Este 2020 pasará a nuestra historia por ser, seguramente, el año que marca un cambio de época. Llevamos nueve meses de fatiga emocional donde hemos sumado la tristeza de un país por los ciudadanos muertos, por duelos inexistentes tan necesarios en los momentos de pérdida, quiebras de empresas y crisis económica, desempleo, miedos al contagio, imposibilidad de mantener relaciones sociales tan importantes para preservar nuestra salud mental, cambios en las actividades profesionales sin preparación y la erosión, fruto del distanciamiento, de la necesaria transmisión de valores de nuestros mayores para con los jóvenes.

Meses de cambios a una velocidad vertiginosa que han conseguido que integráramos en nuestro lenguaje cotidiano palabras como pandemia, teletrabajo, rastreadores… del mismo modo que nos adaptábamos a llevar mascarillas, viajar en silencio en medios de transporte públicos y hasta convivir con toque de queda. Una transformación disruptiva (sí, también este término se ha incorporado a nuestro lenguaje cotidiano) que ha supuesto el cambio profundo de los modelos sociales y laborales de organización, tal como los conocíamos hasta no hace demasiado tiempo.

La pandemia ha acelerado vertiginosamente la digitalización de todas las actividades. Ha obligado a modificar nuestros hábitos y comportamientos de una forma muy brusca, y esto ha afectado a nuestra vida laboral y personal.

Durante el confinamiento, en muchos casos, hemos puesto en marcha un modelo de teletrabajo, sin pautas, sin indicaciones claras de objetivos y expectativas de desempeño que nos ha llevado a replicar nuestro comportamiento analógico en un marco digital. La consecuencia ha sido, para muchos trabajadores, que se han difuminado los límites de la vida personal y profesional, generando decepción y afectando a una conciliación necesaria y saludable. Y por otra parte, la falta de recursos y las dificultades para acceder a la tecnología han incrementado las desigualdades sociales que debemos corregir.

Teletrabajar no es hacer lo que hacíamos en el mundo presencial pero en una pantalla. Exige redefinir los procesos y métodos de trabajo. Debe partir de un modelo de confianza, donde el contrato psicológico, de expectativas de rendimiento e implicación con la empresa supera con creces la importancia de un contrato laboral firmado. Es todavía un reto cambiar esta visión a un gran número de compañías y, sobre todo, a un gran número de directivos amurallados en el mundo exclusivamente presencial.

El nuevo modelo de organización en el trabajo que surgirá en la era postcovid necesitará de un plan de actuación bien diseñado y programado, donde se trabaje profundamente la necesidad del cambio cultural, cambio en los modelos directivos y cambios en el desarrollo de la actividad de todos los trabajadores.

El compromiso empresarial debe además abordar un modelo claro de reconversión de los puestos de baja cualificación o susceptibles de automatización abocados a su desaparición. Habrá que ofrecer formación a las personas para afrontar nuevos retos, implantando herramientas tecnológicas y cambiando los procesos y métodos de trabajo para adaptarnos al exigente nuevo entorno. Nos encontramos en una misma organización hasta tres generaciones distintas, personas con una alta diversidad de acceso a la tecnología, diferencias psicológicas respecto a la rigidez o adaptabilidad ante los cambios. Y esto exige unas nuevas competencias, nuevas habilidades tecnológicas y mentales para que los porcentajes de desempleo en España no se incrementen hasta límites que pongan en serio riesgo la sostenibilidad de las prestaciones sociales y la viabilidad económica del país.

En la era digital, el necesario e importante papel que juegan las relaciones informales, la comunicación presencial, se pierde detrás de una pantalla. Es necesario abordar una estrategia formativa que dote a directivos y empresas de las herramientas necesarias para las nuevas relaciones con los equipos, un modelo diferente que permita mantener la motivación y generar confianza. La formación de los trabajadores tendrá que ir enfocada a comprender y adaptarse, a desaprender para incorporar nuevas competencias acordes a la nueva realidad. Nuestra actividad económica ha sufrido un impacto muy grave del que nos costará recuperarnos. Y además, muchos de los comportamientos existentes antes de la pandemia volverán, pero muchos otros o desaparecerán o se transformarán completamente. Las secuelas psicológicas permanecerán durante un tiempo relevante y si no se actúa proactivamente, las desigualdades sociales y la no intervención psicológica, agravarán la salud mental de nuestro país.

En este clima de constantes y acelerados cambios, nos encontramos en uno de los momentos de mayor desequilibrio psicológico de la población. Es necesario que las decisiones políticas y el esfuerzo de todos vayan apuntalando y superando los factores objetivos que impactan psicológicamente en los ciudadanos. Tenemos que aceptar que el mundo ha cambiado y trabajar entre todos para adaptarnos y no dejar a nadie atrás. Huir del individualismo y pensar en el bien común que asentará los pilares de una sociedad con un legado digno.