Roy Halston Frowick, y como diría la reseña biográfica, «también conocido por Halston», reunía las condiciones para que en un futuro, treinta años después de su desaparición, la ficción televisiva se acordará de él. La serie producida por Netflix, ‘Halston’, sobre la tumultuosa vida del creador de moda americano, se puede ver estos días en la plataforma y para muchos ha supuesto el descubrimiento de un personaje que señaló la vida y la moda norteamericana a lo largo de casi medio siglo: el trayecto que va desde el sombrero Pillbox de la primera dama Jacqueline Kennedy el día de la toma de posesión del presidente John Fitzgerald Kennedy, hasta los últimos fuegos de artificio de los años ochenta señalados por el lujo y el glamur de la moda y el advenimiento del sida.

Digo que reunía las condiciones porque añadir a la condición de creador de moda de éxito, la de homosexual y drogadicto, sin duda supone para cualquier guionista un apetitoso plato de entrada para hincarle el diente argumental. La serie no escatima detalles y sucesos a la hora de presentar estos ingredientes con un magnífico Ewan McGregor poniéndose en la piel del caprichoso y déspota diseñador. Halston se une al listado de otros creadores de moda que ha proyectado el cine y la televisión en estos últimos años. Por el lado femenino, Coco Chanel no ha dejado de suscitar biografías cinematográficas en esa historia de la pequeña huérfana que acaba transformando la silueta de la mujer del siglo XX; por el lado masculino, el cocktail, glamur, drogas, moda, homosexualidad, ha sazonado las biografías y series sobre Yves Saint-Laurent y Gianni Versace, este último con tragedia incluida.

Quizás lo que destaca en la serie ‘Halston’, es el acercamiento a la figura del creador, en este caso, de moda, un sistema, industria, creación, donde más afloran y se ponen de relieve las contradicciones y combates entre el artista y el promotor o agente económico. En la industria del cine, sin duda también podríamos encontrar ejemplos excelentes de este vis-a-vis doloroso y cruel entre el genio creativo y el poder económico y empresarial. Halston dejó de ser un diseñador para convertirse en una marca que servía lo mismo para vender vestidos como alfombras o maletas. Una espiral vertiginosa que unida a otras cuestiones acabaron convirtiendo su vida en una montaña rusa con un tramo final, en caída libre sin paracaídas. Entre los episodios de la vida de Halston que cuenta la serie se encuentra la llamada ‘Batalla de Versalles’, un desfile en el año 1973 que reunió a la plana mayor de los creadores franceses y americanos en Versalles con objeto de recaudar fondos para la reconstrucción del palacio real. Halston se coronó aquella noche del 28 de noviembre de 1973 como el nuevo emperador de la moda americana desplazando el foco de atención desde la vieja Europa a la joven América. Lo que la serie no cuenta, y sí lo han contado en algún libro y documental como ‘Versalles 73: America runway revolution’ es que aquel desfile colaboró a que un grupo de maniquíes afroamericanas irrumpieran con fuerza en la alfombra roja hasta aquel momento hegemonizada por las modelos de raza blanca. Una pionera batalla por el Black is beautiful- antes del Black Lives Matter- en el glamuroso y voluble mundo de la moda. Doce modelos negras encabezadas por Pat Cleveland desfilan como representantes de la industria y la moda norteamericanas. Nunca hasta entonces se había visto una pasarela tan heterodoxa y sin duda para muchos de los espectadores de la velada, tan ‘exótica’ que incluía personajes como la princesa de Mónaco, Grace Kelly, o el pintor Andy Warhol.

Hoy que el mundo de la moda aparece muy a menudo dominado por personajes mediocres como ‘influencers’ y otros mediadores o la noticia del vestido de Zara que ha exhibido la duquesa de Cambridge o la reina Letizia, el recuerdo de algunos episodios de la historia de la moda del pasado siglo XX nos devuelve la magia del creador transformando una pieza de tela en una silueta llena de sensualidad que se desliza victoriosamente sobre la pasarela.