A principios de 1936 falleció Valle Inclán, a quien se rindió un sentido homenaje personal y literario por otros escritores que habían sido más o menos contemporáneos suyos. Fue particularmente destacado el que escribió Juan Ramón Jiménez, pues no sólo gozaba ya de un elevado prestigio literario, sino que además, pese a ser más joven que el gallego, lo había tratado en sus años mozos intensamente. El futuro premio Nobel, que combinaba el afecto personal con la ironía -a veces rayana en lo cruel- escribió en su elegía que, pese a la idea extendida de que Valle Inclán utilizaba en sus obras un amplísimo lenguaje por sus muchas lecturas, éste sólo había leído de verdad a Espronceda, y que la riqueza literaria de su obra tenía sus fuentes por ser asiduo a los cafés.

Los cafés -hoy cafeterías, bares o restaurantes- siguen siendo un termómetro de la vida nacional. Y si uno es asiduo a los mismos, y así entramos en materia, podrá percatarse que los afines a Vox están envalentonados. Es frecuente, y soy testigo de ello, como vocean que «estamos en una dictadura», que «las mascarillas restringen nuestra libertad» y otras barbaridades de ese estilo. Es notorio que están envalentonados tanto en el Congreso, presentando una moción de censura formalmente contra el Gobierno de Sánchez y de hecho contra Casado, como en la calle.

Y tienen motivos para ello. A continuación intentaré explicar por qué. Teniendo como raíces la grave crisis económica que provocó la explosión de la burbuja inmobiliaria-bancaria de la que surgió el llamado 15M. Los indignados se autodenominaron. Eso fue en el año 2011. Pronto surgió un brillante tertuliano televisivo que les daba voz pública en una cadena propiedad del grupo Planeta. Poco después fundó un 'partido de la gente' que aglutinaba a variopintas confluencias andaluzas, vascas, catalanas, gallegas€. Se llamaba y se llama Pablo Iglesias. Pero el ser ahora vicepresidente del Gobierno le incapacita, y no poco, para poder volver a ser el nuevo altavoz de los previsibles indignados que en el terrible otoño que se avecina, con una destructora combinación de crisis sanitaria y económica, surgirán sin duda.

Iglesias intenta estar al mismo tiempo en misa y repicando. Diciéndolo más claro: ser a la vez Gobierno y oposición. Un ejemplo nítido es su actitud ante las hipotéticas trapacerías del rey emérito, que le han dado combustible para alimentar su republicanismo, no sólo preguntándose en que líos de empresas-pantalla, oscuros regalos de las petromonarquías árabes y amantes indiscretas le han llevado a pisar el fango al 'héroe del 23F'. Preguntas que nos hacemos la mayoría de los españoles pero no para cuestionar las bases de nuestro sistema constitucional, gracias al cual cinco miembros de Podemos son ministros.

Pero eso ya no cuela. El cartero nunca llama dos veces e Iglesias está incapacitado para volver a liderar a los nuevos descontentos. Por mucha deslealtad gubernamental e institucional con que acompañe su discurso a veces. Y aquí entra Vox en escena. ¿Qué partido fuera del llamado sistema queda? Ya los enviados a España del primer partido de la nueva extrema derecha populista europea, el francés de los Le Pen, hace 20 años al menos, conectaban con España 2000 o Falange. Éstos seguían dando la tabarra con Franco. Inútil era que los franceses les explicaran que el Generalísimo estaba muerto y olvidado. Así han acabado.

Pero Vox ha aprendido la lección. De hecho, al traslado de Franco del Valle de los Caídos al Pardo no asistió ni siquiera el joseantoniano Ortega Smith, ni desde luego Abascal. Le cedieron galantemente todo el protagonismo mediático al último espadón español.

Vox habla de los inmigrantes, mezclando alguna verdad con muchas mentiras para darle verosimilitud a sus drásticas soluciones; del feminismo, sin distinguir el razonable con el revanchista; de la gente sencilla que oprimen los poderosos. Una serie de mensajes que -espero equivocarme- pueden calar en los meses venideros en la ciudadanía menos protegida por el Estado o los sindicatos. Y así ampliar su base social, teniendo en cuenta que los 52 diputados que obtuvieron en las elecciones de noviembre 2019 fueron votados sobre todo en zonas de clase media-alta.

La moderna crisis de las ideologías ha dado lugar a estrellas fulgurantes, que de la noche a la mañana suben espectacularmente de votos. Pero con la misma velocidad que suben, en pocos años, o en meses, bajan con la misma rapidez. Centrándonos en el caso español, Podemos y adláteres llegaron a obtener hace menos de tres años 69 diputados. Actualmente tienen -coaligados con IU- 35. Más llamativo es el caso de Ciudadanos, que de abril del 2019 a noviembre de ese año descendieron de 57 a 10 diputados. Parece una hipótesis razonable que una parte de los votos de Podemos volvieron a la casa madre del PSOE. Y los de Cs aún no se sabe; Rivera tiró la toalla en al cabo de dos o tres días, y su sucesora Arrimadas tampoco sabe muy bien a dónde fueron a parar esos sufragios.

A Vox le puede ocurrir algo similar y tal vez en no mucho tiempo. Si el PP es capaz de definir una política clara, los coyunturales electores vocingleros volverán a la otra casa madre -la del centroderecha, siempre más derecha que centro- en la que se ha sustentado la política española desde 1982 junto al PSOE. Sin duda, para que se produzca ese retorno al hogar, los pilares de nuestra democracia constitucional, deberán abordar profundas reformas internas en ambos partidos.