Nos toca vivir tiempos históricos. A cualquier resultado deportivo se le califica de esa manera y la palabra, por gastada, ha perdido valor. No podemos meter en el mismo saco la victoria del Alcoyano sobre el Real Madrid, por muy histórica que sea, que el trabajo de Clodoveo por la conversión de los francos a la fe de Cristo. ¿Qué me dicen del momento en que el papa Gregorio el Grande vio a dos muchachos rubios de ojos azules en el mercado de esclavos de Roma y al saber que eran anglos replicó: «No. Son ángeles»? Esa fue la razón por la que envió a Agustín de Canterbury a convertir a los anglos. ¿Lo hizo por afán evangelizador o porque eran ángeles rubios y de ojos azules? Ya ven como la historia de verdad depende también de las casualidades. ¿Qué a qué viene esto? Muy sencillo. Pues porque si aquellos muchachos esclavos no hubieran sido rubios y de ojos azules, igual estarían hoy adorando a sus dioses particulares y seguramente Joe Biden, el nuevo presidente de EE UU, de origen irlandés, que acudió a misa católica antes del acto de su proclamación y se le fotografió en aparente plegaria, adoraría hoy al dios pagano de turno del que, obviamente, desconocemos su nombre.

Biden es un católico progresista y eso significa, según el catecismo de la corrección política actual, su defensa de la doctrina social de la Iglesia, su apoyo a la inmigración y una política a favor de la paz y de los más débiles, al feminismo y a la igualdad de género. Bien mirado, tiene pinta de pastor anglicano de un pueblecito de Minessota, y se nos presenta en glosario mediático como el padre de ‘La casa de la pradera’. El hombre gusta de abrazar, tiene las palabras justas y los gestos templados y persuasivos. Un venerable anciano al que hay que respetar haga lo que haga. A fin de cuentas, acaba de derrotar a Donald Trump, de gestos duros y chulescos, empeñado en levantar muros de hormigón y comerciales. Cantinflas, en la genial escena del cruce de la frontera, retrató en el policía la personalidad de Trump: un «trompellote», palabra singular de mi pueblo.

Dicen que Biden combatirá el calentamiento global, que igual es enfriamiento, vete a saber... Al calentamiento se suele llegar desde el enfriamiento. Y al revés. Por si le sirve de ayuda le recuerdo al presidente de EE UU, que estoy seguro me leerá, que en el año 1956 se helaron las garroferas de mi pueblo. Helada, por cierto, que nadie recuerda haberla vivido, antes ni después de aquella fecha. Sí, ya sé que esa palabra, la de ‘garrofera’ no está en el diccionario de la RAE pero en estos tiempos relativistas, de confusión, la pongo porque mi pueblo tiene derecho a que se le reconozca esa personalidad lingüística.

Tiempos en los que un mandatario católico que reza nombra cargos de personas que apoyan las políticas abortistas. Los obispos de EE UU recuerdan este detalle. El papa Francisco alzó la voz contra lo del muro de Trump pero recibió al presidente norteamericano días después. O sea, también recibirá al presidente católico. El fundador de La Compañía, Ignacio de Loyola, recomendaba acercarse a las entrañas del poder allá donde se encuentre. Si el poder dice que se puede abortar porque es un «derecho», no es cuestión de ponerse pesados con la defensa de la vida. Retiramos el debate. Lo catalogamos como dilema moral personal y en paz. Cada cual que escampe por donde pueda. Es conocido que el franciscano preguntaba al padre espiritual si rezando se podía fumar y el jesuita preguntaba si fumando se puede rezar. En dos preguntas, un tratado de filosofía de vida. Nunca hubo tanta confusión. Ya ven, hasta el coronavirus se vuelve loco con sus cepas. No les extrañe que el Alcoyano gane la Copa.