A medida que tenemos más información de la covid-19, más elementos nos surgen para la preocupación. Ni la llegada de la tan ansiada vacuna ayuda a disipar los miedos. Ya sabemos que el virus, en algunas superficies y en condiciones adecuadas, puede sobrevivir con capacidad de infectar hasta dos semanas. O que puede permanecer nueve horas latente en nuestra piel. O que la distancia mínima de seguridad ante una gota de cinco micras no puede bajar de los dos metros. Cuanta más información buscamos más alarmas se encienden en nuestro interior. Y ahora surgen nuevas cepas, como la de Reino Unido, más infecciosas aún. Se entiende así la necesidad de insistir en airear espacios, evitar cualquier aglomeración, mantener distancias, usar geles hidroalcohólicos, portar correctamente la mascarilla…

El virus ha afectado hasta a la solidaridad. Las plataformas contra la pobreza, tan reivindicativas en otras épocas, ya no se ven en las calles; de hecho, hacía tiempo que no se veían a pesar del empobrecimiento severo de ciertos sectores de población, pero quizás eso tenga que ver más con la política: ya no gobierna la derecha. Pero el caso es que todo el tejido social se ha adecuado de una forma u otra a la nueva realidad surgida tras la irrupción de la covid. Sirva como ejemplo la campaña para la recogida de alimentos que se lleva a cabo por estas fechas navideñas. Ya no es posible donar parte de nuestra compra para su posterior distribución entre los necesitados: ahora todo es telemático, a distancia. Incluso es factible emplear un bizum para hacer nuestra aportación económica solidaria a la asociación social de siempre.

A pesar de la pandemia, la Navidad sigue, afortunadamente, haciéndonos sentir más solidarios. Ver estos días a alguien sentado en la calle, pidiendo, nos revuelve la conciencia y las entrañas de una forma distinta. Y eso que pasear por el centro de Valencia no es diferente al resto del año: se pide limosna en los mismos lugares y rincones. No hay más personas pidiendo; tampoco menos. Todos con sus mascarillas puestas. Unos las llevan bien colocadas, otros no tan bien. Buena parte con su uso demasiado prolongado. Los pocos que no la usan no es por negligencia ni por negación, es que su mundo es otro…

Con el virus tan presente en estas fiestas, habrá quien tenga reparos a la hora de acercarse a un desconocido para dejarle unas monedas, es comprensible. Pero aún no se han inventado alternativas a la solidaridad directa, de proximidad. Tan necesaria. También para el que la da.