Ya no queda nada para que los empadronados en la capital voten en conciencia y el resto de españoles podamos vivir en paz sin tener que soportar la campaña en todos los espacios informativos de las cadenas nacionales haciendo de Telemadrid. Casi como si fueran unas elecciones generales, pero con un solo debate entre balas y navajas, lo que transformó el previsto en ‘El Objetivo’ en un coloquio de altura sobre democracia y convivencia entre Juan Luis Arsuaga, Adela Cortina, José Antonio Marina y el politólogo Víctor Alpuente. He de admitir que no tenía yo la cabeza para tal envite intelectual. A pesar de ser todavía lunes, el cansancio acumulado por la crispación política sumado a la fatiga pandémica y otros asuntos me hicieron seguir apostando como cada semana por ‘Días de cine clásico’ en La 2. Tocaba ‘La gata sobre el tejado de zinc’, una película que no puedes dejar de ver aunque te la sepas de memoria. Las chispas entre Paul Newman y Liz Taylor pasaron por encima del programa de La Sexta y la serie de Cuatro.

En este pasar por el mando esquivando la política a la madrileña llegó la terrible noticia de los asesinatos de David Beriáin y Roberto Fraile en Burkina Faso. Permítanme que les dedique unas líneas en esta columna televisiva porque a eso se dedicaban, a hacer televisión de la buena, consciente de que cientos de personas mueren trabajando: policías, bomberos, personal sanitario, pescadores… y activistas como el conservacionista Rory Young, cofundador de la ONG Chengeta Wildlife, que fue abatido junto a los nuestros mientras grababan un documental sobre esa caza furtiva que combatía.

No les conocía personalmente, pero sí su trabajo y por qué lo hacían. Como lo describe Jon Sistiaga, no eran «solo» reporteros de guerra o de conflictos, ejercían sobre todo un periodismo de inmersión. Pasar tiempo en lugares donde los derechos humanos o la vida misma no valen nada para que tengamos la oportunidad de conocer esas realidades y quizás nos dé pie a colaborar en su erradicación en la medida de nuestras posibilidades. Saben que no pueden cambiar el mundo, ni son héroes ni kamikazes, solo creen que al menos hay que contarlo. De ahí el profético título del documental «Morir para contar» del argentino Hernán Zin que dejó el reporterismo de guerra por salud mental. Hace pocos meses lo compartía con los estudiantes de 1º de Periodismo como seminario de una especialidad en peligro de extinción sin ONG que la defienda. Para siempre quedan sus reportajes.