Para entender lo que pasa hoy en Gaza, como casi siempre, hay que mirar atrás, a las raíces del peor de los males, según los clásicos del pensamiento político, la guerra que destroza una sociedad civil, sobre todo si en ella habitan grupos diferentes que muy fácilmente pasan de ser vecinos (incluso hermanos) a enemigos destinados a la eliminación. Para los palestinos, el mal por antonomasia es la Nakba, la catástrofe, el éxodo de los palestinos, obligados a huir de las tierras en las que habían vivido durante siglos sus antepasados. El punto de partida fue la Resolución 18, adoptada por la Asamblea General de la ONU el 29 de noviembre de 1947: eso supuso la división del territorio del mandato británico en Palestina en dos estados, uno judío y otro árabe, con Jerusalén como territorio internacional. En ese momento, los judíos solo poseían el 7 % de las tierras de Palestina. La parte correspondiente al Estado judío abarcaría el 55 % del territorio, donde convivían ya 500.000 judíos y 400.000 árabes palestinos. El Estado árabe palestino tendría el 44 % del territorio y una minoría de 10.000 judíos. Desde el día siguiente, comenzaron los incidentes armados con víctimas de una u otra comunidad, con episodios particularmente sangrientos como la masacre de Deir Yassin, el 9 de abril, en la que murieron 109 palestinos, hombres, mujeres y niños, y que provocó una huida masiva de palestinos de sus tierras, que fue respondida un mes después con la masacre del kibutz Kfar Etzion. Para finales de abril de 1948 se calcula que 250.000 palestinos habían emprendido la huida. Al día siguiente de la declaración de la independencia del Estado de Israel, el 14 de mayo de 1948, se pone fin al mandato británico en Palestina y comienza el verdadero éxodo. Por eso los palestinos conmemoran la Nakba el 15 de mayo (al-Hijra al-Filasteeniya).

Desde entonces no han transcurrido los cien de rigor, pero sí 77 años, en los que ese mal se mantiene, con seis grandes episodios bélicos, no tanto de los palestinos contra Israel, sino de estados árabes contra Israel y viceversa, en las que los perdedores son siempre los palestinos: la primera guerra es desencadenada el 19 de mayo de 1948 por Egipto, Siria, Iraq y Transjordania contra Israel y se salda con la victoria de Israel, que amplía su territorio hasta un 78 % y provoca el éxodo de los palestinos, que deben vivir como refugiados (se estima no menos de 750.000), lo que dará lugar a la creación de la Unwra, la agencia de la ONU para los refugiados palestinos, cuyo número hoy se estima en 4 millones. Sumemos a esas guerras las revueltas populares palestinas o intifadas: la primera abarcó de 1987 a 1993 y la segunda desde 2000 a 2005. Añadamos los enfrentamientos entre Israel y Hamas en 2008, 2012 y 2014. Los intentos de acuerdos de paz se han sucedido a lo largo de cuarenta años, sin alcanzar éxito, en términos de asegurar una convivencia pacífica y estable, poner fin al mal. En esos episodios, no hay simetría o equidistancia: lo ha explicado muy bien Olga Rodríguez en este artículo: Algunas claves sobre Israel y Palestina (eldiario.es)

Ahora y durante casi tres semanas, estamos asistiendo a una destrucción inmisericorde de Gaza, un territorio de 365 km2 donde se apretujan 2 millones de palestinos (comparen: en la provincia de Valencia vivimos 2 millones y medio, en una extensión de casi 11.000 km2, esto es, 30 veces mayor), en un intercambio desigual de golpes entre Israel y Hamás. El origen del enfrentamiento bélico entre Israel y Hamás ha sido otra vez una nueva iniciativa israelí de desalojos forzados de palestinos -acompañados de asentamientos de colonos israelíes-: varias familias se ven expulsadas de sus casas en el barrio de Sheij Yarrah, en Jerusalén Este. La inmediata protesta popular en la explanada de las mezquitas, donde se encuentra el tercer lugar sagrado del Islam, la equita Al-Aqsa, es reprimida por Israel y Hamas ve la ventana de oportunidad. Hamas toma la iniciativa bélica el 10 de mayo y pone a prueba la «cúpula de hierro» de Israel, con el lanzamiento de miles de misiles desde la franja de Gaza con objetivos indiscriminados (básicamente, civiles). Israel responde invocando legítima defensa, con una respuesta que no cumple el requisito de tal, por su desproporción, sobre todo si se advierten los daños causados a civiles: un despliegue descomunal de bombardeos sobre la franja, que causan no menos de 200 muertos, cientos de heridos y la destrucción de una parte importante de construcciones civiles, incluida la torre de comunicaciones Al Jalaa, sede de Associated Press y Al-Jzeera, un hospital de MSF (vean el artículo del doctor Mohammed Abu Mughaiseeb, coordinador adjunto de MSF en Gaza: Los «injustificables e intolerables» ataques aéreos israelíes matan a decenas de civiles y dañan nuestra clínica) y las principales calles que dificultan el tránsito a hospitales y centros de atención. Más de 70.000 palestinos han de refugiarse en las escuelas de la ONU. No hay lugar seguro, libre de las bombas del ejército israelí, decidido a proseguir la ofensiva en su intento de debilitar al máximo a Hamás, y respaldado por una administración Biden que, pese a la presión de la izquierda demócrata, en las primeras dos semanas se limita a subrayar una y otra vez el derecho de legítima defensa de Israel y a bloquear las resoluciones de paz en el Consejo de Seguridad de la ONU.

El conflicto entra en vías de su fin cuando redacto estas líneas. ¿Quién gana? Los contendientes: Netanyahu y Hamás. El primero consigue seguir en el poder, pese al cerco jurídico y político por sus actuaciones corruptas que están tras el fracaso para formar gobierno en las 4 últimas elecciones. Hamas obtiene el premio de una sólo relativa derrota, el prestigio en el mundo árabe de haber puesto en jaque al mítico ejército israelí y la tecnología de la «cúpula de hierro», lo que supone un paso más en su identificación como los verdaderos patriotas, defensores de la causa palestina y no sólo de Gaza, frente a su cada vez más inane rival, el régimen oficial de Al Fatah, del presidente oficial palestino, Mahmud Abbás, carente de control efectivo del territorio de Cisjordania.

¿Quién pierde, además de los muertos y heridos, de los desalojados palestinos que son ya re-refugiados, de la causa de la paz? Pierde, por ejemplo, el tímido desbloqueo que parecía iniciarse con el régimen de Irán. Anoten también como perdedores los nombres de los estados árabes que cedieron al «Plan Abraham» de paz de los Trump y entre ellos: Mohamed VI. Y ahora piensen en Ceuta, porque no toda esa sobreactuación del autócrata marroquí es respuesta frente a la acogida humanitaria al líder del Polisario. El monarca alauí es Amir al-Mu’minin («líder religioso de los fieles») y defensor de Al Qods/Jerusalén como ciudad santa de los árabes, pero esa jugada le situó como traidor que vendió a los palestinos a cambio del reconocimiento por Trump de la soberanía sobre el Sáhara occidental…