No me siento optimista a pesar de que estemos en los primeros días de la llamada nueva normalidad. No está en mi ánimo ser agorero, pero no dejo de percibir mensajes subliminales de victoria en los informativos, con imágenes de reencuentros familiares, abrazos, fronteras abiertas, normalidad en los aeropuertos, gente feliz disfrutando de las playas, cuando la cruda realidad es que el coronavirus sigue presente en la calle.

Tras tres meses de andadura, me desconcierta percibir en el ambiente la euforia de celebración de una especie de día de la liberación mientras mi estado anímico es contradictorio. Sigo sintiéndome desinformado a pesar de tanta información como recibimos, y me abruma la incógnita de lo que en realidad habrá estado sucediendo desde el minuto uno de esta crisis sanitaria. No sé si me preocupa más la información que se nos pueda ocultar (en España y en todos los países), o la desorientación y la perplejidad que intuyo en los expertos que coordinan la lucha contra el coronavirus, un microscópico y letal virus de imprevisible evolución del que tan poco se sabe todavía.

Desde una perspectiva sociopolítica, me preocupa ese sector conservador que parece dar prioridad al crac económico por encima de la crisis de salud pública que ha paralizado el país y se ha cobrado miles de vidas humanas. Me preocupa que el poder financiero y empresarial parezca partidario de que esta pandemia se resuelva actuando como si no pasara nada, retomado cuanto antes una actividad normal, poniendo en marcha el motor del país aunque esto le costara la vida a muchos de los miembros más débiles e improductivos de la sociedad, eso sí, sobreviviendo los más resistentes. Son muchos quienes han hecho declaraciones trivializando la pandemia y calificando de innecesario el confinamiento, sin tener en cuenta que el coronavirus sigue entre nosotros, y que de no haberse cumplido la cuarentena habrían muerto cientos de miles de personas, a cambio de conseguir una excelente inmunidad de rebaño superior al 60% (ahora apenas tenemos un 5% de inmunes en nuestro país). Un ejemplo de partidarios de estas medidas lo tenemos en EEUU y Brasil, y el resultado de aplicarlas en la globalidad del planeta supondría que murieran algunos millones de habitantes en el planeta, mientras la maquinaria de la producción y la economía seguía funcionando gracias a los más fuertes hasta que la ansiada vacuna permitiera el control total de la crisis sanitaria.

Me preocupa que la sensación de normalidad relaje las normas de precaución que siguen siendo imprescindibles. Me preocupa la irresponsabilidad de muchos jóvenes (y no tan jóvenes) que organizan macrofiestas y saraos que pueden provocar rebrotes que acaben colapsando de nuevo las UCI. Me preocupa que seamos líderes mundiales en tener una oposición que se aprovecha del infortunio para arremeter contra el gobierno, fomentando el cuanto peor mejor, en lugar de colaborar y aparcar las diferencias para dirimirlas ante las urnas cuando llegue el momento oportuno.

Es deber de todos concienciar a la ciudadanía de que a pesar de la nueva normalidad, se impone seguir siendo prudentes y no bajar la guardia porque el coronavirus seguirá entre nosotros.

La oposición ha criticado al gobierno asegurando que ellos habrían gestionado mejor la pandemia y habrían evitando muertes. Pero sólo han esbozado propuestas de actuación a posteriori. Por ello, sería de agradecer que si algún iluminado tiene información científicamente contrastada de cual debe ser el protocolo a seguir si hubiera un rebrote, que hablen ahora y den la información pertinente al gobierno y a la opinión pública. Hacerlo después, a toro pasado y utilizando la muerte de compatriotas, no sería propio de un español de bien como ellos proclaman ser.