Asistimos estas últimas semanas a un interesante debate en torno a cómo debe ser el planeamiento del suelo aún vacante entre el barrio de Benimaclet y la Ronda Norte de Valencia. Singular debate también, porque se están confrontando con claridad y contundencia dos (al menos) modelos alternativos para la planificación de una de las escasas bolsas de suelo pendientes de planificar y desarrollar del Plan General de 1988 que tuve el honor de dirigir. Y es singular porque los debates urbanísticos en Valencia se han limitado, por lo general a críticas más o menos ácidas a actuaciones concretas, sin ofrecer modelos alternativos. Y esta vez, por fin, podemos -y debemos- debatir sobre dos modelos de creación de nueva ciudad y, como urbanista, tengo que reconocer que es un debate muy estimulante en el que me gustaría, modestamente, aportar algunas ideas.

En primer lugar, sobre el uso racional del suelo en una ciudad como Valencia. Diré de entrada lo siguiente: Valencia no puede permitirse el lujo de no aprovechar con densidad suficiente los espacios aún no edificados. Más aún: no tenemos derecho a no utilizarlos racionalmente. Lo que significa utilizar una densidad que sea la mayor posible compatible con un soleamiento adecuado, una calidad de espacios públicos correcta y unos equipamientos suficientes. Suena extraño, ¿verdad? ¿Densidad alta? ¿Eso es progresista? Pues sí, déjenme explicarles.

Durante muchos años, los urbanistas formados en las postrimerías del franquismo, que vivimos los excesos de densidad de los aberrantes planes de los ‘60 y ’70, vimos el exceso de densidad como el principal problema del urbanismo. La limitación de densidad aparecía como el paradigma del urbanismo avanzado y progresista. Pero eran tiempos en que la sensibilidad ambiental no era la actual. Tiempos en que no se valoraba la huerta como lo hacemos hoy. Tiempos en que el transporte público y su eficacia no estaban en el debate sobre el modelo urbano más eficiente y donde los límites a la expansión de las ciudades eran borrosos. Y en eso llegaron el cambio climático, las estrategias ambientales europeas, la directiva de suelos y, por encima de todo ello, la sostenibilidad como nuevo paradigma del urbanismo. No del urbanismo digamos, progresista, sino del urbanismo a secas. Hoy es inconcebible realizar planificación urbana en la que el factor de sostenibilidad ambiental no sea un elemento esencial.

Así pues, muchas cosas han cambiado en el pensamiento urbanístico en las últimas dos o tres décadas. Y ha emergido un nuevo modo de ver y entender la densidad de la ciudad y, sobre todo, ha emergido el modelo de ciudad compacta (es decir: densa) como el modelo ambientalmente deseable y que ofrece la mejor relación y eficiencia en el uso del espacio urbano, minimizando desplazamientos, minimizando el consumo de suelo, facilitando la interacción social y optimizando las infraestructuras urbanas y los equipamientos. El nuevo paradigma del urbanismo progresista es éste, aunque a muchos nostálgicos ruralistas les pueda parecer difícil de aceptar.

El gran arquitecto Richard Rogers sintetizó perfectamente esta idea: «Desde el punto de vista medioambiental, la única forma sostenible de desarrollo urbano son las ciudades compactas… una manera racional y económica de crear asentamientos humanos que ofrezcan una calidad de vida alta».

La ciudad compacta debe ir asociada a una fuerte actividad económica interna. Una ciudad como Valencia, centro de servicios de un área metropolitana de más de un millón de habitantes, tiene que ser capaz de ofrecer espacios para actividad empresarial. El ratio usual de 1 a 9 ó 1 a 10 entre edificabilidad para usos productivos y residenciales debería cambiar a un ratio de 1 a 6 o incluso 1 a 5. Es decir, destinar hasta el 20 % de la nueva edificabilidad a usos económicamente productivos. La creación de empleo en el interior de una ciudad debería ser una de las prioridades principales de una política urbanística racional y progresista.

¿Dónde nos lleva todo lo anterior en el debate sobre el futuro planeamiento de Benimaclet? Pues, en primer lugar a cuestionar la disminución de densidad. La edificabilidad que Valencia no sea capaz de acoger irá a otro sitio cercano. Y ese otro sitio cercano son los espacios de la huerta de Valencia o el espacio agrícola metropolitano. Y además, estaremos infrautilizando la ciudad que ya tenemos. No es una buena idea. Hoy todas las ciudades importantes europeas, grandes y medias, están creciendo sobre sí mismas, en un proceso generalizado de «reciclado» de la ciudad, reconvirtiendo espacios infrautilizados en otros nuevos que combinan viviendas, oficinas y terciario en general. Con densidad alta. Siempre.

Y creando ciudad. Decía Camilo Sitte «…no puede llamarse en realidad ciudad allí donde no existen edificios públicos y plazas». Los huertos urbanos no son jardines, no son ciudad, son espacios privatizados. Su sitio natural es junto al resto del espacio agrícola. La ciudad debe contener espacios urbanos identificables: calles, plazas, jardines, edificios públicos…

La esencia del urbanismo es el diseño del «vacío» urbano. La forma de ese vacío urbano es lo que define la habitabilidad y la escala humana de una ciudad. Y la ciudad compacta puede perfectamente crear y producir esos espacios, de los que Valencia tiene magníficos ejemplos en el ensanche o en su casco histórico. Y lo puede hacer con mejor resultado que cuando reducimos más allá de lo razonable la densidad e incorporamos tipologías de «cases de poble» ajenas por completo al modelo urbano de ciudad compacta.

Recrear huerta en medio de la ciudad es un error. Si se desean hacer pequeños huertos para que vecinos o colectivos hagan sus cultivos particulares, idea muy atractiva por otra parte, esa es una excelente ocasión de recuperar parcelas de huerta próximas a la ciudad que corren el peligro de dejar de cultivarse, parcelas que el ayuntamiento, con poca inversión, podría adaptar para ese uso colectivo, garantizando su conservación. Y una huerta no cultivada es un desastre ambiental y paisajístico: maleza y suciedad.

Para concluir estas breves ideas a modo de apuntes, creo que es obligado recordar que cambiar las reglas de aprovechamientos aprobadas para un sector hace nada menos que 33 años y que, en todo ese tiempo, nadie ha cuestionado de modo oficial, no constituye una buena carta de presentación de Valencia ante inversores privados que han apostado por nuestra ciudad para desarrollar su actividad. Y Valencia tiene un futuro espléndido por sus excelentes condiciones para constituirse en uno de los principales centros de servicios del sur de Europa. Intentemos alcanzar un consenso sobre el futuro planeamiento de Benimaclet. Será un excelente mensaje para todos los que piensan que Valencia es la gran candidata a liderar el desarrollo del arco mediterráneo y quieren participar en ese proceso. Y también para todos los que piensan (y pensamos) que el mejor urbanismo siempre será fruto de un debate respetuoso y participativo, en el que deben prevalecer los intereses generales.