Pensar en global y actuar en local. Glocal y glocalización. Sentencias y términos nuevos que nos incitan a aprovechar las ventajas de la globalización, aplicándolas a la realidad que nos es más próxima.

A menudo existe una tesis implícita tras la glocalización: que el conocimiento obtenido por el ser humano se encuentra al alcance de cualquier persona. Así, prácticamente toda la literatura científica se puede consultar en las bibliotecas universitarias o en repositorios de libre uso. Buena parte del conocimiento tecnológico se ha depositado en organismos públicos; y, aunque tal hecho persiga su protección de los piratas del conocimiento, también permite identificar el alcance de la invención y la empresa o persona con la que negociar una licencia para su uso.

Sin embargo, tras la anterior presunción existen fallas que conmueven su solidez. No todo el conocimiento está disponible: las empresas e inventores también utilizan el secreto o la rápida renovación de sus productos para proteger sus innovaciones; pero lo que conduce a mayores equívocos, cuando se habla de glocalización, es la confusión entre disponibilidad y utilidad del conocimiento, ya que ésta requiere de capacidad de comprensión y habilidades para su aplicación. Sólo cuando la comunidad de conocimiento existente en un territorio es densa, suficientemente especializada y dotada de los laboratorios necesarios, se puede aspirar al desbroce del saber y a su empleo productivo.

El alcance de la glocalización depende, pues, del conocimiento experto existente en cada territorio específico. Aunque las infraestructuras digitales se extiendan y cubran el conjunto de un espacio local, regional o estatal, las oportunidades que son capaces de ofrecer son distintas. El conocimiento localizado en cada lugar es el primer factor diferenciador y, a continuación, la relación que aquél puede establecer con la base económica circundante. Se precisan, pues, unos recursos, -expertos locales, vehiculadores de innovaciones-, que no deberían pasar desapercibidos en las iniciativas públicas que, por ejemplo, abogan por combatir la despoblación. Más aún cuando existe un componente de conocimiento tácito que suele aflorar cuando se confronta la posible innovación con el contexto económico local.

En las áreas con mayor densidad de población experta se detectan tendencias que operan a otra escala. Yendo al extremo, los globalizadores puros se integran en redes globales, pudiendo vivir en un lugar y tener clientes dispersos por todo el mundo; pero, pese a ello, no escogen localizarse en cualquier lugar. Suelen elegir espacios capaces de impulsar fases sucesivas de innovaciones, pagar salarios apropiados y lograr rendimientos crecientes tanto del conocimiento acumulado como del capital relacional.

Es en estos territorios donde el talento llama con mayor intensidad al talento. Una llamada que tiene que ver con las expectativas de investigadores y profesionales y la existencia de una atmósfera tolerante en la que se respira creatividad. Lugares en los que se constata el reconocimiento de la excelencia frente al cacareo intrusivo del statu quo. Donde existen entidades dedicadas a valorar la probabilidad de ese éxito empresarial que habita en el reino de las nuevas tecnologías.

La inmediata liga europea hablará aún más ese lenguaje. Hablará de digitalización y economía verde: no sólo porque constituyen objetivos coherentes con la actual cosmovisión económica europea, sino porque resultan próximos a la industria de los países que mayor contribución neta realizarán al programa europeo de reconstrucción. Hablará, asimismo, de protección de la salud.

Ante ese lenguaje, la Comunitat Valenciana dispone de dos rótulas geográficas que concentran sus recursos de conocimiento: València-Castelló y Alacant-Elx. Ambas pueden ocupar una posición intermedia en el espacio de la Unión. Ser innovadores de cabecera en algunos campos y perspicaces seguidores en otros. Aprovechar, gratis, el enorme acervo de saber acumulado por la comunidad científica internacional para reconducirlo hacia objetivos locales.

Costaría mucho entender, en las actuales circunstancias, por qué a tantos les cuesta todavía tanto confiar en la inteligencia de los valencianos e invertir en ella. ¿Será la mediocridad su zona de confort?