En las primeras horas del recién estrenado 2021 fallecía una persona sin hogar en las inmediaciones de un gran hospital de València. Inmediatamente, las autoridades informaban de la puesta en marcha de la ‘operación frío’ para atender a los sintecho en este invierno que acaba. Es un modelo de gestión que no ha variado ni con el paso de los años ni con los cambios de gobierno. Eso sí, quienes hoy dirigen la política social han olvidado las duras críticas que lanzaron cuando eran oposición. Entonces cuestionaban el carácter asistencialista de estas políticas sociales. Hoy ya no les parecen tan malas ni anticuadas.

La pandemia va a hacer estragos en una clase media que ya empieza a dar signos de deterioro. Si el año pasado un 27% de valencianos estaba en riesgo de exclusión, hoy las grandes entidades sociales ya alertan del desastre. Sólo en la capital valenciana se calcula que cuatro mil personas han pasado en las últimas semanas a formar parte de la categoría de pobres.

Las colas del hambre han vuelto. Atrás quedan los esfuerzos por dignificar el reparto de alimentos de tiempos pasados. El perfil de quienes reciben la ayuda ha cambiado. Hoy no solo encontramos a personas sin hogar, inmigrantes recién llegados o personas en graves procesos de exclusión. Ahora vemos el rostro de los nuevos pobres que trae consigo la pandemia. Valencianos que hasta hace meses vivían de un sueldo, pagaban su alquiler, su hipoteca, la luz, el agua, y que hoy necesitan apoyo para cubrir necesidades esenciales.

Pero hablamos de colas que también vienen propiciadas por un colapso de los sistemas de protección que viene de lejos. El ejemplo más duro es el de los dos y hasta tres meses que en la primera ola pandémica han tenido que esperar los ciudadanos de la ciudad de València para ser atendidos, situación que provocó la llamada de atención del propio Síndic de Greuges.

El gobierno de Joan Ribó ha puesto en marcha medidas para reconstruir lo mucho dañado como hacer un nuevo listado de las personas sin hogar, abrir una oficina de no discriminación, un observatorio contra el odio... medidas que pueden ser útiles pero que no alimentarán hoy a los muchos que necesitan ayuda. Y la realidad sigue siendo que mientras Ribó facilita neveras y microondas para las personas más vulnerables sin saber si podrán meter comida en ellos, la Policía tiene que pedir mantas a entidades sociales para repartirlas entre quienes dormían al raso. El invierno acabó pero no las colas de la necesidad.