Los días de agosto transcurren sin aportarnos sosiego; surgen empañados por porcentajes y datos que conforman una cerrada y fría bruma que no permite ni adivinar el contorno de nuestro mañana. Las carencias y penurias de la economía española se ponen de relieve en cada referencia a una situación concreta. A su vez, la pandemia parece tener a gala el castigar día a día las palabras del presidente cuando nos instaba desde Galicia a no dejarnos «atenazar por el miedo» y nos anunciaba, abriendo los brazos a todo lo que su torax permitía, que tocaba «disfrutar de la nueva normalidad». En verdad, el eslogan «disfrutar de la nueva normalidad» nada aporta a la esperanza que otorga fortaleza al día a día de las personas. ¿Víctimas del eslogan?

Los movimientos de los altos representantes de las instituciones políticas españolas finalizan entre saludos y guardando distancias con la actividad atropellada de reporteros de prensa y televisión; ahora bien, ninguno de ellos puede trasladarnos un solo proyecto ni aventurar la posible y necesaria trasformación del sistema tributario o bien vincular criterios y esfuerzos para dar a luz un proyecto que pudiera tener futuro. El ajuste de las distintas fases del proyecto de respuesta a la precariedad se dilata, aunque el presidente hable en pasado y nos diga que «tras la resistencia vino la reactivación y estamos enfocando la recuperación». Las fases de un proceso, señor presidente, no se suceden como las palabras en una oración, a voluntad de quien habla. Por eso, gran parte de amigos y convecinos con los que dialogas desconocen la configuración de su septiembre, siguen resistiendo y nada en su estado social y económico se ha reactivado. Hasta los trabajadores de Nissan han caído en su valor informativo y parecen haber desaparecido de la realidad. Todos siguen resistiendo, lidian con las circunstancias y encaran el día a día con incertidumbre.

Este contexto de desesperanza gana cuerpo a medida que la pandemia sigue haciéndose presente y provocando el corte de actividad, a medida que la situación de urgencia no es atendida como la atendía el 112 y solo el recurso personal y familiar te salva del desastre. Se sigue esperando unos protocolos detallados y discutidos para que los niños y los jóvenes recuperen los espacios y la actividad escolar. Y en esa espera solo un temor gana cuerpo al escuchar a la ministra de Educación: que la improvisación se haga presente con descaro o bien que el espacio escolar sea negado de nuevo; las dimisiones de equipos directivos nada positivo anuncian. ¡Qué decepción al saber que la ministra de Educación se ha ido de vacaciones!

Nada más natural que el deseo de conocer los planes que permitirán recuperar el puesto de trabajo, el espacio escolar, la consulta en nuestro ambulatorio o bien en nuestro hospital. Todos estos bienes de los que hemos gozado sin apreciar el valor que tenían, los sabemos en peligro porque nuestro hacienda y sistema tributario están hechos trizas y porque dudamos de que las inversiones se realicen con eficacia. De algo podemos estar seguros: la necesidad sentida en un futuro inmediato por miles de escolares, enfermos o parados no contribuirá a forjar el consenso social necesario; lo hará más difícil. ¿Estamos advertidos para evitar la ingenuidad? He de decirlo: los señores ministros y las señoras ministras no tienen derecho a vacaciones; el presidente, tampoco. ¡Disfruten!