“Sr. Ribó ¿vivo en Valencia o en Mordor? Por un barrio digno donde vivir: Orriols-Barona”, ponía en el anverso y reverso de una pancarta individual durante la nutrida manifestación que paralizó la circulación en la avenida Primado Reig. “La gente está acojonada, no quiere salir ni a los parques”. “Una barrendera me dijo que había encontrado una bala”. “¿Por qué me tengo que ir yo y no ellos (ellas), las mafias? Yo creo que es una degradación del barrio para comprar barato, vender los pisos, que la gente mayor se vaya y los (las) demás aguanten”. Susi habla así desde su vivencia como vecina sufridora de esta invasión de infamia delictiva anidada desde hace un tiempo en la que era una barriada tranquila, núcleo netamente obrero, donde se respiraba la cercanía humana y el respeto a la diversidad. Ahora todo ha dado un vuelco atroz transformando la cotidianidad en algo realmente muy “complejo”, tal como lo calificó un responsable policial. ¿Por qué tal complejidad? La camarera de uno de los locales hosteleros de la zona, residente en el meollo conflictivo y madre de dos criaturas, se revuelve indignada contra lo que parece que no tiene visos de mejora. “Mamá, eso es sangre” le decía una de sus hijas al transitar por donde se habían acuchillado delincuentes en una refriega.

“Sin seguridad no haces vida de barrio”, conflictos que también afloran en el Cabanyal, Benimaclet, Benicalap, Malilla. “Cuando el vecindario sale a la calle es porque tiene problemas, no hay más que ver a la gente” eran algunas de las declaraciones de Fernando Giner. “Tengo familia que vive en la zona”, en la parte nueva, reseñando a su vez que “se están quedando barrios nuevos y lo viejo, la ruptura es demasiado brusca”.

“Cuando un hombre (mujer) camina por las calles de su ciudad a la luz del día, da por sentado que nadie lo atacará o le impedirá el paso. No obstante, siempre está presente la posibilidad de una amenaza, puesto que en todo momento dependemos del buen comportamiento de los demás. Leyendo a Erving Goffman (profesor estadounidense, escritor y padre de la microsociología) se llega a comprender cuán vulnerable es el ser humano”, formula la articulista Flora Davis en La comunicación no verbal. ¿Por qué arremeter contra la vulnerabilidad es, cada vez más, la práctica generalizada? Sin duda, la más barata estratagema de criminales de todo pelaje y delincuentes profesionales del fraude y la estafa.

“Se meten a robar en pisos con gente dentro, en mi finca tres veces en dos pisos, el otro día iban siguiendo a un abuelito para atracarle” Susi al igual que el numeroso colectivo de habitantes de la zona quiere que esto acabe ¡ya! Pero “esto va a costar que se corte, la gente habla mucho y luego no hace nada”.

Autobuses, metro y cinturón de enlace con el área universitaria convierten la zona en un apetecible caramelito para rediseños auspiciados por buitres inmobiliarios. Con sangre, con dolor, con desahucios, con precariedad, con miedo, refugiando maleantes, con tráfico de droga es posible hundir cualquier proyecto comunitario de vida en paz.

“No podemos hacer nada” respondían miembros de la seguridad ciudadana a la camarera antes citada. ¿Cuántos barrios han de caer en manos de la especulación mediante un dramático e insufrible deterioro? ¡Gentrificación! Russafa, Ciutat Vella, La Malvarrosa, El Cabanyal-Canyamelar.

“Con delincuencia no hay convivencia” era la pancarta principal portada por un hombre colombiano, una mujer de Sierra Leona, un valenciano y otro mauritano. “Orriols por un barrio digno, soluciones ¡ya!”. “¡Basta ya de robos y violencia!”. “Todo el barrio unido jamás será vencido” gritaban mayores, niños, niñas y jóvenes. Lazos y globos verdes exteriorizaban la unión ante el desbarate de un núcleo vecinal con valiosas esencias socioculturales de pueblo.

“El Ayuntamiento no hace nada, algún interés oculto tendrán” manifiesta una pareja acompañada por su bebé. Toni y Rocío reconocen que son muy de barrio, “somos de Benimaclet, vimos aquí que era un barrio barato, no veíamos mala gente” y ahora “el barrio es insoportable” además su hogar está en la zona más peliaguda donde han presenciado peleas callejeras con armas “yo iba con el niño y tuve miedo”, saben que si avisas a la policía amenazan a tu familia, “hay gente mayor que no sale a comprar por las tardes”.

¿Por qué toda esta apocalíptica violencia tiene un tufillo a perversión malversadora de territorios, sean urbanos o rústicos?

