Parecía que al final del túnel se veía la luz, por fin. Lo que algunos agoreros decían que iba a tardar años en producirse estaba ya al alcance de las personas. Por supuesto, estoy hablando de la vacuna contra la covid-19.

Un respiro, un suspiro de alivio universal comenzó a circular. Ahora solamente tenemos que esperar a que nos llamen para recibir la inmunidad y podremos empezar a pensar en la pandemia como en algo del pasado, como cuando uno se despierta de una pesadilla que le deja bajo los efectos del miedo y la tensión a la que ha estado sometido, pero poco a poco va perdiendo potencia hasta que deja de ser un pensamiento recurrente.

Las buenas noticias suelen venir aderezadas, en los medios de comunicación, de elementos de sospecha, o de dudas razonables acerca de su viabilidad. Esto no ha dejado de ocurrir con las distintas vacunas que han estado sometidas a incertidumbres constantes acerca de su viabilidad, cumplimiento de exigencias requeridas, premura excesiva en su elaboración... en definitiva, cuestiones sin ninguna base científica pero que han generado perplejidad y titubeos en aquellos ciudadanos que ya partían de alguna reticencia a inocular elementos extraños a su cuerpo, a pesar de que, precisamente, su función es salvar su propia vida, o al menos protegerla.

Superada la primera barrera de las «dudas razonables acerca de la eficacia», en los medios aparecen otras cuestiones de rabiosa actualidad que generan de nuevo ansiedad, miedo y, sobre todo, interés por conocer más noticias al respecto de las distintas cepas en las que va mutando el virus causante de la pandemia. Tampoco estas noticias tienen elementos de constatación científica acerca de su gravedad extrema y muy pronto van desapareciendo de las primeras páginas, ya que sus características añaden una cierta dificultad al proceso de vacunación, pero nada relevante. Eso sí, garantizan llamativos titulares.

La ruta de la vacuna continúa camino de la inmunidad, pero entonces sucede algo que nadie tenía previsto -«es la economía estúpido»- y sin saber muy bien porqué, comenzamos a encontrarnos una asimetría a gran escala en cuanto a niveles de vacunación entre las distintas zonas del planeta, vacunas que han viajado a tierras lejanas a precios exorbitantes, territorios a los que no ha llegado, ni tampoco se la espera, al menos a corto plazo, y otras zonas, como la vieja Europa, en la que llegan como si las dejaran caer desde un cuentagotas, excusas, problemas, contratos ocultos… El resultado es que se retrasan una y otra y otra vez, mientras se dispensan con generosidad vacunas que han sido pagadas a precios muchos más elevados en otros lugares.

En fin, un extraño cuento que se está convirtiendo en un cuento de terror, ya que, en el transcurso de ese trayecto, las víctimas de la covid se siguen produciendo y muchas de ellas con unas consecuencias irreversibles.

La sorpresa mayúscula se produce cuando uno piensa en lo que están haciendo, para impedir esto, los responsables de gobiernos, instituciones y organismos internacionales: la callada por respuesta, las excusas y los eufemismos para indicar que, a pesar de todo, los calendarios van a cumplirse… afirmaciones que se realizan con las fechas ya desfasadas.

Han tenido que pasar varios meses y millones de vacunas utilizadas al ritmo del mercado para que la OMS proponga algo que hace ya muchas semanas era un clamor: suspender las patentes de las vacunas contra el coronavirus. «Es ahora o nunca». Magnifica deducción, solamente tiene dos ‘peros’: no es ahora, era antes, mucho antes; y cómo van a conseguir que se imponga una decisión que puede salvar miles de vidas, y sobre todo, qué papel van a jugar los gobiernos para apoyar esta decisión.