Actualmente nos parece extraño llevar mascarilla, una de las acciones solidarias más importantes para con los demás, pero hubo un tiempo, que hemos descubierto en viejas fotografías en blanco y negro, en que su uso salvó muchas vidas. Ahora que estamos viviendo el lamentable fenómeno iconoclasta del derribo violento de estatuas, aplaudimos que grandes personajes de la historia repartidos por nuestra geografía lleven la mascarilla: Viriato en Zamora, Carmen Conde en Cartagena o Federico García Lorca en Madrid son algunos ejemplos. ¿Podría llevarla Jaime I?

En momentos críticos, la prensa ha jugado un papel determinante: informando, entreteniendo y, en algunos casos, aleccionando. T. S. Eliot dijo que si uno puede penetrar en la vida de otra época, está penetrando en la propia vida; por ello, conocer el pasado nos hace avanzar. Bucear en lo que publicaron los periódicos en tiempos difíciles nos ayuda a comprendernos mejor. Los parangones entre la mal llamada gripe española y la pandemia actual son evidentes.

En octubre de 1918, The New York Times y The Hamilton Spectator recomendaban el uso de la mascarilla, animando a los empleados de los negocios para que la llevaran puesta. Pedían que se ridiculizara a quienes no la utilizaran porque era una cuestión de vida o muerte. Los hospitales se colapsaron; las escuelas, teatros e iglesias fueron cerrados. En estos periódicos podemos leer que no se sabía por qué se llamaba «gripe española» ya que procedía de Oriente. Se especulaba con que su origen fuera español porque Alfonso XIII la había padecido, porque la primera gripe conocida en Norteamérica, en 1647, procedía de Valencia y porque en España se daban noticias de la terrible enfermedad. En otros países se hablaba poco de la gripe porque sus soldados estaban inmersos en la Primera Guerra Mundial y no querían desanimarlos.

La prensa española de 1918 no estaba sometida a censura e informó sobre la pandemia e incluso ayudó a compensar la mala gestión gubernamental. En los periódicos valencianos encontramos muchas referencias a esta epidemia. Los vecinos de València, en el otoño de 1918, se encerraron en sus casas y señalaron en las puertas si había enfermos. Para Todos los Santos se prohibió la entrada al Cementerio General y lo mismo ocurrió en los pueblos vecinos. El barrio de Ruzafa fue muy castigado por la pandemia; en él, realizó un trabajo heroico el doctor Mariano Serrano, salvando muchísimas vidas; lamentablemente acabó falleciendo por la gripe. Impresiona ver la cantidad de esquelas que a diario se publicaban. En un artículo difundido por Las Provincias el 2 de noviembre de 1918, Enrique López, médico valenciano, recomendaba higiene y uso de escafandra que impidiera la propulsión de minúsculas gotitas de saliva. Se debía aislar al enfermo, los cuidadores vestirían con bata que cubriera de cuello a pies. La mascarilla debía tapar boca y nariz, podía ser de gasa entre cuyas dos hojas se colocaba una delgada capa de algodón en rama; al virus lo llamaba halo morboso. En el diario El Pueblo, de Blasco Ibáñez, el 1 de noviembre de 1918, algunos médicos se quejaban por noticias falsas. Se anunciaba que las clases no se iban a reanudar a pesar de que el ministro de Instrucción lo autorizaba. La enfermedad avanzaba en la capital y había problemas de suministro de medicamentos. Al día siguiente relataba que un buque inglés había llegado a Ferrol reclamando auxilio médico pues el capitán y parte de la tripulación padecía gripe, entonces escrita con dos pes.

Hechos del pasado, olvidados en la memoria colectiva por su carácter trágico, nos hacen ver que la vida no ha cambiado tanto.