El pasado 4 de mayo se celebraron las elecciones autonómicas de la Comunidad de Madrid. Como todas las encuestas anticipaban, menos las del CIS, las ha ganado el PP con esa nueva lideresa que es Díaz Ayuso. No tendrá mayoría absoluta y necesitará los votos de Vox, integrándolos en su Gabinete o no; en cualquier caso, va a depender algo de los vocingleros. Como hasta las palomas zureaban en la terraza de mi casa, Ciudadanos se ha quedado sin representación en la Cámara.

De momento parecen ser las últimas elecciones en España, por lo menos en un año. Teníamos hambre de votar los que por nuestra edad vivimos la dictadura. Yo sinceramente debo reconocer que ya no padezco ese sufrimiento. Estoy saciado. Entre aquellas en las que tengo que votar u otras como las madrileñas que he soportado por tierra, mar y aire a través de nuestros amplísimos medios de comunicación se me ocurre una idea: «Señores políticos, practiquemos un año de abstinencia». Y si he empezado este párrafo con «de momento» es porque cuando escribo estas líneas no es del todo seguro que no haya nuevas elecciones en Cataluña en un par de meses. De los independentistas catalanes se puede esperar cualquier dislate. Como sería que teniendo mayoría en el Parlament no fueran capaces de elegir un Govern. Gobernar de verdad supone trabajar y no dedicarse a hacer visitas a Lledoners o Waterloo.

Pero volviendo a las elecciones autonómicas madrileñas, extraigo cuatro conclusiones. En primer lugar, cuánta verdad hay en aquella máxima de la democracia que decía algo así como que es el sistema político en el que cualquiera puede llegar a ser presidente. Trump y Ayuso son dos potentes confirmaciones empíricas de esa definición.

Segunda, el fracaso del PSOE en Madrid optando por un candidato que no sólo era soso, como él mismo se autodefinía, sino que es triste y además daba la impresión que en realidad ni siquiera deseaba ese cáliz. Su anhelo era ser defensor de Pueblo. Su campaña electoral ha sido errática. No siempre Iván Redondo acierta. Al principio de la misma intentó captar parte del voto de un Ciudadanos que todo el mundo olía a cadáver en descomposición. Al darse cuenta alguien de que los cientos de miles votos del agonizante partido naranja se inclinaban por el partido de la gaviota madrileña, Gabilondo dio un giro a la izquierda animando a Pablo –así le llamó– en el único debate televisado para recordarle que sólo quedaban doce días para desalojar a Ayuso de la Puerta del Sol. Del bueno de Gabilondo quizás se pueda decir que hubiera sido mejor presidente que candidato. Pero con ese perfil nunca se ganan unas elecciones. Como mucho se queda uno en lo que pudo ser y no fue.

Casado tuvo que sufrir el desastre del PP en las elecciones catalanas, donde el partido que preside estuvo al borde de quedarse como extra-parlamentario. Fue tan grande el agujero que anunció que cambiarían su sede histórica de la calle Génova por otra. Sin duda, los resultados de Madrid le dan gasolina de momento. Pero un presidente de un partido que no gobierna es débil frente a poderosos presidentes autonómicos. Tanto es así que la ya citada Ayuso ha llegado a afirmar: «Pablo, tú y yo somos como Isabel y Fernando». Creo que no se atrevió a añadir lo de «tanto monta, monta tanto». Y siempre está el hombre a la espera, el único barón del PP que tiene mayoría absoluta: Feijóo.

Iglesias ha sido una estrella fugaz en la política española. Sin duda, un gran comunicador. Una de sus costumbres mediáticas favoritas era atacar sin piedad a uno de los grandes estadistas del siglo pasado, Felipe González. Mal enemigo se buscó. Otros más añadió a la cuenta. Pagando así después el precio de la charlatanería inherente al tertuliano, que rara vez consigue ser un líder político duradero. La noche del 4 de mayo anunció su retirada de la política. Podemos, con él de cabeza de lista, era el quinto partido de los cinco que habían obtenido representación en la Asamblea de Madrid.

Conclusión final: la vida política española recuerda a veces una noria. Hace menos de tres meses el PP se hunde en Cataluña y queda en artículo mortis, pero el 4 de mayo arrasa en Madrid. Ahora Sánchez ya puede empezar a preparar las maletas para cambiar de domicilio... Ni tan tanto, ni tan calvo. El PSOE y el PP son los dos grandes partidos nacionales. Solo Cataluña y Euskadi escapan a su influencia electoral. Al PSOE medianamente. Al PP totalmente. No por nada no son regiones, sino nacionalidades históricas. Si Casado quiere llegar a la Moncloa de la mano o garra de Vox, a lo que parece animarle la personaje del mes, debería tener presente que al haber desaparecido el centro, en España ese papel de bisagra electoral lo ejercen los partidos independentistas de distintos colores, nacionalistas o modestamente regionalistas. Y es casi imposible que esos partidos voten un Gobierno con Vox, que lleva en su programa, en letras mayúsculas, suprimir el Estado de la Autonomías.