Síguenos en redes sociales:

picatostes

Carles Gámez

‘Putxero amb pilotes’

Entre las noticias referidas a esta próxima Navidad que está al caer, me ha tranquilizado saber que los Reyes Magos, después de su largo periplo desde Oriente, en caso de estado de alerta no tendrán ningún problema para desplazarse arriba y abajo con sus camellos. Estos reyes, los de toda la vida, a diferencia de los otros, por lo que se ve son inmunes a cualquier virus, cosa que me alegra, así que nos ahorraremos tres vacunas cuando llegue la ocasión. La verdad es que no me preocupa excesivamente lo que pase con la Navidad, entiendo que otros sectores no compartirán mi opinión tal como están las cosas. Quiero decir que me intentaré acomodar a aquello que se haya que hacer. A mi edad esto de la disciplina es un hábito que no me produce excesivos incordios si los comparamos con los ataques de lumbalgia o de artrosis. Lo que no voy a dejar de hacer son determinados rituales, entre ellos plantar el árbol de navidad, un ejercicio que alimenta mi fantasía doméstica y tiene bastante entretenidos a mis perros durante todo su proceso de ejecución mientras voy extrayendo todos los objetos con los que adornaré el árbol de las diferentes bolsas. El encendido final de las tiras de luces, como no podía ser de otro modo, despierta unos encendidos «¡guaus!» de admiración y sorpresa.

Regresando a otras navidades ya lejanas, una de las cosas que aguardaba con más impaciencia y también con más emoción en mi infancia era el día de colocación del belén. Desde la recogida de musgo y romero para ornamentar el paisaje, el serrín que figuraba ser la arena del desierto donde un pequeño castillo de cartón señalaba el palacio de Herodes; el pastor que cuidaba de sus ovejas, toda la fauna, cerdos, gallinas, vacas, palomas, que correteaban por el belén; el cielo de medianoche de cartulina y sus estrellas plateadas, y ya como gran lujo, un pequeño río hecho de metal que contenía agua. Agua de verdad, no se vayan a creer. El momento de distribuir las figuritas del belén provocaba algun tipo de discusión familiar sobre cuál era la mejor ubicación para cada una. El belén permanecía durante las navidades y, como excepción para mi disfrute, se dejaba unos días más ahora con mis indios y vaqueros ocupando las arenas y paisajes bíblicos, a los que se sumaban el Capitán Trueno, Sigrid, Jabato, Cosaco Verde y el chino Sing Lin montado en su yak.

Volviendo a los reyes, en este caso los de ficción, veo estos días los nuevos capítulos de la serie ‘The Crown’, de las pocas ficciones televisivas que ha despertado en mi una cierta curiosidad -y también paciencia- en estos últimos tiempos. Después de haber seguido las peripecias de la familia real británica por la primera mitad del siglo XX, los años sesenta y setenta, nos encontramos en plena era thatcherista y los días de gloria y aflicción de Diana Spencer. Sobra decir que la serie tiene una factura impecable, dirección, interpretación... Leo que gracias a la serie, entre la población británica se ha producido un renacido movimiento de afecto por la monarquía y esta familia real. Lo entiendo. A mí también me ha pasado viendo alguno de los capítulos y esa reina prudente, Isabel II, siempre haciendo juegos de equilibrios entre una hermana díscola y aficionada a los placeres etílicos, la princesa Margarita -aquí la actriz Helena Bonham Carter, que deja aparcados de momentos los personajes extravagantes de su expareja Tim Burton- y un marido, el duque de Edimburgo, bastante antipático y mala pata.

Leo, como proyecto por parte de una cadena privada española, una serie sobre el rey de las ‘tarjetas black’, Juan Carlos I. A la vista de la cadena de acontecimientos que el monarca ahora emérito ha ido protagonizando en todos estos años, la verdad es que munición argumental para la serie no le va a faltar en el caso de que se realice. Y, desde luego, la galería de personajes que acompañarían al protagonista real. Hasta me imagino a un Froilán yendo de parranda o a su hermana Victoria Federica persiguiendo a toreros de plaza en plaza. No sé si en el caso de producirse la serie el Gobierno español se vería forzado a realizar un comunicado como el que ha emitido el de Boris Johnson pidiendo a Netflix que deje claro que ‘The Crown’ es una ficción sobre la familia Windsor. Vamos, no sea que algun espectador de la serie española se vaya a confundir y a creer que ese monarca de ficción recibiendo aguinaldos de la familia real saudí tiene alguna relación con nuestro rey emérito y antiguo cazador de especies en extinción. Una cosa es la ficción y otra la realidad.

Me olvidaba, por aquello de los hábitos preceptivos navideños. Por supuesto, este año, como todos los años, no pienso renunciar al ‘putxero amb pilotes’ del día de Navidad. Faltaría más.

Pulsa para ver más contenido para ti