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Ideologías dominantes

En esta sociedad postindustrial y pandémica que habitamos, quien mantenga todavía que la ideología dominante es la ideología de la clase dominante es que ha de estar un poco majara, o tal vez le haya dado un repentino ataque de lírica nostálgica. La sentencia es encantadora, aunque el postulado se haya convertido, pasado algún siglo, en arqueología poética. Tal vez sea útil todavía para radiografiar el pasado -dependiendo de la escuela historiográfica/política, que nos conocemos el paño- pero es de una evidencia homérica el fracaso actual del axioma. Cada vez más, las ideologías se asemejan a las religiones, tan polarizada anda la calle. Y cada vez más, el imaginario colectivo se impregna de los argumentos que difunden unos y otros, los de ‘arriba’ y los de ‘abajo’, por usar el atajo podemita. El personal sigue los mensajes de los unos y los otros a machamartillo, como si fuera un corifeo robotizado. Entre el vecindario, últimamente, se llevan la palma los idearios que manufacturan los señores que ostentan la hegemonía cultural y política. Los elaborados por el gran capital están de capa caída, no cuela ni uno. Observemos el caso de la pandemia. El argumentario que ofrecen los estamentos políticos del estado actual de la peste es el que sigue: se trata de una segunda ola, debida principalmente al cambio estacional, todos los países están más o menos igual, de modo que nos hallamos poco menos que ante una plaga bíblica, caída del cielo, de la cual, claro, no somos responsables ni siquiera de su propagación geográfica. La gente hace suyo el discurso, que es el de la ideología dominante, y el que diga lo contrario, hala, a probar la agonía del fuego eterno. ¿Y si dijéramos que no hay una segunda ola, sino que la ola es y ha sido continua y que lo que ha sucedido es que tras limpiarnos de coronavirus durante el confinamiento nadie ha tomado medidas preventivas para que no se desbocara de nuevo la situación en nombre de la sacrosanta economía? ¿Y si añadiéramos que sólo cuando los hospitales comienzan a encender las luces rojas y los pacientes llenan las salas es cuando se organiza la tragedia, cuando se disparan las alarmas, cuando se nos piden sacrificios y hazañas heroicas, cuando empieza la semántica bélica de la derrota del virus? Pues igual nos crucificaban por tocapelotas. O participas del credo oficial, metabolizado por la sociedad, o estás perdido. Al exilio.

Otro ejemplo, éste perteneciente a las microideologías transversales. ¿Qué es, si no, el teletrabajo? (Olvidémonos ahora de la epidemia y sus circunstancias especiales). Un invento de las clases medias destinado a las clases medias, que ha calado en los grupos políticos y se está imponiendo como principio inapelable en todos los ámbitos sociales. Sin embargo, la inmensa mayoría de los trabajadores no pueden teletrabajar. Los obreros, las clases bajas, los premarginados del sistema no están atados a una silla y a un ordenador durante su jornada laboral. Ni muchos otros. ¿Importa? No. El discurso hegemónico es el del teletrabajo. Esa masa no cuenta, es invisible, está fuera del esquema. ¿Cómo limpiar las calles de València teletrabajando? ¿Cómo retirar la basura, cuidar los jardines, vender zanahorias, reparar el ascensor, cultivar el campo, asfaltar las carreteras, cargar los barcos, conducir un camión, edificar una casa, cortar el pelo, operar de la próstata, cuidar a los enfermos...? Las élites políticas y las clases medias -plagadas de oficinistas y funcionarios- han decidido que el teletrabajo es la condición más óptima del trabajador, lo indiscutiblemente moderno, y que el futuro conduce de forma inexorable hacia ese punto. Convertido en un axioma (clasista), su incorporación al mundo de las verdades irrefutables -de las ideologías dominantes- proviene del mundo del trabajo, no de los círculos aristocráticos del capital. Y descarta a millones de personas: las que más necesitan exteriorizar sus flaquezas. Los olvidados. Vivimos en el circuito cerrado de las clases medias. Todo está pensado para ellas, y ellas a su vez expanden su universo a todas las demás. Como en este asunto del teletrabajo, sin ir más lejos.

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