Este último año nuestra atención se ha centrado en algo que ha tenido enorme repercusión social, económica y sanitaria: la pandemia y la búsqueda de una vacuna frente al nuevo coronavirus. En un tiempo récord se ha investigado y se han obtenido diferentes resultados, lo que ha constituido un hito en rapidez y elaboración de vacunas frente a una enfermedad nueva.

Esto nos ha hecho reflexionar sobre cómo hay enfermedades previamente existentes que, a día de hoy, siguen sin tener un tratamiento efectivo pese a estar presentes desde hace muchos años y causar también una enorme carga de morbilidad y mortalidad. Y más aún, nos ha hecho reflexionar sobre enfermedades que podemos prevenir y para las que sí tenemos vacunas desde hace años y que, pese a su probada eficacia, no utilizamos.

Cuando hablamos de vacunas, siempre pensamos en una inmunización frente a una enfermedad transmisible que permite la prevención y el control de esa enfermedad. Nos vienen a la mente enfermedades como el sarampión, la poliomielitis o la gripe. Pero, ¿y si pudiéramos aplicar este concepto de vacunación como prevención a enfermedades tan prevalentes como el tabaquismo?

En España mueren como consecuencia del consumo de tabaco unas 60.000 personas al año. De ellas, 3.000 son fumadoras pasivas, es decir, personas que no fuman, pero que son víctimas de tener que respirar en un ambiente contaminado por el tabaco de otros y mueren por ello.

Un reciente artículo de King y Graffunder, publicado en la revista ‘Tobacco Control’, argumenta que, de acuerdo con los objetivos que pretende una vacuna en cuanto a prevención y control de una enfermedad, podemos decir que tenemos una vacuna contra la epidemia del tabaquismo. Y no la aplicamos como deberíamos.

Los cuatro componentes principales que fundamentan la efectividad de esa vacuna son:

1. El aumento del precio del tabaco. Está demostrado que la herramienta más efectiva para prevenir el contagio de esta enfermedad no es ninguna medida sanitaria que se desarrolle en el ámbito de los centros de salud u hospitales, sino que está en el Parlamento. Un aumento del precio del tabaco es la intervención más efectiva para reducir su consumo, especialmente en poblaciones más sensibles a los precios, como los adolescentes.

2. La implementación de políticas que garanticen y aumenten los espacios libres de humo del tabaco. Paradójicamente, hemos tenido que utilizar el símil de cómo se escapa por todo el espacio de un recinto el humo del tabaco para aprender la importancia de adaptar bien las mascarillas y prevenir la transmisión del nuevo coronavirus por aerosoles. Afortunadamente, esto a su vez ha hecho que se comprenda la necesidad de eliminar la posibilidad de fumar en las terrazas y tendría que ser una razón más para ampliar los espacios libres de humo.

3. Las campañas de promoción de la salud concienciando de las consecuencias del consumo de tabaco deberían ser sostenidas periódicamente, como en otras patologías como el sida o los accidentes de tráfico. Hace años que el ministerio no ha planificado de forma periódica campañas para la prevención la promoción del cese del consumo de tabaco. Y es que uno de los problemas fundamentales que tiene el tabaquismo, que comparte también con el de alcohol, es la socialización que hay de su consumo.

4. Facilitar el acceso de los fumadores a recursos y tratamientos para dejar de fumar. Los tres anteriores propician que el fumador intente dejar de fumar y una vez tome esta decisión no podemos dejarlo solo. Con la ayuda de un profesional sanitario, triplica las posibilidades de que logre su objetivo.

Para que la cobertura de la vacuna sea un éxito, en esta como en todas las vacunas, es fundamental asegurar la presencia de los cuatro componentes. También en esta vacuna ‘tetravalente’ se necesitarán varias dosis, campañas periódicas a lo largo del tiempo, equidad para toda la población y no debe de haber desigualdades en el acceso.

Debemos aspirar al objetivo de desnormalizar la adhesión social al consumo de tabaco. Actualmente, el consumo de tabaco está claramente aceptado por la sociedad, cosa que no pasa con otras drogas. Vemos como algo normal que se fume donde hay personas no fumadoras y ello repercute en el fracaso en la prevención del consumo del tabaco en la población adolescente.

Por todo, reclamamos una vez más a las administraciones que pongan los medios adecuados para que esta vacuna contra la epidemia del tabaco sea accesible a todos y se pase del dicho al hecho. La trascendencia del tema bien lo justifica.

Autores:

Joan Antoni Ribera i Osca. Médico de Familia. Centro de salud de Alcàsser. Departamento de Salud La Fe. València

Francisco Carrión Valero. Neumólogo. Hospital Clínico, Universitat de València

José M Martin-Moreno. Médico del Departamento de Medicina Preventiva y Salud Pública & INCLIVA- Hospital Clínico, Universitat de València