A falta de pan, buenas son tortas», podría decirse de la actual situación política en España. La olla huele a podrido, falta el pan y algo habrá que echarse a la boca. Tras cuarenta años ocultando las miserias y debilidades del 'campechano', agradeciéndole su más que cuestionado papel en la noche del 23 F, de donde salió ante el pueblo como salvador de los derechos y libertades, se abrió la veda con la cacería de elefantes y con las confesiones de una lagarta despechada a un delincuente comisario jefe. Hace treinta años que se silenció un libro que denunciaba los abusos reales en comisiones con el petróleo. Treinta años con unos medios informativos arrodillados ante la mentira.

Recuerdo la ceremonia en la que el padre de Juan Carlos I renunció a sus supuestos derechos con toda solemnidad. Lo digo por eso del formalismo que siempre acompaña a los monarcas. No fue ante la sede de la soberanía nacional, pues poco podía pintar allí quien no había sido aceptado en el paquete de la votación por la Constitución. El hombre, todo solemne, soltó un zapatazo e inclinó la cabeza ante su hijo. «Majestad, todo por España», vino a decirle. Yo no sé muy bien qué quería decir en ese momento aquel hombre a quien Ansón elevó a la categoría de rey Juan III de España. Pero bueno, Ansón también elevó a la categoría de español del año a Jordi Pujol, el amigo de ese rey que, según algunos, ha hecho su último servicio a España cogiendo un avión de lujo para recalar en alguna residencia de lujo de alguno de sus muchos lujosos amigos comisionistas.

Uno pensaba que servir a España es servir a los españoles, a las gentes, promoviendo políticas sociales, de empleo, ejerciendo el cargo con absoluta honradez y prudencia. Servir a España es pensar en los más humildes para que puedan vivir con la dignidad requerida. Servir a España es priorizar el bienestar de los trabajadores, el respeto a la libertad creadora y a la libertad de elección. Servir a España es pensar que la nación es una familia en la que se mantiene la unidad respetando las libertades naturales de cada miembro. No acabo de ver que servir a España sea pegar zapatazos, hacer reverencias a un ser humano e identificar a una persona nada más y nada menos que con la continuidad histórica de la nación. Pobre nación cuya continuidad depende de un monarca y no de la voluntad del pueblo que la forma.

Y sin embargo€ sin embargo, somos muchos los que pensamos que todo este momento está trufado de cierto olor a mentira. Olemos que buena parte de los españoles se han cansado de dar vueltas mil veces alrededor de las mismas caras, de las mismas costumbres, como si nos hubiéramos cansado de ser y de estar. Olemos a oportunismo político proteccionista: hablemos de la monarquía y su utilidad para que no se hable de la tragedia que vivimos sin trazas de ser capaces de afrontarla con determinación. Siempre habrá un chivo expiatorio sobre el que cargar las incompetencias propias. Exiliado un rey de España por supuestas corrupciones, expiamos las corrupciones que nos acechan. Hasta ha salido el presidente de la 'República de Catalunya' pidiendo la abdicación de Felipe VI. Podríamos aceptar que Torra mandase como buenamente pueda en su territorio independiente pero demuestra su querencia dominadora, ese innegable espíritu de superioridad queriendo mandar sobre los pueblos de la Maragatería y sobre un rey que, al menos de momento, parece dispuesto a no caer en las tentaciones codiciosas de su progenitor y que bastaría que anunciara su renuncia a la inviolabilidad para ganarse la voluntad mayoritaria de un pueblo necesitado de guiones poéticos. La República en España ganó el relato de la poesía de Lorca, Machado y Miguel Hernández. ¿Qué relato poético tiene la monarquía? Si Felipe VI quiere ser rey de la mayoría debe construirlo. Y sólo lo hará desde el ejemplo personal: honradez, servicio a los españoles más humildes y ser el más trabajador y sacrificado de todos los líderes. Con el actual panorama no lo tiene difícil. Hay pocos ejemplos a imitar. Con no imitar a su padre ya tiene mucho ganado.