Hoy 17 de octubre se celebra el Día Internacional de la Erradicación de la Pobreza. Un objetivo marcado por las Naciones Unidas, que si en los últimos años se presentaba difícil de conseguir, con la crisis global que estamos atravesando debido a la pandemia de la covid-19, parece una verdadera utopía. 

La pobreza no es solo una cuestión económica. La pobreza es un fenómeno multidimensional que afecta a todos los aspectos de la vida de las personas, y en todo el planeta, aunque no en todas partes la palabra evoque los mismos significados. 

En los países desarrollados, una persona se considera pobre cuando vive con menos de 10 dólares al día, aunque tengan acceso a la sanidad pública y a la educación universal. 

Aun así, la crisis del coronavirus ha disparado no solo las cifras de pobreza en nuestro país, sino también el riesgo de desigualdades. Hemos visto y seguimos viendo en algunas ciudades las colas del hambre. Son personas que de la noche a la mañana se vieron privadas de casi todo y no les quedó otra alternativa que acudir a la caridad. El empleo ha disminuido en España en el segundo trimestre, y como siempre, las más afectadas son las mujeres: 546.200 frente a 527.800 hombres se han quedado sin trabajo. Y eso son las cifras oficiales. La mayoría de personas que han acudido a los bancos de alimentos -muchos de ellos improvisados y atendidos por la sociedad civil- no están contabilizadas en las cifras anteriores porque son invisibles. Y la mayoría, tienen nombre de mujer. Mujeres que llegan de fuera buscando una vida mejor y encuentran trabajos precarios en la economía sumergida -sector doméstico o servicios- que les impiden salir de su situación irregular. Mujeres que quedan excluidas de las ayudas sociales y, a su vez, impedidas de la dignidad que, en otras circunstancias, no les permitiría mendigar por una bolsa de comida. Y es que una madre haría todo lo impensable porque su hijo no pase hambre. Muchos niños en España, por increíble que parezca, han pasado hambre durante los peores momentos de la pandemia.

La covid-19, según un estudio de Naciones Unidas, ha incrementado en 150 millones el número de menores que viven en situación de pobreza. Nos encontramos ante la mayor emergencia educativa de la historia, que acrecienta todavía más las diferencias, no solo norte-sur, sino intergrupales. La falta de acceso a la tecnología en hogares en todo el mundo agrava la exclusión social y el acceso a oportunidades de millones de estudiantes.   

Aún así, los niños y niñas que crezcan en una familia pobre de España no morirán de una infección por falta de tratamiento, o de la picadura de un mosquito. No serán analfabetos y no serán obligados a trabajar con corta edad o a someterse a matrimonios forzosos. Muy diferente es el futuro de millones de menores que nacen en los países empobrecidos. 

Las personas que viven en situación de pobreza extrema (con menos de 1,5 dólares diarios) suelen pasar hambre a diario, tienen escaso acceso a la educación y sus hogares carecen de luz eléctrica o agua potable. Además, para ellas, el acceso a los sistemas de salud y medicinas está muy limitado, por lo que sufren más enfermedades, que incrementan el absentismo escolar y laboral. Es el pez que se muerde la cola, tan habitual en los países del África Subsahariana, donde para el 2030, según las cifras del Banco Mundial, se concentrará el 90 % de la pobreza extrema. Y de nuevo nos encontramos con el lado femenino de la pobreza. Tras la covid-19, de los 96 millones de personas que, según la ONU, caerán en la trampa de la pobreza extrema, 47 millones serán mujeres y niñas, una cifra nada parecida a la que se preveía antes de la pandemia, cuando las desigualdades de género a nivel global tenían una clara tendencia a la baja. Desalentadoras noticias, sin lugar a duda, para las que trabajamos por el desarrollo. 

La Declaración Universal de los Derechos Humanos, en su artículo primero, afirma que todos los seres humanos nacemos libres e iguales. En Fundación por la Justicia trabajamos cada día por la defensa de los derechos humanos y consideramos que la pobreza impide al ser humano vivir con dignidad, por lo que debe ser erradicada cuanto antes. La caridad en situaciones de emergencia es necesaria, pero no es la solución para acabar con las desigualdades sociales a largo plazo. La pobreza terminará el día en que la solidaridad, la empatía, y sobre todo justicia social, venzan al egoísmo y exista igualdad de oportunidades para todos y todas. Si transformamos los problemas en oportunidades, si conseguimos concienciarnos de una vez por todas de que está en nuestras manos, en la de todos, personas civiles, asociaciones, empresas y dirigentes, aportar un pequeño grano de arena, hacia la consecución del primer Objetivo de Desarrollo Sostenible -el fin de la pobreza- lo conseguiremos. Y dejará de ser una utopía para convertirse en una realidad.