Con la pandemia del coronavirus estamos viviendo una nueva experiencia desconcertante. Es tiempo de pensar cuáles son los auténticos bienes que una sociedad necesita realmente para vivir alta de moral y enfrentarse al futuro. Entre esos bienes ineludibles destacan la creación de empleo y la inserción laboral, una tarea a la que se dedica la Fundación Novaterra. La experiencia del coronavirus no va a detener la «cuarta Revolución Industrial»: robotización, Big Data e Inteligencia Artificial (IA); ni tampoco a impedir que, junto con sus impactos positivos, provoque una destrucción masiva de empleos. Se estima que van a desaparecer entre el 30% y el 60% de los puestos de trabajo. Y son los trabajos rutinarios los que corren más peligro.

Ante esta situación hay que reflexionar al menos en dos niveles. Primero, analizar el proceso por el que la innovación tecnológica repercute en el trabajo: si realmente la robotización implica una disminución sin más del empleo, si esta constatación es a corto, medio o largo plazo; así como si es posible una recualificación acelerada de los trabajadores o supone su necesaria sustitución. Porque en ocasiones se aducen datos contradictorios: algunos muestran que en el plazo de unos años la digitalización y la robotización aumentarán el número de puestos de trabajo. Y, en segundo lugar, no habría que someterse pasivamente a un determinismo tecnológico, sino reorganizar el marco institucional y orientar el desarrollo tecnológico en beneficio de los ciudadanos con criterios de justicia social. De lo contrario, se estaría favoreciendo la aporofobia y el incremento de las desigualdades injustas (Adela Cortina).

Cabe pensar en una nueva reducción de la jornada laboral, ampliar el tiempo libre y de ocio, desactivar la hiperconectividad laboral, empoderar a los empleados mediante la adquisición de nuevas habilidades y competencias e impulsar una amplia recualificación de la población activa. En realidad, hay una creciente demanda de trabajo cualificado, pero faltan personas que tengan la formación requerida para el mundo digital. Existe un desfase entre la amplia oferta laboral y la escasa preparación para cubrirla.

Habría que promover un plan europeo para educar en las nuevas habilidades que la actual transición tecnológica exige. De hecho, hay economías tecnológicamente muy avanzadas, digitalizadas y automatizadas mediante la IA, con alto nivel de empleo, en las que se está logrando la conciliación entre los cambios tecnológicos y la justicia social. El perfil que requiere el nuevo trabajo ha de contar con capacidades como la empatía compasiva para equilibrar la frialdad de la robótica, creatividad, inteligencia social, capacidad de negociación para conjugar el trabajo de los humanos y los robots, en vez de sustituir al primero por el segundo.

Por otra parte, hay que poner en marcha una política de protección social, que atienda a las nuevas necesidades en los períodos de transición en los que se intensifica la innovación tecnológica, mediante ingresos garantizados no necesariamente vinculados al trabajo. Es necesario revisar la fiscalidad para financiar la protección social justa. Seguramente harán falta nuevos impuestos sobre los robots o las empresas tecnologizadas, para no crear nuevas brechas de pobreza y desigualdad, que al final se convierten en bolsas poblacionales de desafección democrática.

Pero tan nefasta como la pandemia sanitaria, algo transitorio, es la endemia ideológica en la que estamos sumergidos, que nos impide mirar las cosas en sí mismas al imponer clichés, estereotipos y prejuicios incorregibles, un dogmatismo que imposibilita la auténtica vida democrática. Porque sin deliberación abierta no es posible convivir cooperando en función de bienes compartidos, como el trabajo digno en remuneración y reconocimiento.

Obnubilar las mentes por enésima vez con falsas expectativas sobre el final del «sistema socioeconómico, político y cultural» no contribuye a progresar, sino a agravar una patología social. En este contexto, y en el futuro, la función social de la Fundación Novaterra sigue siendo necesaria para resolver problemas concretos que nos acucian, ya que opera con eficiencia basándose en un vigoroso compromiso por la dignificación del trabajo antes y después del coronavirus.