La pregunta está en el aire y en cuanto a la respuesta, por mucho que autores como Orwell, Asimov, Arthur C. Clarke o Philip K. Dick hayan tratado de presentarnos en sus obras un porvenir ciertamente aterrador, la ciencia ficción nos ha hecho creer, con esperanza, que nada malo ocurriría al género humano a nivel mundial.

Pero llegó el año 2020 y nos demostró que no estamos a salvo de nada. Casi sin darnos cuenta se nos echó la pandemia del coronavirus encima. Un minúsculo virus del que se conocen casi 40 cepas y suele infectar a mamíferos y aves pero, esta vez, la zoonosis ha cambiado de huésped y se ha acomodado entre los seres humanos.

Un virus que ha trastocado la vida en el planeta de forma global, haciendo realidad lo que la ciencia ficción vaticinaba, es decir, justo lo contrario que otros virus que han formado parte de nuestra evolución y nos convirtieron, junto con las bacterias, en los reyes de la naturaleza.

Todos estos acontecimientos, que han transmitido los medios hasta la saturación buscando, en muchos casos, el sensacionalismo y donde la realidad sosegada y con evidencias ha quedado relegada, han facilitado la aparición de las llamadas fake news (noticias falsas) que tanto daño hacen en la autopista de las redes sociales.

Esta cuestión no es nueva, como indica en un artículo reciente Galo Abrain -Recuerdos del futuro: Ray Kurzweil y Yuval Noah Harari, al asalto de un mañana dominado por la tecnología- en donde explica el chasco que se llevó al descubrir las simpatías de Gandhi con el nazismo o su gusto por dormir con jovencitas, incluso con Manu, su sobrina nieta… o que Tesla era fan de la eugenesia y Frida Kahlo, icono feminista a ultranza, cómplice de favorecer una relación disfuncional y misógina con Diego Rivera. Esto nos lleva a pensar si todo lo que creemos es verdad o todo lo que se publica es cierto.

Me gustaría centrarme en nuestra realidad actual como un reflejo de lo que acontece en el mundo: tanto Nursing Now 2020, y ahora resulta que lo que nos hace visibles e imprescindibles es un microscópico patógeno que está acabando con muchas vidas, hundiendo las economías del planeta y, quién nos lo iba a decir, mejorando los índices de empleo en nuestra profesión.

Para los profesionales del cuidado esta crisis, en vez de ser una oportunidad de negocio para unos pocos, ha de ser la oportunidad de visibilizar lo que tanto demandamos, una mayor ratio, una especialización y un lugar propio en la toma de decisiones, a lo que se debe acompañar la mejora en inversión, no sólo en tecnología, sino también en valores humanos, algo que se ha mostrado indispensable en estos días y que, seguro, se volverá a necesitar.

Este aprendizaje social ha resultado ser muy doloroso; los sanitarios hemos vivido angustiosas situaciones al carecer de recursos humanos y materiales para enfrentar el drama. Todos lo hemos pagado muy caro, asistiendo impotentes a escenarios que se podían haber evitado, como las muertes de muchas personas mayores en completa soledad y desamparo.

En estos meses, un nuevo escándalo sale a la luz en relación con la fabricación y distribución de las vacunas. Las empresas farmacéuticas, muchas de ellas con grandes inyecciones de dinero público, han creado vacunas en tiempo récord, pero a la hora de distribuirlas han demostrado que el mercado manda. La especulación y el mercadeo son los motores que impulsan una actividad, la de la distribución de las vacunas, que forma parte de la solución del grave problema de la pandemia, ralentizando la entrega acordada e incumpliendo contratos millonarios que dejan a la población desasistida y expuesta ante los contagios. Estas prácticas comerciales matan.

Por todo esto, tendremos que entender y repensar que el estilo de vida que condiciona nuestro bienestar está totalmente ligado a un cambio en el paradigma sanitario, donde las enfermeras deben seguir potenciando educación en temas cruciales como la alimentación, el estrés o los hábitos de vida saludables en contraposición a realidades como el alcoholismo, el consumo de estupefacientes, la falta de sueño o la adicción a las tecnologías, entre otros nuevos retos.

Ojalá hayamos aprendido algunas lecciones de la nueva normalidad y seamos capaces, no sólo de demostrar sacrificio, sino de retomar nuestra reivindicación activa cuando la emergencia haya pasado y nos volvamos a poner delante de los importantes problemas que arrastramos por décadas, reinventándonos para conseguir mejorar la atención sanitaria y el cuidado, al tiempo que nuestras vidas, y coordinándonos en la tarea de reflotar un sistema sanitario nacional que fue puntero un día y hoy amenaza con desmoronarse.

Todo pasa muy rápido pero, por nuestra parte, favorezcamos que el tiempo que venga sea mejor y consigamos, como profesión, la capacidad de mantenernos cambiando lo que haya que cambiar y aprendiendo de lo vivido para poder obtener conocimientos útiles del varapalo sufrido por la pandemia del coronavirus.