Voy a intentar vincular el título de esta columna con la afición a la meteorología y con el empeño de practicar la agricultura en tiempos en los que la Unión Europea busca agricultores genuinos a quien dar subvenciones, y utilizaré para ello a mi hija de siete años. En muchas ocasiones a los aficionados al Alcoyano nos preguntan de dónde viene lo de la moral. En el final de la temporada pasada, cuando nos jugábamos el descenso de Segunda B a Tercera, en un partido fatídico, el equipo visitante nos empataba a pocos minutos del final, y ello nos enviaba a una promoción de descenso que acabaríamos perdiendo. En ese momento todo el campo cayó y no hizo honor a esa famosa moral, pero mi hija se puso en pie sola a animar, y cuando me preguntó por qué todos los demás callaban y yo le argumenté que la gente creía que no valía la pena animar; me dijo que ese era el momento de hacerlo. Sin duda, esa fue una buena lección de moral.

Este año raro, el equipo ha conseguido el retorno a Segunda B. Este mismo año algún animal nos destrozó un manzano plantado hacía unas semanas y yo lo dí por perdido, pero mi hija le vio dos hojas, los famosos brotes verdes, y lo puso en pie ella misma y nos obligó a atar el tronco y a regarlo para que esos brotes fueran a más. Reconozco que lo hice sin fe, pero una vez más tuvo razón y el manzano fue a más y parece recuperado. Entre los aficionados a la meteorología la monotonía estival y las temperaturas de más de 40 grados no minan nuestra moral para que una tormenta lo cambie todo, para que llegue el invierno y borrascas y olas de frío cambien todo esto o, al menos, siempre nos quedan los recuerdos de tiempos pasados y mejores. Entre los agricultores profesionales y aficionados todo nos parece empujar a que sean otros los que den de comer a la población pero, al final, seguimos empeñados en cuidar el campo porque siempre lo hemos hecho.