No era bastante llenar la plaza del Ayuntamiento de València con mercadillos dominicales, de acelgas y bragas; había que convertirla en adefesio de bidones disfrazados de macetas. Apenas recuperados de este atentado estético -siempre es posible superarse- nos llega la campaña del OrgullVLC2020 con el sutil y delicado lema «Molt mes que clòtxina i xufa», con el fin, se nos dice, de «visibilizar el colectivo trans, romper con el binomio masculino-femenino y los estereotipos». Autobuses y mobiliario urbano prolongarán esta apoteosis de ordinariez. Debo reconocer que me avergüenza esa imagen de mi ciudad. Puestos a ello, ¿no podemos sentirnos orgullosos con más estilo y distinción? Buena parte de la tradición homosexual había tenido el prurito de lo exquisito. No hace falta reivindicar lo aristocrático para alejarse del humor grueso, la brofegada y la chabacanería.

Pero, además, es que el propio mensaje del eslogan es contradictorio. Por un lado, pretende otorgar visibilidad a algo -el colectivo trans- que está ausente del enunciado. Por otro, intenta romper con los estereotipos, pero hace uso de ellos al identificar a mujeres y hombres de forma grosera y metafórica con sus genitales, en una palpable confusión entre sexo y género. Porque, señor alcalde y ediles, las personas somos mucho más que nuestros genitales. Yo no sé si esa procacidad festiva refleja al colectivo trans, cuya difícil situación conlleva historias de sufrimiento y discriminación. Ellos dirán.

En cualquier caso, existe, como he dicho, una confusión entre sexo y género en el mensaje que se pretende transmitir; la gastronómica comparación se refiere al sexo, y en estos tiempos en que se tiende a minimizarlo o convertirlo en una mera construcción cultural, bueno es constatar que, sí, hay dos: macho y hembra, la pequeña diferencia que ha posibilitado la reproducción de las especies. Romper con el binomio masculino/femenino, en cambio, es superar la socialización jerárquica y diferente que se hace de las personas en virtud de su sexo, y admitir, frente a los estereotipos rígidos, que los seres humanos somos singulares y susceptibles de una variedad de manifestaciones. Si algo ha hecho el feminismo es, precisamente, luchar contra esos géneros, sexistas y reaccionarios. El reto liberador es mucho más difícil: lograr una sociedad sin géneros estipulados, sin chanzas lúbricas que nos reduzcan a la entrepierna como criterio adecuado o inadecuado de identidad. Sin embargo, no se trata de un simple trueque de estampitas: nada hay revolucionario en intercambiar el rótulo de hombres y mujeres a los portadores de vaginas o penes, si no cuestionamos los roles de género, pues son estos lo verdaderamente opresor, lo que genera una desigualdad estructural de poder entre los sexos. Y, por cierto, otro de los empeños del feminismo ha sido mostrar la misoginia de los chistes soeces que cosifican el cuerpo de las mujeres: resulta sorprendente encontrarlos en una campaña de un ayuntamiento que se considera progresista.

Prolifera actualmente una tendencia a reducir la opresión entre los sexos a una mera discriminación de identidades, por lo que con el mantra de la diversidad y de la inclusión parecemos solucionar un problema que, en realidad, solo ocultamos y perpetuamos. El respeto a la diversidad es condición necesaria pero no suficiente para lograr la igualdad entre los sexos, esto requiere de acciones de mayor calado. Nada soluciona el cambio de género si no vemos el engranaje de poder, dominio y jerarquía que preside la relación entre los sexos, y que es mucho más que la mera discriminación por una opción determinada. Ciertamente es complejo el tema, como dijo Shakespeare: «Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, que todas las que pueda soñar su filosofía», o, por bajar al nivel alimenticio, hay más paella y horchata de lo que un cartel puede condensar. En cualquier caso, mientras lo vamos pensando y discutiendo, incluso si nos ponemos festivos, ¿no podríamos celebrarlo con un poquito más de elegancia? Son ustedes nuestros gestores, no nuestra pesadilla.