Iba a escribirles sobre urbanismo y los nuevos líos en los que anda metida la ciudad de València, pero la llegada del príncipe de Johor, lo reconozco, me ha sobrepasado. Suena a chiste de Chiquito de la Calzada, jojor… condemor. El príncipe de uno de los sultanatos que constituyen la Federación Malaya, el clásico millonario asiático de gustos estéticos horteras, tipo el Eddie Murphy de ‘Zamunda’, ha llegado a un acuerdo con el singapurense Peter Lim para enderezar la marcha deportiva, y económica, del Valencia Club de Fútbol.

Lo resumo para los que no siguen al día las peripecias del fútbol: tras adquirir la mayoría accionarial del Valencia, Peter Lim, uno de los hombres más ricos del mundo según ‘Forbes’ gracias a su pericia en la bolsa y los negocios inmobiliarios y hospitalarios, ha ido enviando a Mestalla a una sucesión de gestores de su confianza que lo han hecho rematadamente mal mientras aquí aprendían a vivir de lujo. En vista de lo cual, Lim no ha hecho sino cortar cabezas de directivos, empleados, técnicos y futbolistas, empeorando cada vez más la situación del club.

Como quiera que ya no pisa tierras valencianas dado el comportamiento levantisco de la afición, Lim, amigo y posiblemente socio del conocido representante de futbolistas Jorge Mendes, ya no sabe qué hacer con el Valencia tras haber vendido y comprado jugadores por valor de más de 500 millones de euros en los últimos años, mayormente con su amigo. La situación se ha deteriorado de tal modo que el Valencia va camino del descenso a segunda división y, además, ha enfangado su relación con las autoridades políticas tras incumplir uno tras otro todos los compromisos que adquirió con la sociedad valenciana. Hace catorce años se iniciaron las obras del nuevo estadio y allí sigue, detenido en el tiempo su esqueleto de cemento.

En tales circunstancias, grupos de valencianistas se han ido reagrupando con la pretensión de recobrar la propiedad de la entidad. Tienen un plan ideado por el abogado Martín Queralt, incluso expresidentes como Manuel Llorente contemplan una ‘hoja de ruta’ para ello, pero todos esos intentos pasan tanto por la predisposición de Lim como por la aquiescencia de Bankia, el principal acreedor de las deudas del Valencia transferidas en su momento al ‘businessman’ de Singapur. José Ignacio Goirigolzarri, al frente de Bankia, consiguió quitarse de encima el pasivo valencianista generado por la desnortada gestión de Juan Bautista Soler y Vicente Soriano, en aquellos tiempos en los que el negocio del ladrillo se entrecruzaba peligrosamente con el fútbol.

Curiosamente, ahora Goirigolzarri tendrá que volver a la ciudad en cuanto la Caixa absorba de hecho a Bankia, y desde el antiguo edificio del Banco de Valencia supervisará las cancelaciones de la deuda de Peter Lim o, en su defecto, deberá trazar otro plan de viabilidad para reflotar al Valencia. Sería todo un sinsentido que el equipo emblemático de la ciudad cayera en la bancarrota debido a los errores en la praxis financiera de un banco que ha decidido afincarse en tierras valencianas.

En Asia, sin embargo, tienen otra forma de pensar, y más en esa zona del mundo a caballo entre Buda y el islam donde Emilio Salgari situaba casi todas sus novelas de aventuras, en especial a Sandokán. Peter Lim no quiere perder más dinero en Valencia y ha empezado a comprender que deshacerse de activos futbolísticos vinculados a las raíces –Carlos Soler, Gayà y para de contar– solo empeoraría su imagen, desacreditando por completo su proyecto. Así que ha buscado otro amigo, el príncipe de la vecina Johor, para transferirle un paquete de acciones, recuperar parte de la inversión y dejarle el juguete al joven príncipe a partir del año que viene. No sabemos si es un chiste o una de Tintín.

Singapur, la patria de Lim, recordémoslo, debe su extraordinario desarrollo económico a una posición estratégica como enclave portuario, a lo que hay que sumar los beneficios de una administración colonial británica basada en el libre comercio y la escasa presencia del Estado, así como a la condición multiétnica y multireligiosa de su población. Singapur, que en su día fue repudiada por Malasia, ha crecido tanto que su fortuna se irradia hacia las vecinas tierras malgaches. Lim encabeza esa expansión malaya en un proyecto urbanístico cercano a los 40.000 millones de dólares para crear una nueva ciudad sostenible, donde están invirtiendo importantes empresas españolas: Acerinox, Meliá, Mapfre.

Lim parece aburrido del fútbol y Johor está al caer mientras el equipo da una pésima imagen y sus dirigentes andan cada día más descerebrados. Asistimos a los acontecimientos frotándonos los ojos: ¿es un chiste o un guion de Azcona con Berlanga? Menos mal que no nos falta sentido del humor para echarnos las risas y unas paellas a cuenta del príncipe de Johor, condemor… Que no nos dé la risa tonta.

Históricamente, el Valencia CF ha sido el aglutinante más poderoso del sentimiento regional de pertenencia. Poco a poco se ha ido perdiendo. La falta de éxitos ha ayudado. En el mismo periodo asiático del Valencia, sus iguales han prosperado sobremanera: el Atlético de Madrid de Simeone –con el doble de deuda– y el Sevilla de Monchi dominan el segundo escalón del fútbol español al que ya no pertenece el Valencia. Mientras, el equipo del barrio del Grao, digo del Levante, y el de una pequeña localidad industriosa de la Plana, el Villarreal, le disputan la hegemonía regional y, desde luego, juegan mucho más al fútbol y propician más alegrías a los suyos que la tropa valencianista. ¿La crisis final ha estallado?