Cuando históricamente se quería vencer en el asedio a una población entre las escaramuzas utilizadas se contaba con la introducción de infectos esbirros que mermasen el ímpetu de la población. Los asedios no son cosas del pasado, el poder económico cuando quiere un terreno habitado lo primero que hace es anular suministros básicos: electricidad, agua, seguridad ciudadana, servicios públicos de comunicación, sanidad y educación.

“Silves (en el Algarve portugués), situada en una eminencia del terreno y defendida por poderosas murallas, estaba protegida por una albarana o torre acorazada. Esta torre defendía la amplia cisterna que proporcionaba agua a la ciudad, tomar esa torre debía ser, pues, lo primero del asedio”. Este es el relato sobre un acoso medieval, escrito por el lisboeta Joaquim Pedro de Oliveira Martins, promotor del socialismo en Portugal, en La separación de Portugal. ¿Acaso existen diferencias tácticas con la actualidad?

“Una intervención más social, hay desahucios todos los días, están en situación de pobreza” argumenta la joven Laura de Torrefiel quien camina junto a Pablo y Juan, ambos de Orriols, el último declaraba que: “Con derechos sociales no hay delincuencia, que la solución no sea más policía, no por eso el conflicto se va a desplazar”, también su compañero abogaba por “servicios públicos de más calidad”, pero sin olvidar la “violencia de colectivos”.

“Que los (las) jóvenes no puedan acceder a una vivienda en su primera etapa de independización de los padres (madres), es un serio obstáculo para la sostenibilidad urbana. Que las bolsas de marginación social generen ciudadanos (ciudadanas) inciviles que no establecen relaciones afectivas con su ciudad, es otro de ellos. La ciudad sostenible no puede ser una admirable arteria ordenada por donde circulen jóvenes sin casa, abuelos (abuelas) desamparados, niños (niñas) privados de jugar y periféricos desenraizados marginales. El espacio público de la ciudad sostenible no es una manierista cárcel de lujo, sino una casa cómoda para ciudadanos (ciudadanas) libres”, determina el doctor en biología y sociólogo catalán Ramón Folch i Guillèn en su ensayo titulado La quimera del crecimiento. La sostenibilidad en la era postindustrial.

“No queremos tener miedo, llevo aquí desde que tenía un año y medio” son las palabras de Dolores portadora de otra pancarta, “hemos tenido que manifestarnos, esto es como el lejano Oeste”. A su lado Victoria afirma que “la multiculturalidad es maravillosa en el barrio” pero “urgen medidas”. Paloma, otra participante, reivindica la visibilización, “a ver si la gente se entera que existe Orriols”. Solidarizada con el barrio sabe del asentamiento de sujetos peligrosos que cada vez dañan más la vida cotidiana de la comunidad vecinal.

“Que se entere el alcalde, hay que poner medidas y no que esté todos los días la policía” son tan numerosas y continuas las incidencias que caminar por algunas calles es jugarse la integridad, “si no hay robos hay trapicheos” son las palabras de José Antonio indignado por la situación.

“No hay blancos (blancas) ni negros (negras) en este barrio” se vocea por megafonía.

“Vivo en San Juan de la Peña, ya no se puede vivir, tengo una hipoteca, yo no me puedo ir” son las palabras soliviantadas de una residente. “Mi casa da al parque y todos los días hay peleas con cuchillos, me da miedo bajar a la perra cuando vuelvo del trabajo, tengo una hipoteca y no me puedo ir” añade una joven que teme por su hijo e hija adolescentes “yo me puedo defender, ¿pero mi hija?”.

¿A qué se espera? ¿Tendrá que morir alguna persona? Eso aceleraría el abandono generalizado. ¿Existe algún (alguna) yes-man (woman) que cumple a pies juntillas con ciclos planeados de rapiña?

“Cuando la gente sale es por algo, ahora es el momento, tienes el grupo, se tiene que mentalizar a la gente” afirma Vicente marchando de vuelta a la plaza de la ermita. “La degradación es todo un conjunto, no es un colectivo, son esas personas, la delincuencia juvenil, también está el problema de la droga, droga hay metida aquí, es un problema global, habrá que hacer alguna clase de intervención, lo importante es marcarse objetivo”. Jaume afirmaba que el vecindario de la zona nueva también sufre esta plaga delictiva relatando el caso de un conocido: “A su hijo le atracaron y le quitaron el patinete” tuvieron que ponerle varios puntos de sutura, igualmente “les han robado móviles a la salida del colegio” sin olvidar “el menudeo constante”.

“Si la cohesión social es un tema de fondo, el comportamiento cívico respetuoso es una cuestión de capital importancia epitelial. Sin urbanidad, tampoco hay espacio público sostenible”, asevera Folch.