir un «contagio» pandémico de la caridad. No podemos lavarnos las manos como Pilatos. No podemos lavarnos las manos de nuestra responsabilidad hacia los pobres, los ancianos, los desempleados, los refugiados, los desamparados, los trabajadores de la salud, la Creación y las generaciones futuras».