La muerte de Maradona lleva a plantear a algunos que «el fútbol ha muerto». ¿Será por Maradona o también por la pandemia? ¿Por la marcha del público de los estadios o por la irrupción de las televisiones? No acabo de creerlo pero entonces recuerdo a Serrat, cuando canta ‘Pare’: «Pare, digueu-me qué li han fet al riu, que ja no canta. El riu ja no és el riu; el bosc ja no és el bosc; el camp ja no és el camp». Acaso el fútbol ya no es el fútbol.

Recurro a Eduardo Galeno, quien mejor escribió la historia del fútbol sudamericano (Sérgio Cabral, ‘Journal do Brasil’) y al cual atiendo igualmente cuando denuncia las venas abiertas de América Latina, o el paso del tiempo en el devenir del mundo. Me sobresalto. Advierte de cómo el mundo pasa tirando las cosas y cambiándolas por el modelo siguiente. Será también el fútbol el modelo desechable de una época que pasa, donde los jugadores no son ya los jugadores. Lo perenne se ha vuelto caduco y lo caduco está en lo por venir.

Con el recuerdo del ídolo fallecido, vuelvo entonces a ‘El fútbol a sol y sombra’, pensando que el gran Galeano aliviará la carga que para mí suponen mis propias contradicciones sobre el ídolo del que repudio sus adicciones y aprecio con entusiasmo el verlo entrenar al ritmo de ‘Life is life’. Galeano advirtió sobre el jugador que «estaba agobiado por el peso de su propio personaje». Pero yo buscaba la justificación del ídolo, y en su lectura encontré la mejor posible: «La pelota lo busca, lo reconoce, lo necesita. En el pecho de su pie, ella descansa y se hamaca. Él le saca lustre y la hace temblar, y en esa charla de dos conversan millones de mudos».

Es Maradona entrenando. Y nosotros, los mudos espectadores que disfrutamos de un juego de reglas y palabras británicas, -gol, córner, órsay, penalti- que enamoró a la televisión, al VAR, a los inversores, y a las SA y destrozó a la afición. Será acaso que el fútbol de los estadios cubiertos, palcos privados, público todo sentado... ha dejado de ser el fútbol, aun cuando su asistencia, sin pandemia, también se redujera.

La grada, ‘the kop’ en Anfield, es otro indicador. Los autobuses, uno tras otro, desfilan desde St. John’s Gardens, trasladando a miles de aficionados con el mismo pensamiento que los niños de Calella de la Costa, «ganamos, perdimos, igual nos divertimos». Esto es Anfield, allí el himno ‘We’ll never walk alone’ (‘Nunca caminaremos solos’) resuena fuera del estadio. La afición mantiene vivo el fútbol. En Buenos Aires, cuando la Bombonera de la Boca deje de bailar, el fútbol, seguro, ya no será el fútbol.