Apenas hace unas semanas que se ha estrenado en Netflix y ya está llamada a marcar un antes y después en el género de películas sobre adolescentes. Me refiero a ‘Moxie’, un filme dirigido por Amy Poehler y basado en la novela de Jennifer Mathieu. Inicialmente parece una comedia sobre la vida escolar en un instituto de Estados Unidos, con alumnado multicultural, equipo de rugby, animadoras y poco más. Pero no es así porque todo lo que ocurre presenta otra forma de entender las relaciones entre jóvenes adolescentes de ambos sexos. De hecho, los personajes no siguen los guiones de género patriarcales que se les imponen mediáticamente a chicos y chicas en la adolescencia. Aun así, todo transcurre en un entorno sexista que se denuncia ante la autoridad del centro y que está personificada en una directora que no escucha a las jóvenes pues se dedica a custodiar los privilegios hegemónicos de los jóvenes varones que cumplen el prototipo de ser blancos, deportistas y pertenecer a una clase socioeconómica desahogada que suele financiar al mismo instituto.

Ante esta situación, la protagonista de la historia, la joven Vivian Carter, decide rebelarse y siguiendo las instrucciones de un fanzine feminista que perteneció a su madre, impulsa una red de solidaridad entre las estudiantes para hacer frente al machismo que cada día las humilla durante la jornada escolar. Consigue de este modo dejar patente que ellas, las adolescentes, están unidas y ya no se callan. Un acto de disidencia que en la película se ejecuta a temprana edad y que coincide con el avance del feminismo y su capacidad para crear redes de comunicación en su demanda de una justicia de género que crea en lo que las mujeres dicen. A esto se añade que otros personajes que acompañan en importancia a la protagonista femenina, encarnen cuestiones teóricas candentes dentro del feminismo como son la interseccionalidad, la visibilidad de los logros de las mujeres y la creación de nuevas masculinidades. Es más, el giro copernicano que supone esta película está en haber presentado de forma atractiva otros modelos de conducta relacional. Y a ello contribuye el acierto del casting, así como la resolución hábil que la guionista, Tamara Chestna, ha hecho de la novela en la que se basa la película.

Ahora bien, la narración cinematográfica se dirige tanto a chicas como a chicos a fin de evitar que mimeticen un tipo de sexualidad donde el rol masculino es ser dominante y controlador y el femenino ser complaciente y obediente. Por eso mismo, hay que tener en cuenta que igual que se aprende se puede desaprender ese modelo erróneo de afectividad y erotismo, para interiorizar otra forma de amar sana que no dañe la autoestima, ni recurra a la violencia con la que la masculinidad patriarcal identifica la virilidad. En ello, lleva insistiendo mucho tiempo Charo Altable Vicario, cuyo último libro, titulado ‘Otras maneras de amar’, resulta de gran ayuda al reunir gran parte de su trabajo educativo dirigido a potenciar la salud afectiva de niños, niñas y adolescentes. Esta experta en coeducación emocional y sexual, formada entre España, Francia y Brasil, nos recuerda que la escuela debe de ser mediadora entre la emoción y la reflexión para enseñar a ver cine. Arguye dos motivos básicos, en primer lugar, porque la persona espectadora suele recrear lo que ve en la pantalla y, en segundo lugar, porque cada vez más la socialización depende de una cultura visual de masas y no solo de la familia y la escuela.

En esa línea, ‘Moxie’ es algo más que una historia de chicas adolescentes y no debe desestimarse que haya sido escrita y dirigida por mujeres. Aquí, quien dirige importa porque aplica esa otra mirada crítica hacia los estereotipos de género en los que las mujeres quedan vinculadas a un determinado modelo de belleza, diseñadas como objetos sexuales y dependientes emocionalmente del varón. Hay que tener en cuenta que el cine es un producto de entretenimiento, pero también un potente medio de socialización que difunde un cierto tipo de sexualidad. En esta ocasión, ya no son los hombres quienes miran y las mujeres el objeto que debe ser mirado por ellos. De ahí la importancia de esta comedia, diseñada para consumo joven, que ofrece otra mirada y convierte a las adolescentes en sujeto de su propio deseo y decisión. Es cierto que una sola comedia no va a desactivar sin más los estereotipos de género que falsean la realidad y que presentan el encuentro entre dos cuerpos en unos casos desde las fantasías sadomasoquistas masculinas, como sucede en ‘Cincuenta sombras de Grey’, y en otros desde la pornografía que sirve de referente a las manadas cuando cometen el delito de las violaciones en grupo. Con todo, una sola película no va a cambiar mucho las cosas, pero puede considerarse ya el inicio de un giro audiovisual que sea más la solución que el problema. A mi entender, vale la pena verla ya sea solo porque ofrece otra imagen de la adolescencia actual en consonancia con el hecho sociológico del despertar del feminismo. Y hasta aquí, como suele decirse para no destripar la trama y correr el riesgo de hacer ‘spolier’, puedo decir.