Los medios de comunicación nos anuncian a los cuatro vientos la inminente concesión del indulto a los políticos penados por su participación en los sucesos de Barcelona en el mes de octubre de 2017. Aquellos hechos y sus consecuencias, el proceso judicial para unos, la huida de otros al extranjero, dejaron la sociedad catalana, y, por contagio, la de todo el país, rota y dolorida, situación ante la cual caben en el momento presente dos opciones: la menos comprometida, pero a la larga más peligrosa, actuar de don Tancredo, como ya se hizo en épocas pasadas, que nos ha arrastrado hasta este punto en el que nos encontramos; la otra, valiente, responsable, generosa e ineludible, la que desde hace tiempo ha proyectado el actual gobierno de España, intentar el remiendo del desgarro, hasta moldear una sociedad donde se conviva en paz, en libertad y en buena armonía; ¿queremos el sosiego, la reconciliación, u optamos porque siga la bronca? Solo hay una forma segura de fracasar, es no intentarlo.

El Gobierno de España ha justificado su actuación en el restablecimiento de la concordia, la convivencia y la defensa de los valores constitucionales, actuando con total respeto a la ley, al estado de derecho y marcando en consecuencia, con claridad meridiana, dos límites: desechar la posibilidad de una amnistía y un "referéndum de autodeterminación” para Cataluña. En los momentos más comprometidos el PSOE siempre ha subordinado sus intereses al bien común, sin remontarnos más atrás, lo hizo apoyando la aplicación del artículo 155 e imponiendo al mismo tiempo limitaciones para su estricta implementación al gobierno de Rajoy, lo hace ahora aunque los vientos no le auguren beneficios inmediatos.

La actitud de la oposición, sin sorpresas, profiriendo las más irracionales mentiras, las valoraciones más denigrantes, los calificativos más impertinentes, la dialéctica verbal envenenada, en un afán estudiado de “ahogar el pez” (noyer le poisson), expresión que se utiliza para reflejar el objetivo de embolicar, confundir al incauto ciudadano, orientando su mirada hacia el dedo que señala, en lugar de otear la estrella, con la ilusión de que una mentira cien veces repetida actúa al fin como una verdad. La oposición, con su método de actuación supera todos los bordes, y cuando esto ocurre ya no hay límites. Un ejemplo lo tenemos en la intervención de la primera convocante de la Plaza de Colón, que fue candidata a la Secretaría General del partido al que ahora tanto y tan irracionalmente detesta, y en otras expresiones deslizadas por los líderes asistentes.

Hay sin embargo una idea nada inocente que constituye el eje de ataque al gobierno, que el indulto se otorga para que el actual presidente del gobierno pueda “dormir dos años más en la Moncloa”. Aunque así fuera, ¿sería esto ilícito?, ¿no es el objetivo coherente de todo grupo político y de sus votantes? El trasfondo encubre en realidad el deseo inconfesable de arrebatar el poder al precio que sea. Una redactora de este periódico, en otro contexto, utilizaba un didáctico y categórico refrán “lo que dice Pepe de Juan dice más de Pepe que de Juan”. Muchas personas suspicaces piensan lo que realmente añora la oposición, es no poder manejar los suculentos fondos europeos que nos van a llegar y, cualquiera sabe, por las experiencias recientes, como “gestionan” los dineros de todos. ¿Qué opinarían ellos si los actuales gobernantes, que han afrontado la etapa más difícil en muchas décadas, convirtieran en un mantra esa idea?

La oposición al gobierno estatal está sobrepasando los límites del Estado de Derecho, las reglas que nos permiten resolver pacíficamente nuestras discrepancias y conviene no olvidar que la Unión Europea está fundada sobre ese principio y condiciona sus ayudas al respeto de esa noción, basta hacer un seguimiento a lo que sucede con Hungría y Polonia.

Se está extendiendo una corriente muy fuerte en Europa, una ofensiva ideológica, bajo la presión de la extrema derecha, que pone en cuestión la vigente legalidad, que cultiva la idea de que el Estado de Derecho constituye no una protección de las libertades, de la paz civil de los ciudadanos, sino un “carcan”, una camisa de fuerza, un corsé, que constriñe la libertad; trivializarlo entraña un peligro muy grande, la derecha democrática se está contagiando también de esa idea. En el mismo saco entraría asimismo la defensa de los referéndum de iniciativa popular, como el sostenido por determinados colectivos para Cataluña, lo cual no es ni más ni menos que un disfraz que encubre su aversión a la democracia representativa. En definitiva, rebajar, cuestionar, minusvalorar el estado de derecho no haría más que atizar la violencia y resquebrajar los fundamentos de nuestra vida en comunidad.

Una vez más, recurriendo a un proverbio galo, “no disparemos sobre la ambulancia”, es el último remedio, no lo boicoteemos. La mayoría casi unánime de los españoles, sin distinción, sin divisiones ni clasificaciones, somos gentes que queremos la paz, la respetuosa convivencia, admitiendo las diferencias. No nos dejemos arrastrar por esos cantos de sirena que nos quieren manipular y llevar al precipicio. El empeño es noble, merece el apoyo necesario.