Tenemos ante nosotros un futuro de interrogantes. Hoy, lo único cierto es el presente. Ahí está nuestra calma. Hace unos meses, nuestra vida estaba llena de rutinas, comportamientos que repetíamos como si fuéramos con el piloto automático. Café con los compañeros, horarios establecidos, visita a familiares, gimnasio, compras, celebraciones€ Teníamos la garantía de que las necesidades básicas estaban cubiertas; salud, alimentación, trabajo, ocio y sociabilidad, entre otras. Eso nos daba seguridad y tranquilidad y a la vez nos permitía pensar más en el futuro. Los seres humanos nos caracterizamos por ser planificadores. Nos gusta idear un plan para lo que está por venir. Somos amantes del control, es inherente al ser humano. Estos días hemos perdido esa sensación de control. Un virus ha frenado nuestras vidas en poco tiempo y ha puesto entre interrogantes muchas certezas con las que vivíamos, lo que nos ha generado inseguridad y desasosiego. Algo que debemos aceptar con normalidad.

¿Qué nos provoca la incertidumbre? Nos hace sentir desasosiego, desazón, desanimo, tristeza. Emociones negativas que se traducen en insomnio, hipervigilancia, ansiedad, conflictos con otras personas, dificultades para tomar decisiones, desgana€ Reacciones normales porque nuestra manera de entender el mundo no encaja con la realidad que estamos viviendo. Ese desfase entre lo establecido y la «nueva normalidad» ha provocado que salgamos de nuestra zona de confort y nos tengamos que enfrentar a un cambio obligatorio. En general, no nos gusta el cambio, y menos si no se produce por una voluntad personal. Pero la situación de hoy nos ha colocado en otra casilla del tablero, desde la que debemos aprender a movernos, adaptándonos a la incertidumbre y colocando nuestra seguridad en el presente, que es lo único que conocemos en realidad.

Necesariamente, nos sentimos inquietos y desalentados porque seguimos intentando controlar el futuro. Pero, si en lugar de intentar controlar lo que no está en nuestras manos, dirigimos nuestra mirada hacia lo que sí podemos manejar, hacia lo que tenemos aquí y ahora, y cambiamos la incertidumbre por la certeza de lo que nos ofrece el día a día, quizá recuperemos la calma, esa sensación que tanto necesitamos ahora para sentirnos bien.

Las crisis traen cambios y los cambios traen aprendizaje. Y aunque las circunstancias han venido solas, los seres humanos somos adaptativos, y esa condición nos ha traído aquí después de millones de años. Adaptarse es hoy, más que nunca, vivir el presente. Centrarnos en cómo resolver, disfrutar, sentir cada día para sustituir el desasosiego por la calma de saber que lo único que podemos controlar es lo que nos está pasando ahora. Debemos continuar construyendo metas, tener sueños, crear anhelos para un futuro, eso da sentido a nuestra vida, pero el control lo debemos dejar para el presente. Solo así, podremos encontrar la manera de sentir emociones positivas, intentado disfrutar de lo que encontramos a nuestro alrededor. Abrir bien los ojos a lo que tenemos cerca, saborearlo como nunca lo hemos hecho porque casi siempre hemos tenido nuestra mente en el futuro.

Tenemos la opción de valorar esta crisis como una oportunidad de vivir de otra manera, a otro ritmo, sabiendo en cada momento dónde estamos. Hagamos todo lo que esté en nuestras manos hoy, centrémonos en superarnos hoy, en dar los pasos hoy. Ante la incertidumbre, calma, y con ella la gratitud. En el presente, al ser más conscientes de lo que somos y tenemos, es cuando aparece la magia de ser agradecidos. Dar las gracias nos hace sentirnos bien y nos llena de emociones positivas. La gratitud da sentido a nuestras vidas, nos une más a las personas, genera en nosotros sentimientos de solidaridad y grupo y, por tanto, nos aleja de la soledad y de la desmotivación. Tenemos una oportunidad para cambiar el signo de nuestras emociones, de negativas a positivas, y la clave está en sentirnos afortunados por lo que tenemos ahora.