Hace ahora un año falleció Luis Valero Lahuerta. Un trabajador, en toda la extensión de la palabra, que despertó en el entorno cooperativo una profunda admiración y un grandísimo respeto. Para mí, además, Luis fue maestro, mentor, confidente y amigo. Hombre sabio y empresario con mayúsculas, tenía una inteligencia, una audacia y un sentido de la responsabilidad extraordinarios.

Su duelo pasó discretamente, sin grandilocuencias funerarias y menoscabado por el verano, aunque fue una figura clave para el cooperativismo moderno y una persona absolutamente determinante para la Confederación Valenciana de Cooperativas, entidad que presidió durante una década y en la que dejó un legado impagable. Luis siempre supo elevarse por encima de miserias y vanidades para alcanzar la perspectiva de "hombre de estado" y tuvo la generosidad -y la paciencia- de dedicar diez años de su vida a que las cooperativas ganaran prestigio, apoyando su tarea en tres pilares fundamentales: la unidad de todos los sectores cooperativos, el aumento de la visibilidad institucional de la organización y la apertura del cooperativismo al resto de agentes socioeconómicos.

Es sabido que Luis Valero fue fundador e impulsor de cooperativas tan relevantes como La Nostra Escola Comarcal, Caixa Popular o la que fuera su "casa profesional" desde 1975 hasta la jubilación: Consum. Sin embargo, lo realmente importante para él no radicaba en el plano económico (que en absoluto despreciaba); lo que le hacía sentir orgulloso era que en la cultura de todas esas organizaciones que ayudó a crear, en su funcionamiento cotidiano, están presentes valores que Luis apreciaba enormemente y que le hacían mantener una inquebrantable fe en las personas: humildad, respeto, confianza, consenso, diálogo, rigor, austeridad, compromiso. Siempre aseguró que estos valores tuvieron mucho que ver con el éxito de los proyectos empresariales que impulsó. Decía que "ser cooperativista no te hace rico, pero tiene otras compensaciones que no se pagan con dinero" y se consideraba verdaderamente privilegiado por haber sentido ese compañerismo y haber experimentado la ilusión de compartir proyectos con personas inquietas que, como él, querían cambiar el mundo.

Valero solía contar que su experiencia en el cooperativismo le había hecho cultivar la dialéctica y crecer como persona. Quienes tuvimos la suerte de coincidir con él también crecimos a su lado. Yo pasé diez entrañables años trabajando con este hombre que cada día llegaba al despacho con alguna idea nueva, siempre mirando al futuro y huyendo de actitudes nostálgicas. Luis, sin dejar de ser exigente (que lo era, y mucho), fue el mejor jefe que se puede tener: era la clase de persona que te enseña (porque era sabio y experto), que te acompaña (porque no actuaba para la galería, sino que se arremangaba y se ponía a trabajar a tu lado) y que te protege (porque delegaba con confianza, y nunca por egoísmo).

Bajo una fachada áspera, Luis Valero era en realidad un romántico y una persona apasionada que contribuyó como pocos a incrementar el patrimonio empresarial e ideológico del cooperativismo valenciano. Su pensamiento y su sensatez todavía siguen inspirándonos.