El olor de la mandarina es el olor del otoño, la estación que como todo el mundo sabe precede al invierno, si es que todavía los periodos de tiempo en que se divide el año tienen razón de ser con la que está cayendo. Es el olor que estalla de repente, apoderándose de nosotros; esa fragancia invencible que se ha escapado cuando nuestro dedo pulgar ha comenzado a despojarle de su piel naranja. La capa que envuelve su corazón esférico construido en porciones geométricas. Y ahora tus dedos conservan ese aroma, un poco áspero, fresco, intenso, que ha volado por los aires en forma de ‘big bang’ agridulce. Y vuelves al olor de la mandarina, a los olores de tu infancia, aquella mezcla dulce y de acidez que inundaba el hogar familiar haciendo del invierno un tiempo más suave y cálido. El olor a canela. Y a laurel. Y aquellos vahos de Vick Vaporub que dejaban en el aire de la habitación una burbuja de olor a mentol y eucalipto. Una sensación de dulce humedad que te hacía perder la noción del tiempo. Los olores, a diferencia de otros agentes de nuestra memoria, se prolongan, resisten, mientras vamos difuminando como si se tratara de una acuarela los paisajes de nuestra vida. Aquel olor de bienvenida y café que desprendían los tostaderos diseminados por la ciudad de València cuando el autobús te dejaba en hora temprana en la Plaza de España después de dos horas de trayecto que se convertían en un calvario entre el olor de gasoil y el humo del tabaco. De otros olores y otros tiempos.

Mis pasiones cítricas o mi neorromanticismo hortofrutícola, como ustedes prefieran, han quedado un poco en cuarentena o en toque de queda después de leer algunas de las reflexiones recogidas en el libro ‘Y ahora, ¿qué comemos?’, a cargo de Christophe Brusset. Este monsieur Brusset ha trabajado durante muchos años en la industria agroalimentaria, y entre otras ocupaciones ha sido director de compras y por lo que se ve, después de su experiencia ha decidido poner un toque de alerta en nuestros consumos de cada día. Ese planeta donde según él, el consumidor está siempre expuesto a la compra impulsiva, más que a la reflexión. Y a lo que íbamos. Toda la vida leyendo acerca de las propiedades vitamínicas y otros aportes de las mandarinas y ahora me previenen de abstenerme de comprar cerezas, uvas y ¡mandarinas! que provengan de la agricultura convencional. Las reflexiones, todo hay que decirlo, tienen por origen el consumo y mercado franceses y se basan en un informe de Générations Futures, una asociación francesa que lucha, entre otros frentes, contra los pesticidas. Estas Générations Futures recogen los resultados de los controles -el informe es del año 2018- llevados a cabo por el organismo galo que se ocupa de la competencia, el consumo y el control del fraude.

Según el informe de este organismo francés y que se recoge en el libro, el 85 % de los lotes que se venden de estas frutas contiene pesticidas. Y por si la cosa no había quedado suficientemente aclarada y tenía intención de hace alguna decoración ornamental, me avisa que vaya con cuidado de utilizar la corteza de las naranjas y de los limones, dado que le aplican ceras y pesticidas en la piel durante y después de la cosecha para que se conserven durante más tiempo. Entre nosotros la cosa tampoco está para tirar cohetes porque según un reciente informe de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición, el 46,69 % de las frutas que consumimos tiene residuos plaguicidas, aunque señala el estudio que en ningún caso se superan los límites de seguridad alimentaria. Como tengo confianza en el ministro Alberto Garzón, sé que vigilará mis índices anuales de toxicidad por comer pimientos y otras verduras y frutas.

De momento, a la vista de las informaciones de monsieur Brusset, como forma de desagravio y para restituir el honor perdido de las mandarinas francesas estoy por rociarme -en sustitución de la inmolación- de arriba abajo con alguna fragancia de componentes cítricos. No sé si optar por Eau de Givenchy que presenta un coctel de bergamota, limón, naranja y mandarina o por Mandarino de Amalfi de Tom Ford, que según leo contiene notas de limón, pomelo, menta, albahaca, grosella, flor de azahar, cilantro, pimienta negra y otros ingredientes que serían largo de enumerar. Lo que no tengo claro es si bebérmela directamente en infusión o como fondo de ensalada.