Desde luego, son tiempos difíciles para el optimismo y no digamos para el elogio de la buena política. Y lo que viene tampoco parece mejor. Voces autorizadas como las de Adela Cortina y Santiago Alba Rico así nos lo pronostican. La catedrática de Ética nos decía en estas mismas páginas que «el mundo postpandemia será igual que el anterior, pero más empobrecido y desigual, y los políticos continuarán buscando sus votos, atizando el conflicto». Por su parte, el filósofo nos ofrecía, también en fecha reciente, este demoledor avance del mundo que nos espera a la vuelta de la esquina de tanto daño, dolor y decepción: «Todo invita a pensar que de la pandemia saldremos intelectual y culturalmente desestimulados, políticamente cabreados, socialmente perezosos, económicamente desgastados, antropológicamente desunidos y desesperanzados». Difícil tarea, por lo tanto, la que asumo aquí, tratando de transmitir un poco de esperanza y confianza en la buena política seguida en la Comunitat Valenciana en la lucha contra la covid19, al menos desde el 21 de enero del presente año; lo que, sin duda, es mérito a partes iguales, del Consell y de la conciencia cívica mayoritaria de los valencianos.

Las cifras están ahí y resultan hoy esperanzadoras y espectaculares en el contexto del Estado y de toda Europa. El logro de pasar en el plazo de dos meses de ser la comunidad autónoma con mayor nivel de incidencia acumulada a 14 días en España, a tener la menor incidencia de todo el continente, no es fruto de casualidad alguna, sino el resultado de la aplicación valiente, firme y científicamente rigurosa de una política de lucha contra el virus con el objetivo prioritario e ineludible de la defensa de la vida. Esa política, necesariamente basada en duras restricciones sociales de movilidad y convivencia, como reclamaban los expertos, y ejercida por nuestros gobernantes desde la cercanía y la trasparencia, ha supuesto el esfuerzo doloroso de casi todos los ciudadanos y el sacrificio mayor del sector de la hostelería, al constituir estos espacios el epicentro de nuestra cultura de encuentro comunitario. La sociedad valenciana no olvidará nunca ese sacrificio y sabrá ser generosa. Así, más allá de las justas compensaciones a los negocios afectados, son necesarias iniciativas públicas con soporte social en todos los ámbitos territoriales, como el bono-viaje instrumentalizado por el Consell, o el bono-bar, aplicado ya por algún ayuntamiento importante en otra comunidad.

Decíamos hace unas semanas que mantener esas políticas restrictivas de la movilidad y la convivencia el tiempo necesario que aconsejen los expertos y establecer con rigor un proceso escalonado de apertura, era absolutamente necesario para despertar con esperanza a una vida mejor. Sabíamos que iba a costar un tiempo reducir el número de casos, bajar la presión hospitalaria y acabar con el reguero de muertes. Pero hoy, ayudados por manos expertas, hemos logrado despertar de ese letargo anestésico colectivo. Hemos sabido reaccionar con rebeldía contra lo evitable, porque, en espera de la profilaxis vacunal general, se ha dado en el clavo del virus con las tres armas más eficaces para destruirlo: perimetración comunitaria, límite personal y temporal (toque de queda) a las reuniones de personas y cierre de espacios comunitarios interiores. Hoy sabemos que mantener y todavía mejorar más el objetivo alcanzado exige mucha prudencia, como también se está realizando; y sabemos, finalmente, que cualquier deriva o repunte de casos exigirá volver a aplicarlas. Por eso, no tener que hacerlo es todo un reto político, sanitario y social.

Esa misma prudencia exige no lanzar las campanas al vuelo; pero sería injusto no valorar el éxito hasta ahora alcanzado, máxime, en un contexto estatal con contrastes tan enormes que solo encuentran su razón de ser en la aplicación de diferentes políticas en unas y otras comunidades autónomas y en la grave carencia de una política conjunta de Estado responsable, solidaria y eficaz en todo el país. Esconder esa responsabilidad bajo las alas de las comunidades autónomas puede ser una apuesta política; pero no puede ser una buena política de lucha contra el virus y de defensa de la vida, cuando se tolera la temeridad de algunos, la falta de valentía de otros, cuando no la falta de recursos de muchos territorios y personas. «Spain is diferent». Que lo digan en la OMS y en media Europa. Ese desequilibrio sanitario es inadmisible. Y las recomendaciones y los semáforos no sirven para nada, ante el daltonismo político de algunos gobernantes que prefieren jugar a la ruleta rusa con la covid-19. Los comentarios difundidos del presidente cántabro a propósito de este tema expresan un sentimiento largamente compartido por muchos ciudadanos en todo el país. Su alarma es razonable.

Pero hoy quiero pensar que las palabras antes citadas de Cortina y Alba nos ofrecen huecos por los que puede deslizarse la esperanza en un mundo mejor. Es cierto que muchos políticos seguirán atizando el conflicto en busca desesperada de votos, algunos incluso brincando como saltimbanquis de sigla en sigla. Pero todos no son iguales. Por sus obras les conoceréis. Existe la buena política y su elogio, como hoy hacemos, es justo y necesario. Por otra parte, el desgaste, la pereza, la desunión, el cabreo y la falta de estímulo que nos dejará la pandemia no podrán anular esa capacidad de rebeldía social contra lo evitable, como aquí y ahora en la lucha contra el virus vamos consiguiendo entre todos. A pesar de todo, por ese hueco otro mundo mejor sigue siendo posible.