Con la proliferación de los medios de comunicación «on line», se han dado cambios en el estado opinión con una rapidez inusitada.

Cuando las noticias se han convertido en un elemento consumible que necesita de una renovación permanente.

Cuando se valora más el impacto mediático que la veracidad.

Cuando está admitida como habitual la asunción del principio de contradicción.

Cuando no importa decir hoy una cosa y mañana la contraria porque la ola de consumismo mediático lo barre todo como un tsunami.

Ha nacido la era del relato.

Hemos llegado a un punto en que no importa la realidad de los hechos, sino cómo se manipulan para que el receptor los perciba induciéndolo hacia un determinado estado de opinión.

Hoy en día, con afortunadamente algunas excepciones, la información y la opinión están entremezcladas de tal manera que es imposible discernirlas.

Ya no importa la realidad, lo importante es ganar el relato que se construya para influir en el estado de opinión hacia la dirección que interese a quien lo difunde.

El relato es lo que crea la realidad, no al contrario. Parece como si viviéramos en un «matrix» permanente del que no sabemos salir.

Con 28.000 muertos por el coronavirus -un dato incontrovertible-, con las residencias de ancianos en una situación aún sin aclarar y sin resolver, con un país que hay que terminar de sanar y reconstruir. Esta, en cambio, no parece ser la realidad.

La realidad la construye el relato. El relato del cese de Pérez de los Cobos, el relato de la Instrucción del 8 M del Delegado del Gobierno de Madrid, el relato del marquesado de Cayetana Álvarez de Toledo o del pasado del padre de Pablo Iglesias. Pero ésta no es la realidad.

La pugna se centra no en mejorar la realidad real, sino en ganar la batalla de la realidad virtual creada por el relato.

Los medios de comunicación, las redes sociales, el estamento político y la propia sociedad se dejan seducir cada día por un «trending topic» que lo inunda todo, que lo tapa todo, que maximaliza todo, haciéndonos caer en un catastrofismo en el que parece que todos los días se acabe el mundo.

El relato lo contamina todo, pero en especial la política, en donde se sustituye lo importante por lo supuestamente urgente, en donde lo obvio no se percibe, en donde la racionalidad y la reflexión se sustituyen por la agresividad y la improvisación.

Cuando lo verdaderamente importante -el bienestar de los ciudadanos, su salud, su trabajo, sus necesidades, sus problemas- se suplanta por un relato ficticio, malintencionado e incluso falso, nos subsumimos en una perversión permanente de los principios y valores de la democracia e incluso de la humanidad.

Es un circulo vicioso que es imprescindible romper.

¿Cómo hacerlo?

Desde el punto de vista social, con información, formación, cultura, autocrítica, y sentido de la colectividad.

Desde el punto de vista de los medios de comunicación, con profesionalidad, con rigor, contrastando la información, con una clara diferenciación entre información y opinión, con la búsqueda del conocimiento más que del entretenimiento.

Desde el punto de vista político, con sentido humanitario, rechazando el «huliganismo», con la búsqueda permanente -dentro de la diversidad de pensamiento- de lo que une, más que de lo que separa, con templanza, con generosidad, con inteligencia y, sobre todo, con respeto.

Los ciudadanos, aunque no tengamos responsabilidad de gobierno, sí tenemos responsabilidad de pensamiento.

Desde estas líneas animo a todos a ejercer el derecho a participar y tratar de conformar un estado de opinión bien informado, basado en la realidad de los hechos, en el análisis riguroso y no en la manipulación interesada para construir la realidad de los necios.